Opinión / Noticias / Richard Canan

22.Abr.2021 / 09:31 am / Haga un comentario

Foto: @richardcanan

Un resumen sucinto del desatinado desempeño de Estados Unidos en Afganistán es sin duda alguna que el ejército más poderoso, mortífero y despiadado del planeta se atragantó con las arenas del desierto.

Su catastrófica invasión en procura de una supuesta libertad y democracia para el pueblo afgano solo se tradujo en la destrucción total del país con miles de muertos, heridos, desplazados y refugiados. Toda la infraestructura del país se encuentra destruida. La división política y sectaria ha hecho inviable cualquier tipo de gobernabilidad por parte de los títeres impuestos por el miope imperio norteamericano.

Son 20 años ininterrumpidos repitiendo con total torpeza el mismo guion. Buscando fantasmas en el desierto, inventando enemigos y amenazas para justificar una guerra que vengara la afrenta de los mortíferos ataques aéreos del 11 de septiembre del año 2001 en contra de las Torres Gemelas del World Trade Center y del mismísimo Pentágono, sede del Departamento de Defensa de Estados Unidos.

Desde George W. Bush, pasando por Barack Obama y Donald Trump, todos mantuvieron inalterado el despliegue de miles de soldados con la más avanzada tecnología para espiar, acorralar y matar. Todo financiado con recursos de los impuestos de los ciudadanos norteamericanos. Sin anestesia, se habla de que “el gobierno estadounidense habría gastado 822 mil millones de dólares en la guerra”. Una ingente millonada totalmente dilapidada.

En el seno de las familias norteamericanas perdurarán consecuencias irreparables por la muerte de “2.400 de sus militares”; y por miles de heridos y mutilados, muchos con lesiones físicas permanentes. Lo más grave aún es que “Las muertes de veteranos por suicidio superan a los miembros del servicio muertos en combate. A pesar de que Afganistán se reduce, la tasa de suicidios entre los veteranos más jóvenes está aumentando sustancialmente” y “Más de 138.000 veteranos tienen síndrome de estrés postraumático”. Las múltiples secuelas de la guerra se han convertido en un martirio para los veteranos y sus familiares más cercanos.

La inmensa mayoría de los políticos en Washington ya se debaten en asumir la irónica jerga de las “guerras interminables”, para hablar de los históricos y penosos fracasos de Estados Unidos en sus intervenciones en todo el Medio Oriente y África. Es una nueva noción sobre la crudeza de una realidad política: el fiasco de querer “liberar” países que no quieren ser liberados. Convirtiendo al ejército norteamericano en una fuerza de ocupación repudiada por todas las facciones y comunidades en el ámbito local y regional, tal cual como ocurrió con la estruendosa derrota en las selvas de Vietnam, pero que los estrategas del Pentágono se niegan a asimilar. Son los mismos errores replicados en Irak, Libia, Siria, Yemen y pare usted de contar.

En estas prolongadas guerras de “liberación”, Estados Unidos ha patentado perversas estrategias para mitigar el rechazo de la opinión pública norteamericana sobre la muerte de sus soldados en lejanos territorios. La más controversial y carente de toda ética es la contratación de mercenarios, llamados contratistas, para realizar las peligrosas labores de despliegue sobre el terreno que el ejército regular teme cumplir: entrar en la boca del lobo de las facciones terroristas. La más macabra de todas fue la célebre Blackwater, contratada para entrenar y “aportar” miles de hombres en territorio afgano. También se debe recordar que por años, y sin ningún tipo de escrúpulos, Estados Unidos entrenó, armó y financió a docenas de facciones tribales que más tarde dieron origen a los califatos que se voltearon contra sus benefactores americanos y se ensañaron en contra de objetivos en el propio corazón de Europa.

Ahora llega Joe Biden con su reluciente cargo de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas tratando de encontrar una salida decorosa al atasco en el desierto. Balbucea con amargura que todos los escenarios planteados por los halcones del Pentágono son “una receta para quedarse en Afganistán para siempre”. Por eso ha aprobado la estrategia de la salida total (antes del 11 de septiembre de 2021), ya que “No podemos continuar con el ciclo de extender o expandir nuestra presencia militar en Afganistán con la esperanza de crear las condiciones ideales para nuestra retirada, esperando resultados diferentes”.

Sus detractores argumentan que luego de 20 años de intervención militar norteamericana, el débil gobierno que rige desde Kabul no se sostendría en el tiempo ante la superioridad de los talibanes. Las evidencias son tan claras que algunos de los líderes de las milicias del talibán han declarado con total petulancia que “Hemos ganado la guerra y Estados Unidos ha perdido”. Otro Vietnam.

Finalmente, cabe recordar para la historia que uno de los mayores legados de la invasión de Estados Unidos a Afganistán, fue convertir a este país en el mayor productor de drogas del mundo, superando incluso a su otro aliado, Colombia. Estas no son casualidades. Los norteamericanos están donde brillan sus intereses, sean estos geopolíticos o comerciales, y el multimillonario negocio de las drogas es uno de ellos.

Bajo el manto protector de las tropas norteamericanas, Afganistán alcanzó el privilegio de ser el mayor productor de Opio del mundo, pasando de sembrar unas “74.000 hectáreas” de amapolas al momento de la invasión en el año 2001, a cultivar en 2017 una cifra record de “328.000 hectáreas dedicadas a este cultivo en todo el país”, fallando absolutamente todos sus planes de erradicación y sustitución de cultivos.

Como una nefasta contradicción que explota en las narices y en las venas del pueblo norteamericano, en el año 2017 el gobierno se vio obligado a reconocer la emergencia nacional de salud pública motivado a que “Más de dos millones de estadounidenses han sido catalogados como adictos a los opioides y las sobredosis por el consumo de estas drogas se han convertido en la principal causa de muerte en el país, por encima de los accidentes de tránsito y las muertes violentas por armas de fuego”. En programas de prevención y rehabilitación contra el uso de drogas para sus ciudadanos debería invertir el gobierno norteamericano el dinero que ahora malgasta fútilmente en las “guerras interminables”.

Richard Canan

Sociólogo

@richardcanan

 

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