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1.Feb.2017 / 02:45 pm / Haga un comentario

Ezequiel Zamora

Ezequiel Zamora, figura central de la Guerra Federal, fue durante mucho tiempo un hombre vilipendiado por la historiografía venezolana, y pese a formar parte de los nombre célebres inscritos en el Panteón Nacional, hasta hace casi dos décadas poco se hablaba de él y cuando se hacía, generalmente era para desprestigiarlo por sus fuertes opiniones y acciones.

Este olvido no es inocente ni accidental, no se trata de un nombre abandonado por su poco valor para el país, sino todo lo contrario. Tan solo pronunciar su nombre ante la clase dominante del siglo XIX generaba el más aterrorizante rechazo por el símbolo en el que se había convertido: la liberación de los pobres y la sublevación al sistema impuesto por la oligarquía.

La Guerra de Independencia había sido librada para establecer una sociedad más justa y equitativa, para romper con la tiranía del rey español y brindar la mayor felicidad posible al pueblo. Esas promesas habían caído en el más profundo olvido. Luego de la separación de Venezuela de la Gran Colombia, buena parte de la estructura social colonial quedó intacta. El hecho de que la esclavitud y el latifundio siguieran siendo los principales motores de la economía, y se haya mantenido la exclusión social y política de la inmensa mayoría de los sectores populares, daba cuenta de lo poco interesada que estaba la oligarquía de modificar aquel viejo orden de la colonia. El hecho de que el mismo José Antonio Páez decidiera regresar grandes extensiones de tierra, expropiadas por  a la oligarquía durante la Guerra de Independencia para repartirlas entre los soldados adscritos a la causa patriota, demuestra el poco interés que tenía la oligarquía en generar condiciones de cuño progresista en el país. Mientras en la cúspide de la pirámide social, las clases dominantes seguían viviendo en la opulencia, la gran mayoría vivía de la población en la pobreza.

Páez y sus aliados del partido conservador, debían enderezar y recuperar la economía venezolana, arrasada por la guerra, por lo que promulgaron leyes como la del 10 de abril o Ley de Libertad de Contratos, que contemplaba el remate de las propiedades de los deudores que no pudieran pagar a los acreedores y que se cumpliera la voluntad de los contratantes sin ningún tipo de consideración hacia el deudor. Esto pudo haber tenido sentido en un país en el que la situación exigía acciones drásticas pero pronto se vería las consecuencias de tales leyes que beneficiaron solo a un puñado de familias.

La liberación de los esclavos nunca se llegó a dar; los indígenas seguían siendo pisoteados, al igual que los pardos y negros. Incluso los pequeños propietarios y comerciantes de los centro urbanos eran víctimas de los despojos de los grandes capitales usureros, que actuaban impunemente gracias a leyes que amparaban sus prácticas poco honestas.

Las prácticas de la burguesía de aquel entonces, nacional y extranjera, como el encarecimiento del crédito y de las ejecuciones de hipotecas, y la marginalización de pequeños comerciantes, llevaron a la quiebra a docenas de estos últimos, agravando la situación de descontento popular por la violencia y ambición oligárquica que azotaba a la mayoría de la población, especialmente en las zonas rurales donde prevalecía una inmensa injusticia social aunada a la atrocidad medieval. Los campesinos y peones de las haciendas vivían para intentar pagar sus deudas que eran vitalicias, e incluso llegaban a trasmitirse de generación en generación.

Por otra parte, el sector latifundista de la oligarquía también veía frustrados sus intentos de llegar al gobierno, en vista a la férrea centralización del poder que ejerció el partido Conservador, especialmente Páez, quien gobernaba estando nominalmente o no en la presidencia. Esto llevó a una ruptura entre los sectores oligárquicos de Venezuela, aliados después de la Guerra de Independencia para evitar a toda costa el desarrollo del proyecto bolivariano, con la creación del partido Liberal en 1840.

Todas estas injusticias generarían un caldo de cultivo que llevarían, primero a las guerras campesinas de 1846-1847, en las que Zamora estaría involucrado, y posteriormente en la cruenta Guerra Federal (1858-1863), donde el General del Pueblo sería protagonista esencial.

El programa político

Tomando en cuenta las injusticias descritas anteriormente, que se quedan cortas para todo lo que ocurría en la Venezuela de aquel entonces, no es de extrañar que el programa político y de lucha de Ezequiel Zamora haya girado en torno a la libertad de los hombres, de las tierras y de liquidar a la oligarquía; fiel reflejo de esto son las consignas “Hombres y tierras libres” y “Horror a la oligarquía”.

El origen de la formulación de su programa político tiene que ver con la formación progresista que recibió desde su infancia, en la que la equidad y la justicia social fueron fundamentales. Zamora fue admirador de la Guerra de Independencia, de la Revolución Francesa y de Espartaco. Posteriormente, luego de establecerse en Villa de Cura, se volvió un asiduo lector del periódico liberal El Venezolano lo que fue determinante en su postura política, ya que a través de este medio el líder del partido liberal Antonio Leocadio Guzmán vociferaba sus denuncias demagogas contra el gobierno y el sistema social imperante.

Luego de afiliarse al partido, Zamora funda la Sociedad Liberal de Villa de Cura en la que comenzó a propagar los fundamentos liberales a todo el que lo oyera. Quienes ya lo conocían por su intachable conducta, se aproximan confiados a escuchar el mensaje que comenta sobre la posición del partido en las páginas del periódico, a cuyos editoriales políticos, agrega comentarios sobre la injusticia predominante, sobre la mala distribución de la tierra, y sobre la explotación del pueblo por los godos, en un lenguaje tan llano como el del pueblo.

