Opinión

29.Sep.2016 / 02:10 pm / Haga un comentario

Por: Hildegard Rondón de Sansó

El positivo final del conflicto colombiano, por una parte, nos llena de optimismo al saber que los hombres no son tan insensatos como para continuar en una incansable lucha que solo causa daños y que, en el fondo, no favorece a nadie, y que al mismo tiempo, crea estados de incertidumbre y de frustración, pero asimismo, acostumbrados como estamos a hacer constantes comparaciones entre lo tuyo y lo mío, nos llenamos de cólera al saber que, a diferencia de lo que sucede entre nosotros, grupos empecinados, totalmente fanáticos de sus respectivas posiciones, fueron capaces de ceder parte de ellas, quizás las mas importantes, para obtener el bien preciado de la paz.

Uno se pregunta ¿cómo es posible que nuestro país, donde, si bien las posiciones han sido constantes, inamovibles, pero no tan exacerbadas como en Colombia, no sea capaz de encontrar la solución, la ÚNICA solución posible ante nuestro conflicto? Es sabido que el Gobierno no podrá ceder terreno sin obtener múltiples garantías, porque no tiene a su favor una segunda opción y, al mismo tiempo, sabemos que la oposición tiene el problema de su creciente exacerbación, que puede llevarla a extremos absurdos como lo es la guerra.

La diferencia está en que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) han estado, años tras años, creando los mecanismos de su rebeldía, que fueron de tal magnitud, que forjaron un mundo de insurgentes; una civilización de insurgentes, fundada en la rígida conciencia de que la única solución no era otra que su propia vida. Al mismo tiempo, el Gobierno colombiano, no es una entidad temporal y variable, sino el producto de años y años de fortalecimiento de una postura social predominante, poderosa y vinculada a recursos extraordinarios, como lo son aquellos que provienen de las grandes potencias imperiales.

A pesar de todo ello, pudieron llegar a un acuerdo; pudieron aceptar la mediación; pudieron creer en la sinceridad de los mediadores; pudieron arriesgarse a perder parte de sus posturas respectivas; pudieron idear una nueva solución y confiar en ella.

Nada de eso existe entre nosotros, en la terrible confrontación entre Gobierno y oposición, en la cual el Gobierno cada vez busca mayores argumentos; mas dóciles aliados y mas rígidas motivaciones, mientras que la oposición crea cada día mas odio, mas rencores, mas motivos para acentuar la separación y la beligerancia.

La situación actual de Venezuela, sin una solución inmediata, es la del plano inclinado hacia la guerra civil, que es la mas dura y amarga de todas las guerras, donde no existen hermanos sino enemigos, aun cuando pertenezcan a la misma sangre. En Venezuela la situación es ese plano inclinado hacia la pérdida paulatina de todos los valores básicos de la nacionalidad, porque está encerrada en una esfera que se presenta sin salida; sin posibilidades de que surja una vía de consenso.

Pero los pueblos no pueden ser tan obtusos, y el ejemplo de ello es que, con evidencia, se nos dice: ¡Sí se puede! Por encima de las verdades y mentiras, ¡sí se puede!; mas allá del sacrificio, de las posturas, algunas de las cuales son justas y valederas y habría que renunciar un poco a ellas pero ¡sí se puede!

¡Sí se puede!, porque no somos un país cualquiera; no somos un grupo de seres incivilizados e insensibles, sino que constituimos un país con una gran tradición histórica, económica y moral y, es con base en ello, que tenemos, seamos izquierda o derecha, Gobierno u oposición, que tender las manos para el establecimiento de la única solución: ¡la que comienza por la paz!.

 

sansohildegard@hotmail.com

 

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