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4.Feb.2021 / 10:20 am / Haga un comentario

Foto: Archivo

Jimmy López Morillo

Aquella madrugada, el teléfono de nuestra casa no paraba de sonar. En su cuarto, nuestra madre lo atendía, pronunciaba algunas palabras que, entre sueños, percibíamos como de asombro, pero sin hacerles mayor caso continuábamos durmiendo, hasta que entendimos con absoluta claridad la frase que nos despertó definitivamente “Golpe de Estado”.

De inmediato, saltamos disparados de la cama.-¡Coño, la vaina sí era verdad!

En las semanas previas, un camarada de la organización a la que pertenecíamos nos había informado sobre reuniones de militares con civiles, preparando una rebelión contra el sátrapa Carlos Andrés Pérez. Dadas las amargas experiencias con los uniformados no solo en el país, sino en toda la región, veíamos aquello con recelo y escepticismo, si bien estábamos convencidos de que la única manera de acabar con la dictadura puntofijista era por la vía de las armas.

Pero sí, se habían “alzado” y de inmediato, sin tener mayores detalles, nos fuimos a buscar al resto de los compañeros, mientras a nuestro paso nos tropezábamos con insistentes y muy variados rumores. Finalmente, coincidimos en la redoma de La India de nuestra parroquia, La Vega, a la cual, según se decía, llegaría un lote de armas para apoyar al movimiento –que ya para entonces sabíamos era cívico-militar, en medio de tanta confusión—. Sin embargo, jamás se recibió el supuesto armamento.

Nos fuimos entonces al diario en el cual laborábamos. De allí nos enviaron a La Carlota, donde se presentaba un intenso tiroteo y luego a la avenida Sucre, en uno de cuyos edificios se había refugiado un grupo de soldados, quienes se aprestaban a darnos unas declaraciones, cuando comenzaron a escucharse ráfagas de disparos que nos obligaron a retirarnos del lugar.

Al llegar al periódico, nos enteramos de que el líder de la rebelión se había “rendido” en el Cuartel de la Montaña. No pudimos escuchar en vivo lo dicho en sus breves segundos frente a las cámaras de televisión, solo supimos que se trataba de un teniente coronel del Ejército.

El “Por ahora…”, lo escucharíamos en la noche, “en diferido” y, como a muchísimas personas, en la piel nos quedó la sensación de que ese día no se había dicho la última palabra…

La llamarada

Probablemente se han escrito cientos, miles de libros y análisis sobre lo ocurrido aquella madrugada y su significado histórico, sus proyecciones, cada quien viéndolo desde su particular perspectiva y posición ideológica. Sin embargo, hay un hecho irrefutable: aquella madrugada nos cambió para siempre.

El 4 de febrero de 1992, más allá de quienes despectivamente y con obvia malintención califican aquella rebelión como “un fracaso militar” , fue encendida una llamarada que de una u otra forma iluminó corazones y despertó conciencias, dándole un vuelco a nuestra historia, que trascendió inclusive las fronteras venezolanas.

En nuestra Patria, fue literalmente la chispa que encendió la pradera y jamás ha podido ser apagada. Todas y todos sabemos lo que ocurrió desde entonces: CAP fue obligado a renunciar un año después, no sin antes pronunciar su patética frase “hubiera preferido otra muerte” y con el correr del tiempo pasó a ocupar un lugar en el basurero de la historia; dio paso a la segunda presidencia de Rafael Caldera, quien la logró cabalgando precisamente a lomos de la insurrección del grupo de muchachas y muchachos aquella madrugada inolvidable y luego, debido a la presión popular, no tuvo más remedio que liberar en el ’94 a aquellas heroínas y aquellos héroes. El 6 de diciembre de 1998, incluso quienes antes no creíamos en la toma del poder por la vía electoral, nos volcamos a votar por quien se convertiría en nuestro eterno comandante.

La ruta, por la cual comenzaría a escribirse una historia de Venezuela distinta a la que hasta entonces nos habían inoculado, había sido trazada, con nuestro padre, El Libertador Simón Bolívar –secuestrado y echado a los rincones del olvido por quienes hasta entonces detentaban el poder-, señalándonos el camino no solamente a nosotros, sino también a muchos pueblos que igualmente luchaban por sacudirse de yugos imperiales. Su espada, literalmente, comenzó a recorrer naciones enteras con su esencia libertaria.

Con esa llamarada iluminando nuestros senderos, hemos resistido todos los ataques del imperio estadounidense, desde el mismo momento en que el comandante Hugo Chávez Frías se juramentó como Presidente de la República el 2 de febrero de 1999. Durante las difíciles circunstancias por las cuales hemos atravesado como consecuencia de la bestial guerra económica, comercial y financiera y el criminal bloqueo impuesto por el imperialismo estadounidense, la llamarada encendida el 4 de febrero ha sido el faro sobre el cual se han guiado nuestros pasos como pueblo heroico e invencible, apuntándonos victoria tras victoria sobre un enemigo poderoso y despiadado.

Esa fecha, marca sin dudas el inicio de un cambio de rumbo para nuestra Patria, sacudiendo nuestras conciencias, empujando el carro de nuestra historia  de nuevo hacia el camino señalado por el hombre más grande de América, Simón Bolívar, hace ahora justamente 200 años. Con esa llamarada encendida el 4 de febrero, continuaremos marchando, derrotando una y otra vez a quienes pretenden extinguirla.

 

 

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