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16.Mar.2020 / 01:47 pm / Haga un comentario

 

POR :Elías Juaua Milano.

Año 2020, nos toca vivir una pandemia, el COVID 19. Su rápida expansión por todo el mundo nos ha tomado por sorpresa a los seres humanos y de pronto nos hace visible la fragilidad de la existencia humana.
Realidad que con soberbia nos negamos aceptar: Para poder vivir dependemos de la naturaleza a la que pertenecemos; del cuidado de otros seres humanos, responsabilidad esta que la sociedad patriarcal ha colocado de manera exclusiva e injusta sobre los hombros de las mujeres; de la convivencia comunitaria y pacífica; y de una equitativa distribución de los recursos materiales limitados. Para profundizar en estas variables de interdependencia recomiendo un crudo y a la vez hermoso texto: Sujetos arraigados en la tierra y en los cuerpos de la académica española Yayo Herrero, que puedes conseguir en las redes digitales.
Hoy más que nunca se nos revela cuánto dependemos de la solidaridad entre los seres humanos para sobrevivir. Veamos, para evitar que se propague el virus dependemos de que los otros, las otras, nosotras y nosotros nos lavemos las manos, mantengamos las superficies limpias, nos pongamos una mascarilla si tenemos gripe, nos mantengamos en casa e informemos a las autoridades sanitarias si tenemos algún indicio de estar contagiados.
De igual manera, los que se contagien necesitarán de sus congéneres humanos para superar los efectos del virus. Familiares, amigos, amigas, médicos, médicas, enfermeros, enfermeras, bioanalistas, camilleros, camilleras, personal de limpieza, cocineros, cocineras entre muchas otras personas arriesgan su propia vida por cuidar la vida de los contagiados y contagiadas.
Esta circunstancia nos permite darnos cuenta que, contrario a las tesis neoliberales, no somos seres individuales con nuestras propias vidas individuales, pero sí somos seres gregarios que dependemos de las otras y los otros para sobrevivir todos los días, pero en especial en situaciones límite como las que atravesamos en estas horas.
Frente a esta pandemia, la solidaridad de millones a favor de la existencia humana contrasta con la afrenta del capital contra la vida expresada a través del juego de acciones en las bolsas financieras, la especulación cambiaria y de los precios de los insumos y medicamentos que permiten prevenir y paliar la enfermedad.
Hoy más que nunca se demuestra la importancia de lo público, del papel regulador del Estado en la economía para garantizar los bienes esenciales para preservar la vida humana, de tener conciencia de que la salud no es una mercancía, es un derecho humano fundamental.
Aprovechemos esta dolorosa circunstancia para avanzar un poquito en la construcción de una humanidad que sea auténticamente humana. Los pequeños gestos de solidaridad marcarán la diferencia entre la vida y la muerte, entre la civilización y la barbarie. Es la hora de los seres humanos. Que Dios nos acompañe.

 

 

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