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7.Mar.2017 / 09:24 am / Haga un comentario

Matea

Estaba próxima a cumplir diez años cuando fue traída a la casa de Caracas desde la Hacienda San Mateo para ser la “aya del niño”. Hipólita, que también llegó con Matea, tuvo a su cargo amamantar y velar por la crianza y cuidado del niño. Ambas se conocían y eran como hermana mayor y menor.

Según Antonia Esteller Camacho Clemente y Bolívar, sobrina y bisnieta de Simón Bolívar, quien hizo una biografía sobre Matea, la niña “fue bien recibida por la esposa María de la Concepción Palacios y Blanco, al lado de la cual aprendió con esmero el arte culinario y sus postres se hicieron muy famosos”.

Igualmente, refirió que “(…) sabía coser, bordar y planchar a la perfección. Si la bella y joven esposa de don Juan Vicente Bolívar tenía que asistir a algún baile, era siempre su esclava favorita quien la ayudaba en su tocado que siempre resultaba de exquisito gusto”.

Matea no solo cuidó a Simoncito, si no que fue su compañera de juegos, travesuras y correderas por los largos pasillos de la casa colonial, y también por la plaza San Jacinto cuando podían escaparse. Eran “uña y carne”, como quien dice, y entre sus juegos favoritos estaban el palito mantequillero, gárgaro malojo, la gallinita ciega, el escondite, correr por el jardín de granados, y, cuando iban la casa de verano de la familia, hoy conocida como la Cuadra de Bolívar, esconderse entre los cañaverales, trepar árboles y nadar en el río Guaire. Otro de sus juegos favoritos era planificar y hacer batallas con los soldaditos de plomo que solían regalarle a Simoncito en su cumpleaños. Siempre estaba pendiente del niño Simón, incluso, “(…) de tener nísperos y granadas en la mesa” porque eran sus frutas favoritas.

Durante doce años estuvieron juntos, Matea acompañó a Simón cuando fallecieron sus padres y su abuelo materno y padrino don Feliciano. Luego, Simón se fue con su tío Carlos, quien estuvo a cargo de su custodia, pero el jovencito y el tío no se llevaron bien y empezó una querella familiar entre el tío y María Antonia, la hermana mayor de Simón. De hecho, cada vez que tenía algún enfrentamiento con el tío, corría a buscar consuelo y compañía de Hipólita y Matea, quienes vivían en casa de su hermana María Antonia. Entre querellas y escapadas, le dieron por tutor y maestro al joven Simón Rodríguez. Así que el niño creció amamantado y consentido por Hipólita, acompañado y hermanado con Matea, y forjando el espíritu con su maestro Rodríguez y “su meticuloso plan rousseauniano”. Con catorce años de edad, ingresó al Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, y luego partió a Madrid.

Breves reencuentros

No volvieron a verse sino hasta 1802 cuando Simón volvió de Europa, ya casado. Contó Antonia Esteller Camacho Clemente y Bolívar, que al conocer la noticia de su regreso, Matea “suplicó a su ama, doña María Antonia, que le permitiera que fuera ella la criada de mano, la que sirviera en aquel joven matrimonio”.

Y así fue, Matea se fue con los amorosos a San Mateo, pero en breve, murió María Teresa del Toro, la esposa de Simón. Como otras tantas veces, Matea puso su hombro moreno y compartió lágrimas con el joven. Luego, Simón partió a Europa, y a su regreso se incorporó a la causa independentista.

Volvieron a verse cuando Bolívar acampó en el pueblo de San Mateo, luego de la heroica defensa de La Victoria en febrero de 1814, pues la familia Bolívar se había trasladado a la casa de San Mateo resguardándose de los españoles. Fue allí, cuando Antonio Ricaurte, ante la avanzada del ejército comandado por Boves, voló el fuerte para hacer retroceder a los realistas y evitar que llegaran a las armas. Este hecho lo contó Matea en 1883 al periodista y dibujante colombiano Alberto Urdaneta, y cuya nota fue publicada en El Papel Periódico Ilustrado de Bogotá:

— “¿Usted estuvo en algún combate?

— Estuve en la pelea de San Mateo con el niño Ricaurte.

— ¿En dónde estaba usted en San Mateo?

— En el trapiche; cuando los españoles bajaban el cerro, el niño Ricaurte mandó salir la gente y fué á la cocina, le pidió un tizón á la niña Petrona y nos mandó salir por el solar.

— ¿Usted vio qué hizo Ricaurte?

— Subió al mirador onde estaba la polvorera.

