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7.Nov.2016 / 03:21 pm / Haga un comentario

CLINTON Y TRUMPEs el mismo sistema electoral del siglo XVIII
El sistema de partidos y el mecanismo electoral empleado en las elecciones presidenciales, en su esencia estructural y su funcionamiento, fue consagrado dentro de las cláusulas de la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, sancionada en 1781.

Mientras que en materia tecnológica son evidentes los cambios en tanto procesamiento y cómputo del voto, son muy pocas las modificaciones en el sistema como tal.

Elecciones en segundo grado: ni universales, ni directas, ni secretas

El voto por el presidente y el vicepresidente es indirecto en tanto a relación directa del soberano con su voto, por el que media un segundo acto electoral. Se compone por el llamado «voto popular» y el «voto electoral».

El primero representa el voto directo del ciudadano de a pie, que delega su opción al Colegio Electoral.

Mientras que el segundo, el llamado elector, vota directamente en representación de su Colegio Electoral (del voto popular) en la capital de su respectivo estado.

El número de «electores» por estado es proporcional al número de congresistas en la entidad. Y su voto, a pesar de la suma de votos populares, puede ser discrecional: puede fijar una posición distinta al conjunto de votos populares.

De ahí que el voto directo del «elector» del Colegio Electoral sea el que defina las elecciones: quien conquiste los 272 votos electorales (son 538 en total) necesarios ganará las elecciones, independientemente de si el candidato derrotado obtenga mayor número de votos populares, como le ocurrió, a grandes rasgos y en teoría, a Al Gore frente a George W. Bush en las elecciones del año 2000.

El voto popular, entonces, sirve como medida del voto electoral, y a la hora de impugnar un resultado en el ámbito del voto electoral, se consultan los votos populares emitidos en equis estado de la Unión.

En el siglo XVIII, un voto representativo, en segundo grado, no sólo obedecía a la vertebración jurídica del naciente sistema federal norteamericano, también se debía a una razón más simple que en el presente pierde toda justificación: los votos contados tenían que viajar al Congreso desde los 13 estados de la Unión, puesto que es esta instancia donde finalmente se sanciona reconociendo o no, los resultados electorales.

Los estados pendulares (swing states)
De ahí que, a la hora del conteo, algunos estados sean decisivos a la hora de definir un ganador.

En algunas regiones existen tendencias electorales históricamente estables: una victoria del Partido Republicano es más que predecible en el sureño estado de Mississipi, mientras que lo mismo puede decirse de un voto a favor del Partido Demócrata en el norteño estado de Massachusetts.

Mientras que en otros, los llamados «estados morados» (por la combinación del rojo republicano y el azul demócrata) tienden a variar de acuerdo a su opción a lo largo de la historia, toda vez que son los que definen finalmente el resultado de las elecciones.

Son estados donde se juegan un número decisivo de votos electorales: Ohio, Florida, New Hampshire, Nevada y Carolina del Norte son algunos de ellos.

En el actual contexto electoral, muchos analistas sostienen el papel definitorio de Carolina del Norte, y dentro de ese microcosmos, la ciudad de Pittsboro, que según esa línea, por sí misma, refleja y definirá el panorama general: quien gane en ese distrito proyectará al ganador a nivel nacional.

El bipartidismo hegemónico
Son varias las creencias erradas sobre la composición partidista norteamericana (tanto en las tendencias internas como en la existencia de otros partidos). La primera, sustentada en una media verdad, versa que el Partido Republicano representa a todos los sectores de la derecha conservadora gringa, mientras que el Demócrata a la izquierda liberal.

Así como mucho de cierto puede tener tal afirmación, dos factores modifican la aritmética simple de esa ecuación: en primer lugar, el neoliberalismo y el control del poder financiero sobre el sistema (Wall Street + Reserva Federal) trastocó las coordenadas ideológicas generales, y en su profundidad, ni la derecha per sé ni los movimientos conservadores que se sintetizan dentro del Partido Republicano piensan igual o apuestan a lo mismo, así cada tendencia use la plataforma de dicho partido para imponer su línea política y su programa de acción, lo mismo en el Demócrata (sobre esto, más adelante).

La segunda afirmación generalizada, también sustentada en una media verdad, consiste en la creencia de que sólo dos partidos participan de la contienda electoral. Pero eso no hace menos cierto que la presencia de partidos menores, su participación, exposición mediática e influencia directa en el sistema federal (frente al poder local) es absolutamente marginal.

En la cita electoral 2016, aparte de Donald Trump (republicano) y Hillary Clinton (demócrata), también compiten Gary Johnson del Partido Libertariano (conservador, asilacionista) y Jill Stein del Partido Verde (ecologista, feminista, de izquierda). Los llamados «terceros partidos». Según diversas encuestas, Johnson cuenta con un 7% de apoyo, mientras que Stein con un 3%.

También es tradición que algunas formaciones o individualidades lancen candidaturas con clara conciencia simbólica bien sea para ganar exposición o transmitir un mensaje, como lo hizo, durante años, el escritor y activista de los derechos indígenas Leonard Peltier, desde la prisión.

Pocas veces los «terceros partidos» han tenido impacto sustancial, y cuando lo tienen ha sido sustrayéndole electores a las dos formaciones principales. Como cuando los votos a favor del magnate Ross Perot, en las elecciones de 1994, entronizaron a Bill Clinton y le tumbaron un segundo mandato a George Bush padre.

Pero despejadas las medias verdades, la afirmación de la hegemonía bipartidista es indiscutible, situación que se terminó de consolidar cuando por vía congresional se desregularon los canales y formas de financiamiento de las distintas candidaturas, permitiendo la creación de súper fondos y mega donaciones, siempre realizadas por el poder financiero y el capital corporativo/especulativo.

No era de gratis que el escritor Gore Vidal describía a la dupla partidista demócrata/republicana como las dos alas de un mismo avión. Avión que expresa su posición ante el mundo desde su política exterior, donde tales divisiones terminan borrándose.

 

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