Opinión / Earle Herrera

28.Ago.2017 / 03:22 pm / Haga un comentario

Foto: Archivo

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Por: Earle Herrera 

Agosto nos trajo la ciudad que se había escondido en sí misma. La sacó de un miedo impuesto. De súbito, en un mes tradicionalmente sin mucho tránsito, las colas de vehículos congestionaron calles y avenidas. Por primera vez el ciudadano las celebraba, al igual que al smog, con la alegría de quien recupera su cotidianidad. Durante cuatro meses la metrópolis estuvo secuestrada, sitiada, asaltada, no precisamente por los piratas del siglo XVI a los que enfrentó en solitario un anciano alcalde peripatético.

Como las criaturas que hibernan, en este caso obligada, de pronto la ciudad se quedó sola. Las urbanizaciones del Este parecían pueblos fantasmas, con sus entradas obstruidas con árboles derribados, tapas de alcantarillas, basura, desechos y cachivaches. En algunos casos, puertas arrancadas de liceos, pupitres, postes del alumbrado o semáforos. La ciudad había dejado de parpadear.

Recorrerla en esos meses era hacer turismo de aventura o practicar algún deporte extremo. Muchos no regresaron a su hogar, degollados por una guaya o linchados por una turba con estudios de cuarto nivel. No pocos “libertadores” y escuderos templarios derivaron hacia el cobro de peaje y la vacuna en la vía pública. La oposición los exaltaba, la fracción episcopal los bendecía. El odio hacía el resto.

Un día, la ciudad amaneció en sus calles. Contra todo presagio apocalíptico, la elección constituyente del 30J nos trajo la Caracas de ayer y hoy. La del libro de Guillermo Meneses y la de los techos rojos de Enrique Bernardo Núñez; la odalisca rendida de Pérez Bonalde y la ciudad que se nos fue de Alfredo Cortina; la del limonero del Señor de Andrés Eloy y la del cochero Isidoro de Billo Frómeta; la física y espiritual de Aquiles Nazoa y la de la Puerta de Caracas de su hermano Aníbal: la Caracas de siempre.

El parroquiano que recupera su ciudad se pregunta si todo es real o es un sueño. El muchacho y su chica en la plaza enlazan sus miradas sin el sobresalto del mortero asesino. La urbe que volvió a sus calles no está dispuesta a esconderse más en sí misma. Para decirlo parafraseando a Andrés Eloy, nadie volverá a cortar el limonero del Señor. Volvió la Caracas estresante y frenética, pero hasta el estrés cae como un bálsamo.

 

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