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8.Mar.2017 / 08:57 am / Haga un comentario

Matea e Hipólita

Leche libertaria

Esa boquita se aferraba al pecho de la mamá negra. Se estremecía el bebé con la leche tibia y abundante, que fluía generosa de los pechos acanelados y turgentes de Hipólita. Pero no era dar la teta por darla. Cuando los ojos de Hipólita y Simón se encontraron, se selló un pacto infinito de amor. El bebé tomaba la teta y la mamá negra le sonreía, le cantaba, lo acariciaba. Su voz y su olor lo aquietaban. En su regazo estaba el mundo. En los ojos profundos de aquella mujer, la historia de un pueblo en resistencia.

Con Hipólita aprendió a caminar, a decir sus primeras palabras y a contemplar la naturaleza. Con su mamá negra, estuvo entre la cocina y el patio compartiendo como iguales con negras y negros; y correteando con su aya Matea. En Hipólita encontró complicidad y complacencia a sus caprichos, pero también, vivencias y enseñanzas para forjar un espíritu amoroso y sensible. Quizás, durante esos años, su ama de leche también alimentó esa sed de gloria justiciera, de fuego sagrado que años más tarde lo impulsó a emprender un proyecto emancipador.

Lo cierto es que Simón amó tanto a su mamá negra que en carta enviada a su hermana María Antonia expresó: “Te mando una carta de mi madre Hipólita, para que le des todo lo que ella quiere; para que hagas por ella como si fuera tu madre, su leche ha alimentado mi vida y no he conocido otro padre que ella”.

La flor de las esclavas

Cuentan que para entonces era una distinción que una esclava fuera elegida para amamantar a los hijos e hijas de sus amos, pues eso le garantizaba una serie de privilegios como disfrutar de abundante comida, contar con mejores prendas de ropa y mejor trato. Aunque dolorosamente, les tocaba dejar a sus propios críos de lado.

Hipólita, a quien llamaban en la Hacienda El Ingenio, la flor de las esclavas, fue llevada a la casa Bolívar Palacios para ocuparse de dar el pecho y cuidar a Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, ya que su madre, doña María de la Concepción Palacios y Blanco, padecía de tuberculosis. Incluso, varios meses antes de su llegada, quien se ocupó de dar la teta al niño, pues recién había dado a luz, fue doña Inés Mancebo, una dama cubana, vecina e íntima amiga de doña Concepción.

Cuando llegó Hipólita a la casa de Caracas, era “(…) una joven de unos veinte años rebosantes de buena salud, de agraciada estampa, alta, bien formada y ágil (…)”. Había nacido en San Mateo el 13 de agosto del año 1763, y entre muchas virtudes destacaban que “era una mujer sencilla, ordenada, que ponía su empeño y tesón en atender cabalmente las tareas que le fuesen asignadas”.

Hipólita no solo alimentó a Simoncito, sino que también lo cuidó amorosamente y lo acompañó en momentos difíciles como la pérdida de su padre, Juan Vicente Bolívar, antes de cumplir tres años, seis años después, la muerte de la madre, y luego la muerte del abuelo Feliciano, quien había quedado a su cuidado. Quizás estas pérdidas incidieron en el carácter del niño, quien desde pequeño, fue “intranquilo, impaciente, curioso y rebelde”, según señaló el poeta Gustavo Pereira. Afortunadamente, esas energías fueron encauzadas por el maestro Simón Rodríguez, en el tiempo que lo tuvo de tutor y que vivió en su casa, pues su visión de educar en contacto con la naturaleza, a través de experimentos y actividades manuales, ejercicios y mucha lectura, fue fundamental para “formar su corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”.

Vale mencionar que mientras estuvo con Rodríguez, y se resolvía la querella en su familia por su custodia, con regularidad se escapaba a casa de su hermana María Antonia, para ir a por los besos de su Hipólita. Con apenas 14 años se irá el joven al Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, y luego a Madrid.

Breves reencuentros

Hipólita regresó a San Mateo, y se reencontró con su niño Bolívar, ya Libertador, en los días de la heroica defensa de La Victoria en febrero de 1814, cuando acampó en el pueblo de San Mateo. Allí estuvo la mamá negra, acompañándolo pero también “socorriendo a los heridos”, y por sobre todo, “infundiendo esperanza”, como refirió Carmelo Paiva.