— ¿A dónde se fueron ustedes?

— Cuando corríamos para el pueblo onde estaban peleando estalló el Trapiche y á nosotros nos metieron en la iglesia.

— ¿Qué dijo Bolívar?

— Yo no oí conversar a mi amo porque nosotros no nos metíamos en las conversaciones de los blancos.

— ¿Para qué dio fuego Ricaurte a la pólvora?

— Pues para defenderse y defender á los demás”.

Aunque Bolívar le otorgó la libertad, Matea se quedó con María Antonia, y, tras la persecución de realistas, se fueron a La Habana y Curazao por una larga temporada. Cuando fueron trasladados los restos de Bolívar, desde la Catedral hacia el Panteón Nacional, el 28 de octubre de 1876, allí estuvo Matea, quien para entonces tenía 103 años de edad.

Esta longeva mujer, amorosa de Bolívar, murió el 29 de marzo de 1886. Dicen que sus últimas palabras fueron: “Me voy a ‘onde está el niño Simón”. Sus restos fueron llevados a la capilla de la Santísima Trinidad, en una cripta junto a los padres del Libertador.

Este 8 de marzo, en el marco del Día Internacional de la Mujer y como parte del Plan Nacional de Descolonización, Matea Bolívar ingresa al Panteón Nacional, porque ella, como Hipólita y Robinson, también formó el corazón del niño Simón para lo bueno.

Retrato hablado de Matea por Reinaldo Bolívar

“(…) La joven ha estado junto al niño desde su nacimiento, siendo ella una infanta de 9 años. En sus primeros momentos, Matea niña era supervisada por la joven Hipólita, mujer de 18 años (…).

La joven, de contextura fuerte por el ejercicio, es de piel negra suave. Se piensa, por los datos aportados por su abuelo Nicolás, que sus padres provenían del occidente de África, entre las tierras que van de Benin a Senegal, lo que explica su alta estatura, que, aún sin desarrollar por completo, supera ya el metro sesenta y cinco, por lo que es fácil predecir que en dos años medirá por sobre uno setenta.

Su cabello es crespo. Por coquetería lo peina casi hasta alisar con cremas o mantecas naturales propias de las mujeres africanas o afro de los llanos de Venezuela. Por estar al servicio del acaudalado niño Simón, se le permite elementos de distinción como las medias pañoletas que usa para engalanar sus cabellos y las argollas en sus orejas. Viste con frecuencia vestidos largos coloridos, a la usanza africana.

Rostro ovalado, sin llegar a notar gordura, Sus vivarachos ojos son de un profundo negro azabache, pequeños y agudos. Su boca mediana, de labios carnosos sin llegar a ser gruesos, está adornada por un unos perfectos dientes blancos, que hacen juego con sus ojos. Su nariz es típica de las africanas occidentales, guardando armonía con su sonrisa.

Sus manos, aun no siendo suaves, están cuidadas, detalle propio de las esclavizadas dedicadas a la atención y educación de los niños ricos de la época. Tenían siempre que estar bien presentables para los patrones, quienes pagaban al cabildo un impuesto anual por tener “negras domésticas”.

Su busto ha empezado a desarrollarse y debajo de las telas del colorido vestido empieza a definirse para darle a su figura un destacado toque. Vista con ojos deportivos, se estaría frente a una joven atlética, considerando, además, las habilidades que adquirió en el dominio de los caballos, trepar árboles, nadar en el río Tiznados y el río Aragua, y correr a campo travieso.

Por las costumbres sanas de alimentación y ejercicio es predecible que su cuerpo se mantendrá juvenil hasta más allá de los cincuenta. Aunado a ello, su constante actividad física y mental en la Guerra de Independencia al lado de Simón Bolívar, amén de su exilio en Curazao y Cuba al lado de María Antonia Bolívar.

La imagen que ha popularizado la historia fue el retrato que le hicieron en 1870, cuando ya tenía 100 años de edad, y aún estaba de pie, lo que comprueba que fue una mujer saludable, de espléndidas condiciones físicas”.

Canto de arruyo de Matea al niño Simón

Duélmete mi niño
Mi niño Simón
Que allá viene el coco
Con un carrerón,
Mira que tu mae
Con tus hermanitos
Salió a San Mateo
Salió tempranito.

Duélmete Simón
De mi corazón
Te doy mazamorra
También papelón
Tú si eres inquieto
Mi niño por Dios.

Arroró mi niño
Arroró mi sooó
Duélmete mi niño
Mi niño Simón.

 

Ciudad CCS

 

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