Opinión

10.Nov.2014 / 08:15 pm / Haga un comentario

Grito Llanero

Pedro Gerardo Nieves

Cuando el tema había bajado de decibeles en la muy digna de desconfianza agenda de temas mundiales, la prensa protoyanqui reseña la aparición, con nombres y apellidos, de los “rambos” que mataron a plomo al jefe de Al Quaida y terrorista más buscado del mundo, jeque Osama Bin Laden.

Ambos matadores, integrantes de la fuerza militar estadounidense Navy Seal, reseñan con prolijidad de detalles la manera cómo abatieron al jeque, prófugo desde el demoledor atentado contra las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York. Para echarle más masa a la mazamorra, ambas versiones difieren radicalmente.

Por supuesto que los amos de la comunicación de masas se han forrado de billetes con la polémica desatada y desde el Washington Post, Reuters, AP, CNN y demás aparatos de manipulación se han cebado en la controversia sobre quién se lleva el “trofeo” por haber disparado al terrorista. Todos, sin excepción, discuten sobre el autor del disparo mientras las autoridades gubernamentales gringas hacen tímidas declaraciones que refieren la imposibilidad de divulgar información clasificada de alto interés estratégico.

Todos hablan de la muerte de Osama. Pero ¿dónde está el muerto?

Según fuentes oficiales estadounidenses, “Osama bin Laden participó desarmado en la resistencia contra los Navy Seals hasta que cayó con un disparo a la cabeza. Llevaron a Afganistán el cuerpo en helicóptero y confirmaron su identidad a través de muestras de ADN tomadas de un pariente muerto en EE.UU”. Detalla la fuente oficial que el cuerpo fue arrojado al mar desde un portaaviones estadounidense después de haber recibido un funeral islámico. Nadie fotografió, ni documentó ningún aspecto de la muerte, identificación, autopsia, exequias y lanzada al mar de los restos de Bin Laden. Nadie.

Es decir, la muerte de Osama Bin Laden que informaron los gringos a todo el mundo, sencillamente, carece de cadáver.

Este elemento, esencial en refutar la veracidad de la muerte del árabe, puede validarse revisando la monstruosa “tradición” estadounidense de dar difusión amplia y mundial sobre la muerte de líderes políticos y jefes de Estado que son asesinados por sus fuerzas militares en el marco de sus invasiones imperialistas.

El mundo, por nombrar tan sólo dos ejemplos de muchos, contempló horrorizado en horario prime time, por internet, tv y todos los medios posibles, la ejecución del líder iraquí Sadam Huseein y, con más horror aún, la captura, vejación, violación y asesinato del presidente libio Muammar Al Ghadafi. En ambos casos, los aparatos de comunicación mundiales se apresuraron a difundir los atroces contenidos bajo la égida de la “libertad de expresión” que tutela el discutible derecho a presenciar las acciones criminales estadounidenses. La lógica que opera, lógica terrible pero lógica al fin y al cabo, es que las imágenes deben ser difundidas para acreditar victorias que desmoralicen a los pueblos seguidores de los líderes asesinados.

Pero halando el hilo de esa misma lógica terrible el hallazgo sorprende. ¿Por qué EE.UU dice haber matado a Osama Bin Laden y no aparece el cadáver? Pues no aparece el cadáver porque EE.UU no mató a Osama Bin Laden. ¿Por qué no lo mató? Porque hay un suprapoder que impidió que lo mataran y este poder está generado por las vinculaciones financieras, políticas y personales entre la familia De Osama Bin Laden y la familia de George Bush. Dicho en criollo: a EE.UU le salía más caro matar a Osama que dejarlo vivo.

En algún lugar del mundo Osama Bin Laden goza de nueva identidad, nueva cara y disfruta de las mieles de la vida, bajo la sombra protectora de EE.UU. No tiene la exposición pública de un asesino terrorista como Posada Carriles, quien anda a sus anchas por las calles de Miami; pero sí los mismos miramientos de otro asesino favorito de Estados Unidos, cuyo cadáver tampoco jamás fue encontrado: el jefe de las paramilitares y uribistas Autodefensa Unidas de Colombia, Fidel Castaño.

 

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