Tiempo después, regresó a Caracas para vivir en la Parroquia San Pablo, donde hoy día está la urbanización El Silencio. Importante mencionar que aunque Bolívar concedió la libertad a sus esclavos y esclavas, ella, al igual que Matea, se mantuvo vinculada con la familia, de hecho, María Antonia y su hija Valentina estuvieron siempre pendientes de la mamá negra.

Volverán a verse en enero de 1827, cuando Bolívar visitó Caracas para intentar detener el movimiento separatista impulsado por Páez y conocido como La Cosiata. Caracas lo recibió en alegría colectiva y decorada con ramas, palmas y coronas de flores y banderas. Cuentan que en medio de la multitud reconoció a Hipólita, así que rápidamente se bajó del coche para ir a los brazos de su vieja querida.

Hijo protector

Aunque no se vieron durante largo tiempo, Bolívar siempre estuvo pendiente de Hipólita, y en diferentes cartas, que podrán encontrar en archivolibertador.gob.ve, quedó el testimonio de su estrecha relación:

“Mi querida Antonia: Del dinero que queda en tu poder procedente de la letra, tendrás la bondad de dar a Hipólita cuarenta pesos”.

“Mi querido Álamo: La vieja Hipólita deberá ocurrir donde V. para que le dé treinta pesos de mi cuenta mensualmente”.

“Mi querido Anacleto: (…) te mando una orden para que dicho arrendador pase mensualmente a tu madre cien pesos mensuales, y a la vieja Hipólita treinta para que se mantenga mientras viva”.

Al altar patrio

Hipólita se fue a otros paisajes el 25 de junio de 1835. Un mes después sus restos fueron llevados a la capilla de la Santísima Trinidad, en una cripta junto a los Bolívar. En el marco del Día Internacional de la Mujer y como parte del Plan Nacional de Descolonización, Hipólita, mujer afrodescendiente, ingresa al Panteón Nacional.

Retrato hablado de Hipólita por Reinaldo Bolívar

“(…) Hipólita es una esbelta joven, típica mujer originaria de África Occidental. Su estatura está por encima del promedio que consideraban los esclavistas debía medir una “pieza” (…) es de contextura fuerte y cuerpo hábil. Son conocidas sus destrezas como jinete. Por ser servicio doméstico tiene la oportunidad de lucir ropas acordes con la opulencia de sus señores (amos). Ha adquirido destreza en la preparación de alimentos y en el cuidado esmerado del bebé y luego niño Simón. Se expresa con soltura y don de mando a la vez. Aprovechando que su propio hijo es de la misma edad que Simoncito se las ingenia para cuidarlos a ambos, responsabilidad para lo cual es de suma ayuda la niña Matea, ya muy hacendosa y conocedora de los oficios (…)”.

Reláfica de la Negra Hipólita nodriza de Bolívar por Andrés Eloy Blanco

¿Uté ha visto?,
¡Le va a pegá!
¿Y po que le va a pegá?
¿Po que e su mama?
Esa e rasón;
Yo también soy su mama;
Su mama somo la dó.

¡No me le pegue al niño,
Misia consesión!
Déjemelo maluco,
Déjemelo grosero,
Déjemelo lambío,
Déjemelo pegón.

¿Qué les pega a los blancos?,
¿Qué le pega los negros?,
¿qué le pega a tós?
¡pues, que les pegue, que les pegue,
que les rompa el morro,
que les rompa el josíco,
que tiene razón!

Mi niño no é malo,
Lo que pasa é lo que pasa, Misia cosesión:
Que defiende a los chiquitos,
a los negritos,
a los blanquitos,
contra e grandulón.

Mi niño Simón é malo,
Mi niño Simón pelea,
Mi niño Simón é el diablo,
Mi niño Simón é la incorresión de la incorresión…

¡Pero é que uté no sabe, é que uté no sabe
cómo hay gente mala, mi ama Consesión!

Que viene lo blanco malo,
que viene lo negro malo,
que viene lo grande malo,
¡ahí esta el pegao!
que le brinca a la bemba,
que le brinca al guargüero,
que le brinca a la pasa,
que le brinca a tó;
y tiene justicia pa pone la mano
y é la incorresión de la incorresión…

¡No me le vaya a pegá!
Uté no é más mai que yo.
Déjemelo endiablao,
Deje que pelee
Mi niño Simón…

 

CiudadCCS

 

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