Opinión / Noticias / Héctor Rodríguez Castro

15.Ene.2018 / 07:42 am / Haga un comentario

Fotos: Referencial

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Bienaventurado el que sabe que compartir un dolor es dividirlo y compartir una alegría es multiplicarla” repetía una y otra vez el cantautor y filósofo argentino Facundo Cabral porque, como  señala un refrán popular, cuando las arañas se unen pueden atar a un león.

Y justamente ese ha sido el gran secreto de los venezolanos para sobrevivir a los avatares a lo largo de nuestra historia: la solidaridad, el saber hacer las cosas juntos, el compartir lo poco o mucho que tenemos.

Cuenta el maestro José Antonio Calcaño en su libro La Ciudad y su música, que en la Caracas colonial, allí donde hoy está la Casa Amarilla, la Cancillería, en frente a la Plaza Bolívar, estaba la cárcel de la pequeña capital. Las autoridades españolas encerraban a los infractores en los calabozos que estaban por debajo del piso, y unas pequeñas ventanitas con barrotes daban hacia el empedrado, hacia la calle. Muchos de los carceleros eran bastante déspotas y ni se molestaban en alimentar a los detenidos. Sin embargo, los vecinos, solidarios, les proveían a los privados de libertad de desayuno, almuerzo y cena.

Y qué podríamos decir de la solidaridad de los pobres en los barrios, en los caseríos, en los pueblos: donde todos nos conocemos, y si sabemos que la vecina, la comadre, está pasando por una mala racha, nuestro plato se puede dividir, porque donde comen tres, comen cuatro.

Ese espíritu solidario se ha manifestado desde siempre, por eso somos una tierra donde el inmigrante encuentra brazos abiertos, sonrisas y bienvenidas. Ésta siempre ha sido una patria para todo el que venga a poner sus manos para avanzar juntos.

En Venezuela, nadie se siente extranjero: musiú es una palabra de amistad, la chinita de la tienda, el portugués del abasto, el ché que llegó cuando la cosa se puso fea en el sur, o el paisano que engloba a cualquier árabe, musulmán o persa.

Nosotros hemos crecido como un pueblo generoso, abierto, de mirada limpia, de sonrisa franca.  No es necesario que nos revisen en cada salida porque la honradez ha sido siempre nuestra divisa. La gran mayoría, cuando nos subimos por la puerta trasera de una buseta, y bajamos por la misma al llegar a nuestro destino, nos apresuramos a alcanzar al conductor para cancelarle el pasaje.

La solidaridad nos lleva a entender que podemos, dentro de nuestra desordenada alegría,  hacer que la comida, el vestido y los medicamentos alcancen para todos.

Es esa solidaridad que nos ha permitido sobrevivir a pesar de casi un siglo de perversión social inyectada por las petroleras y las transnacionales, principalmente por la industria del entretenimiento y los medios de comunicación. Una perversión que inyectó un exagerado afán de lucro, un egoísmo que lleva a la corrupción, y que al ser magnificado  por nuestros enemigos nos muestra como una sociedad podrida.

Pero no es así: por eso nuestras comunidades se siguen organizando para distribuir el bienestar, para lograr que funcione Barrio Adentro, Barrio Tricolor, para que el CLAP sea cada vez más efectivo y eficiente, para que los consultorios de Barrio Adentro sigan atendiendo a los vecinos. Por eso cuando se trata de autoconstrucción, hemos aprendido a multiplicar los bloques y los techos para apoyar a la viuda con sus cinco muchachos,  o al viejito que fundó  el caserío.

Es esa solidaridad la que nos va a permitir convertirnos en contralores sociales, para que las bondades de nuestra tierra se distribuyan con justicia y equidad.

Esa solidaridad será nuestra arma más efectiva contra la corrupción, y la edificación de la mujer y el hombre nuevos, que realmente seremos los venezolanos repotenciados porque simplemente sacaremos lo mejor de nosotros mismos.

Ese mañana brillante, prístino, luminoso,  que vislumbramos hoy, lo amasaremos con todas las manos juntas, porque como escribió la poetisa nicaragüense Gioconda Belli: La solidaridad es la ternura de los pueblos.

Héctor Rodríguez

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