Opinión / Noticias / Richard Canan

8.Oct.2020 / 10:45 pm / Haga un comentario

Foto: Cortesía

Sin dudas que la noticia de la semana es el súbito contagio de Covid-19 por parte del inefable Donald Trump y varios miembros de su círculo político y familiar más cercano. El pobre virus se ha metido con un personaje bien particular. Un tipo atiborrado de soberbia, fiel creyente de su predestinación como líder celestial de la elite blanca de Estados Unidos, impulsores de la más absoluta superioridad racial, para más señas.

Trump es un déspota acostumbrado desde sus empresas y desde la Casa Blanca a subordinar y someter a todo su entorno. Se acostumbró por años a saciar plenamente sus caprichos, sin límite moral, ético o legal alguno.

Pues este nefasto personaje terminó positivo para Covid-19. Nada menos que uno de los presidentes más negacionistas de todo el planeta, superando con creces a sus pares Jair Bolsonaro y Boris Johnson. Durante la pandemia estos insensatos presidentes han confrontado y rechazado las recomendaciones de la comunidad científica, aumentando los riesgos de contagio de su propia población.

Trump palidece ahora en carne propia los síntomas y malestares de la enfermedad, está temeroso de los riesgos ciertos por las complicaciones que en su organismo puedan presentarse. El desasosegado Trump se enfermó además en la recta final de la campaña electoral, por lo que su desenfreno puede convertirse en una peligrosa cadena de contagio que salga mucho más allá de su burbuja de protección.

Trump, positivo para Covid-19, no fue enviado a un hospital atiborrado de pacientes y no estuvo en la lista de espera de las empresas aseguradoras para aprobar su admisión, no. Este paciente fue remitido raudamente a lujosas estancias dentro del agraciado hospital militar “Walter Reed”. Su equipo, alarmado por la salud del paciente, informó que el ingreso hospitalario formaba parte de una medida extrema de “precaución”, por ser un paciente de alto riesgo, superando los 70 años y con un evidente sobrepeso que lo mantiene sobre los 110 kilos. Su primer cóctel de antivirales perseguía controlar los síntomas iniciales de fiebre, fatiga y dificultades para respirar.

En el hospital militar y en sus aposentos en la Casa Blanca, Trump cuenta con todos los especialistas médicos necesarios, equipamiento de punta y los medicamentos más avanzados para atender sus requerimientos. Todo un privilegio. Pero esta no es la misma historia para la clase trabajadora y los excluidos norteamericanos, los cuales sobreviven sin seguro médico o solo cuentan con pólizas paupérrimas, algunas de ellas ni siquiera cubren los exámenes básicos de detección del Covid-19, mucho menos abarcan la atención médica avanzada para atender la enfermedad, como la hospitalización, los medicamentos y los altísimos costos de los servicios en las unidades de terapia intensiva.

Recordemos que la mayoría del sistema de salud norteamericano es privado, igual que las corporaciones farmacéuticas, los cuales practican libremente la usura como forma de generar ingentes dividendos para sus accionistas. Cosas de la deshumanización del capitalismo. Hay que pagar por todo, y el que logre recibir tratamiento completo se endeudará por varias generaciones.

Pero esto a Trump no lo conmueve para nada. Bajo su nefasta gestión Estados Unidos domina todas las aciagas cifras de la pandemia, con más de 7.600.000 contagiados, 215.000 muertos y más de 14.000 pacientes en situación crítica.

El descontento por la vulnerabilidad e indefensión de la población es mayúscula. Todo producto de las posturas obstaculizadoras de Trump, carente de voluntad política, negando los recursos necesarios que sí disponen raudos y veloces cuando se trata de ir a la guerra o salvar bancos. Ni siquiera pudo cumplir con la recomendación de los expertos médicos de que como jefe de Estado sirviera de ejemplo promoviendo el uso masivo de la mascarilla.

Trump se negó a esto, siendo que su metabolismo solo responde a la lógica individualista norteamericana del sálvese quien pueda. Bajo esta visión cada persona debe resolver sola sus problemas, promoviendo el egoísmo como forma de vida.

No valen lamentos para el paciente POTUS a estas alturas de la pandemia. Contagiado de Covid-19 debe recoger ahora la cosecha de sus infortunadas políticas que de seguro le pasarán factura en las elecciones de noviembre. Ya estará analizando pedirle a la Corte Suprema de Justicia o al Consejo de la Unión Europea que le lance un salvavidas e intervenga en el proceso electoral norteamericano, exigiendo la postergación del proceso (Guaidó dixit), esperando hasta el momento mismo en que Joe Biden baje en las encuestas y se pongan todos los santos a su favor. No es juego. Trump está acostumbrado a mover los hilos del poder a sus exclusivos intereses. Es el maestro de la maquinación y la perfidia.

 

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