Opinión / Noticias / Héctor Rodríguez Castro

20.Abr.2019 / 11:35 am / Haga un comentario

Héctor

Por: Héctor Rodríguez

En el marco de la actual coyuntura histórica en nuestro camino hacia la liberación y la justicia social, la Semana Mayor resulta un tiempo propicio para reflexionar sobre un pensamiento del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez Merino: La mayor violencia es la pobreza, que se conjuga con otro de sus planteamientos: Ser cristiano es ser testigo de la resurrección de Jesús, y significa también superar la pobreza, que es la muerte, algo inhumano, contrario a la voluntad de Dios. Y si la pobreza es contraria a la voluntad de vida de Dios, entonces luchar contra la pobreza es una forma de decirle sí al reino de Dios.

Esta semana que culmina con el Domingo de Resurrección, más allá de ser un tiempo de asueto, bueno para descansar, es también una oportunidad para detenernos un instante en medio del torbellino de una guerra sin cuartel, declarada contra nosotros por las fuerzas imperiales.

Ataque éste que, como todos sufrimos, conlleva escaramuzas y batallas,  bloqueos de alimentos y medicinas, agresiones de toda índole, pero ante el cual nosotros como pueblo golpeado, maltratado, nos mantenemos firmes y decididos a no ceder en nuestra decisión de ser libres.

Golpes que nos recuerdan el amedrentamiento a latigazos ante el Sanedrín a ver si el Jesús rebelde cedía ante la presión de Pilatos. No lo hizo, no bajó la cabeza, siguió hablando del Amor, así con mayúscula, como única alternativa para lograr una sociedad justa.

Entonces hojeamos un discurso de Miguel Concha, un profesor de postgrado de la Universidad Nacional de México, quien en 1990 hablaba del Crepúsculo del Humanismo,  casi  como una visión poco  esperanzadora  del mundo de hoy, donde los movimientos ultraderechistas vuelven a tomar auge auspiciados por la mediática internacional, que les habla a los pueblos de falsos nacionalismos, propiciando el odio a la diferencia, el miedo al inmigrante, la violencia contra las minorías raciales, sexuales, y la guerra contra la mayoría pobre.

Concha recordaba a los maestros de la Teología de la Liberación, un movimiento surgido en América Latina a la luz del Concilio Vaticano II a comienzo de los años 60, y que fue una esperanza  para los pobres, siendo muy golpeada luego por las fuerzas del poder. El investigador, en ese momento, no podía intuir que a finales del siglo XX iba a surgir un hombre como Hugo Chávez en nuestra Venezuela para liderar un movimiento fundamentado en dos elementos básicos: igualdad y justicia.

El nuestro, por tanto, es un proceso que se convierte en un peligro inusual para el poder depredador estadounidense y sus cómplices latinoamericanos y, particularmente, venezolanos. Éste es un movimiento de liberación que se nutre de pensamientos de grandes hombres y mujeres, y que se resume en: la trascendencia del Amor y la justicia.

Se trata de una forma real de vida, la misma que nos obliga a seguir construyendo viviendas -ya pasamos las 2 millones 600 mil y nos dirigimos a la nueva meta: 5 millones-  a pesar de las vicisitudes y la guerra. Se trata de una filosofía de la liberación que nos urge a combatir el hambre y la pobreza, creando universidades, multiplicando el número de médicos, y promoviendo un desarrollo económico y productivo donde todos seamos partícipes.

Eso si, y como decía Casaldáliga, para crear ese ser humano nuevo necesitamos la lucidez crítica frente a los medios de comunicación, la estructura capitalista explotadora, una ideológica alienante y unos supuestos valores que sólo promueven el egoísmo y la violencia contra el otro. Esto exige una ultradosis de amor, donde los poderes públicos esten al servicio de las mayorías, de la gente, sin ningún distingo y con máxima eficiencia.

Si eso significa que estamos construyendo una alternativa diferente al modelo que se nos vende como la panacea universal y que ha terminado por fabricar asesinos en serie, criminales, delincuencia de cuello blanco, funcionarios corruptos, empresarios corruptores, incluso destructores ambientales, entonces  es evidente que estamos en el camino correcto.

Porque si nuestro sueño está enmarcado por un texto constitucional, que  nos lleva a movilizarnos para hacer un cambio irreversible hacia un mundo diferente, de justicia y equidad, entonces ésa es la única vía posible. Es tiempo de reflexión, de Amor, de unión, es tiempo de resurrección.

 

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