Opinión / Héctor Agüero

7.Dic.2014 / 11:20 am / Haga un comentario

Cada quien sabe donde está parado, es el refrán que se aplica a los descontentos y revueltas que sacuden el país norteño a raíz de los asesinatos en serie de ciudadanos negros a manos de policías blancos en diferentes estados. El componente negro sabe que sus derechos existen en el papel y no en la realidad. Los blancos saben que su supremacía está consagrada en la práctica y en la tradición. Lo demás son cuentos de camino.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial emergen dos potencias, la Unión Soviética y Estados Unidos y el escenario de confrontación recibe el nombre de Guerra Fría. Para entonces la composición social de EEUU revela la presencia de una población negra objeto de discriminación y violencia, carente de recursos económicos y con un nivel educativo bajo concentrada en su mayoría en los estados sureños.

A partir de 1960 la propaganda oficial monta un show mediático donde cacarea la igualdad de derechos para todos los ciudadanos, consagrada como ley, cuyo punto de ebullición fue la marcha que concluyó en la ciudad de Washington, pero este movimiento comenzó mal ya que la ultraderecha obtuvo su trofeo al asesinar a Martin Luther King, el líder negro más carismático para el momento y al minimizar la aplicación de los derechos reivindicados por los negros. Una minoría pudo aprovechar ciertas ventajas de integración en instituciones públicas y privadas que sirvió para agitar el espejismo del país de oportunidades, libre, de justicia y donde todo es posible. Lo que no previó el gran capital fue el peso de la mano de la mano de obra hispana y la irrupción de la Revolución Cubana que influyó en el panorama político y social estadounidense. La presencia masiva de la burguesía cubana que se refugió en Estados Unidos y que poseía un mayor nivel de desenvoltura en el ámbito económico y social, alteró y relegó al desván de los recuerdos las aspiraciones de la población negra. La crisis de los misiles aseguró la sobrevivencia de la Revolución Cubana pero también apuntaló la derecha cubana en el exilio con beneficios que ninguna minoría étnica presente en USA había gozado antes: derecho a la nacionalidad estadounidense, oportunidades de trabajo, de inversión, de vivienda y un bastión, el estado de Florida, que los convirtió en una pieza clave en el enmarañado juego electoral norteamericano.

Quedaron pues relegados los ciudadanos de origen esclavo y africano, en condiciones parecidas a las que vivían en los años cincuenta del siglo XX, sin oportunidades sociales ni económicas y sin apoyo de la clase política que diseñaba sus estrategias electorales a partir del voto cubano en la Florida y del voto latino (mexicano y centroamericano) en los estados fronterizos con México. Paradójicamente es durante la administración de Obama, de piel oscura como los antiguos esclavos, que se agudizan los conflictos interraciales y que dejan al descubierto que la justicia de ese país no es ttan transparente como la venden. Caen las máscaras.

 

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