Opinión / Roberto Hernández Montoya

16.Sep.2015 / 11:56 am / Haga un comentario

La semana pasada dije que no confrontamos a Colombia sino a lo peor de Colombia. La humanidad debe las instituciones republicanas a la burguesía francesa; la Revolución Industrial a la inglesa; estratégicas innovaciones tecnológicas a la estadounidense —aunque no pretendo excluir las atrocidades que el capitalismo ha cometido y cometerá, por supuesto. Pero a la burguesía latinoamericana la humanidad no le debe estrictamente nada. Como no sea la deuda que tenemos con la colombiana por las fosas comunes, los paramilitares, el narcotráfico, los «casas de pique», las motosierras, el corte de corbata y otros terrores.

Si juzgamos por sus modales primorosos no la imaginaríamos capaz de sordideces y ordinarieces que desafían la facultad de las palabras para nombrar desmesuras. Habrá que limitarse a las interjecciones, al grito pelado. El paramilitarismo balbuce términos insuficientes, como picar, o sea, ‘descuartizar’ a alguien. Uno pica un pernil, un pan… Es decir, cuando se dice «picar una persona» se la considera cosa, no gente.

Con esos ademanes mimosos ha embelesado a un país formidable como Colombia, uno de los más representativos del Continente, con un mestizaje que resume todas nuestras dilatadas raíces, con una vasta variedad geográfica, con una biodiversidad de las más exuberantes del mundo, una cultura que ha llenado de riqueza el mundo. Pues bien, es a ese país real maravilloso al que su oligarquía ha martirizado más allá de lo que se alcanza a nombrar con palabras. Nos duele que no hay infamia, sordidez ni perfidia que esa oligarquía estéril y tortuosa no haya propinado a su pueblo. Y ya no le basta su pueblo, también quiere entrenarse con los de otros países: Ecuador, Venezuela…

El 2 de agosto pasado Pablo Montoya, uno de los seis colombianos ganadores del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, de lo mejor de Colombia, lo decía en su discurso de aceptación: «En Colombia hemos sido gobernados por una clase política voraz y corrupta». Y: «A veces he pensado que a Borges, quien escribió una historia universal de la infamia, le faltó para que su compendio fuera más cabal referirse a las coordenadas colombianas».

Lo peor, ya lo decía. Pero lo mejor prevalecerá y predominará, ya lo diremos.

 

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