Opinión

26.Oct.2021 / 02:32 pm / Haga un comentario

Por: Luis Delgado Arria

 

Se ha hecho ya casi costumbre de la derecha fascistizada que hace terrorismo en Venezuela el uso del fuego como metáfora del inminente «apocalipsis del chavismo».

La perpetración planificada de incendios de autos oficiales, flotillas de autobuses, edificios públicos, hospitales, estaciones del Metro, estaciones eléctricas, refinerías de petróleo y hasta la quema de personas vivas ha sido una constante casi desde que la derecha perdió unas tras otra las elecciones en Venezuela.

Ahora bien, cabe preguntarnos, pese a los estragos contra el país y los efectos de repulsa por las grandes mayorías ante estos actos repulsivos ¿por qué insisten en tal práctica?

Hay quienes responderían que en un contexto de megaelecciones regionales y municipales no podía faltar la ofensiva fachopirotécnica.

Para un pueblo de fuerte espiritualidad mística como el venezolano, los símbolos revisten una importancia vital. Revisemos entonces, a grandes pinceladas, qué simboliza el fuego y, por extensión, la quema o intento de quema de bienes comunes y de personas que apuestan por un país para todos.

Para la cosmogonía hebrea, Yaveh casi siempre se manifiesta a sí mismo como fuego y como luz. En un pasaje de Moisés en la Montaña, este ¿retóricamente? se pregunta: «¿No es mi palabra como el fuego?».

Pero el fuego como símbolo tiene una centralidad en todas las culturas originarias del mundo. Para la cosmogonía griega clásica, Prometeo roba el fuego sagrado a los dioses para usufructo de todos los mortales.

El fuego al igual que su emanación visible, la luz, está presente en todos los momentos importantes del año solar. Y especialmente como presencia espiritual que propicia el Renacimiento del dios Sol.

El fuego es considerado por muchas culturas como sacerdote y como dios al mismo tiempo. Pero el fuego también es un símbolo del luto, producto de la muerte del sol. Una muerte solar que acarrea el consiguiente advenimiento de un tiempo de gran oscuridad y peligros.

También el fuego es asociado con purificación y cicatrización de un tiempo profano y como pasaje para dar vida a otro tiempo sagrado que viene a destruir las fuerzas del demonio, tal como lo vio el gran estudioso de las religiones Mircea Eliade.

Mediante el fuego, se cree en muchas culturas que se purifica el aire de la presencia de brujas y de su nefasta influencia. También el fuego está asociado con el control y conjura de ciertos desastres como pestes y pestilencias. De hecho, Juan el Bautista predicaba el bautismo por medio del fuego antes que por el agua.

El fuego ha sido simbólicamente asociado a la espada (rayo de sol) debido a que comparte su naturaleza ambivalente de destrucción física y de energía espiritual. Se puede leer en Isaías, capítulo 30, versículo 27, lo siguiente: «El Señor viene de lejos, ardiendo con su ira… Sus labios están llenos de indignación, y su lengua es un fuego devorador».

Para Freud el fuego es un símbolo, a la vez, de dinámicas pasionales olvidadas y un mediador entre lo que desaparece o muere y lo que aparece o nace a la vida.

Por último habría que recordar que el fuego está indisolublemente asociado en Occidente con el infierno católico. Y el fuego del infierno desciende a la tierra, según el Antiguo Testamento, en la proximidad del Día del Juicio Final.

No sería descabellado que algunas de estas asociaciones simbólicas ancestrales estén siendo redituadas en homilías, para efectos políticos y electorales por la multitud de nuevas iglesias financiadas desde EEUU. Iglesias que no por casualidad pululan y hacen trabajo político y fundamentalista conservador y hasta proimperialista en casi todos los barrios y pueblos de Venezuela.

La derecha pentagonizada que comanda acciones y medios de incomunicación y desinformación en y sobre Venezuela no da puntada sin hilo.

El filósofo Franz Hinkelammert ha demostrado la asociación directa que se hace en las culturas tradicionales entre inestabilidad política y económica e ilegitimidad de las autoridades. Es decir, las culturas populares en diferentes partes del mundo asocian situaciones generalizadas de pobreza e inestabilidad política con la presencia de autoridades que son ilegítimas o que han devenido autoritarias o despóticas.

En coyunturas políticas electorales electrizantes como las que atravesamos, toda práctica política -y más cuando es una práctica política, simbólica y mediática- viene cargada de multiplicidad de significados. Y conviene analizarlos para desentrañar sus fines y denunciarlos en tiempo real ante nuestro hermoso, resiliente y fervoroso pueblo bolivariano.

 

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