Fue Zamora quien empezó a darle coherencia, consistencia y proyección revolucionaria a las ideas que expresaba Guzmán demagógicamente a través de El Venezolano, y ciertamente se puede calificar de demagógico porque (como se comprobaría en los siguientes años) Guzmán solo buscaba entrar en la repartición del poder y recibir su cuota pesetera como buen oligarca que fue. A diferencia de éste, Zamora explicaba los fundamentos filosóficos que defendía con experiencias personales comprensibles para el pueblo llano al que le hablaba.

El programa político de la Sociedad Liberal Zamorana, cuyo eje trasversal es el reparto de la tierra y la libertad de los esclavos, se articula en cuatro principios simples pero consistentes, que eran fácilmente absorbidos por las masas afiliadas debido a su concreción y su raigambre en la realidad de la opresión reinante: Comunidad de las tierras; Hombres libres; Elección popular y principio alternativo; Horror a la oligarquía.

Estos cuatro elementos iban claramente en contra del sistema establecido, en el que la propiedad de las tierras estaba concentrada en un puñado de familias, que gobernaban el país a su antojo y según sus intereses particulares, y que habían establecido defendido un sistema social excluyente.

Ejemplo de ello es el sistema electoral vigente desde 1830, que solo permite el voto a una mínima parte de la población: hombres, mayores de edad, propietarios, con una renta mínima anual determinada, no deudores y no penalizados por la justicia; es decir, los “ciudadanos”.

A este programa también se le suman propuestas de avanzada para la época, era realmente un programa progresista: la abolición de la esclavitud y la pena de muerte por delitos políticos; la defensa de la libertad absoluta de la prensa, de tránsito, de asociación, de representación y de industria, de cultos; inviolabilidad del domicilio, de la propiedad, de la correspondencia y de los escritos privados; independencia absoluta del poder electoral, elección universal, directa y secreta, entre otras propuestas.

No obstante, pese a que éste era el programa político del partido liberal, poco o casi nada de esto se concretó luego de la muerte de Zamora, por lo que, entre otras razones, el verdadero líder de espíritu revolucionario fue el General del Pueblo Soberano.

Como diría Laureano Villanueva, Zamora “no estaba haciendo guerras para imponer gobernantes a los pueblos, sino al revés, para que los pueblos se gobernaran por sí, pues era de este modo como él entendía el liberalismo y la Federación”.

¿Muerte accidental o inducida?

Zamora se había convertido en una figura determinante en el panorama político de Venezuela a mediados del siglo XIX. Su verbo avasallante, su accionar inspirador, su genio militar, sus ideas radicales y la movilización popular que generaba, lo convirtieron instantáneamente en un peligro para la oligarquía venezolana, tanto conservadora como liberal.

No es de extrañar que su muerte, ocurrida en San Carlos, Cojedes, en 1860, estuviera planificada o que su entierro se haya dado en un profundo secretismo. Hay que recordar que los principales aliados políticos liberales de Zamora como Guzmán y Juan Crisóstomo Falcón, fueron de extracción burguesa, por lo que de aplicarse el programa de lucha del general, se verían profundamente afectados sus intereses políticos, económicos y sociales.

Además, durante la Guerra Federal, se dieron muchos sucesos que hacen suponer que los “aliados” movían sus piezas buscando su caída. La constante desaprobación de Falcón a los planes militares de Zamora y su negativa inicial de someterse a su mando; la tardanza del primero en unirse a la causa y de unir sus fuerzas con las de Zamora al desembarcar lejos de las tropas de éste y dilatando al máximo su encuentro; la disposición unilateral e inconsulto del bando de Falcón a buscar el entendimiento político con el gobierno conservador para concluir la guerra pese a los posibilidades de éxito; las conspiraciones de Falcón, Guzmán Blanco y otros generales para intentar destituir a Zamora de la conducción militar, y la ejecución de algunas maniobras militares que ponían en peligro la victoria liberal, hacen pensar que efectivamente los supuestos aliados de Zamora buscaban ponerle fin a la amenaza que representaba.

No en vano, el general Jesús María Hernández dijera en manera asertiva a Zamora: “Pele el ojo, General, no se descuide ni un solo momento porque el General Falcón juntamente con los suyos meditan darle un balazo, y después de hecho este atentado, no hay remedio y pobre de nosotros”.

La “premonición” se cumplió. Muerto Zamora durante el asalto a la plaza de San Carlos, insignificante para la estrategia del ejército liberal y “curiosamente” planificada por Falcón, el proyecto revolucionario de reforma agraria y social fue enterrado por los máximos dirigentes del partido liberal, entiéndase Falcón y Guzmán Blanco.

Luego, en un movimiento absurdo y posiblemente inescrupuloso de estos líderes, el glorioso ejército campesino fue llevado a la Batalla de Coplé al mando de un general de apellido Díaz (Falcón había entregado previamente el mando) en el que fue aniquilado por el ejército conservador, perdiendo de 4 a 5 mil soldados, luego de tener prácticamente en sus manos la victoria militar y por ende, el poder político.

Posteriormente, en 1863, Páez, Falcón y Guzmán Blanco firmarían el Tratado de Coche poniéndole fin a la Guerra Federal. Lastimosamente, el proyecto revolucionario de Zamora ya había muerto con su asesinato y tendrían que pasar más de un siglo para que sus banderas y el grito de “Hombres y Tierras Libres” fueran enarboladas de nuevo, ésta vez, bajo el liderazgo de otro ilustre y aguerrido venezolano: el Comandante Hugo Chávez Frías, quien lo revivió de las catacumbas de la historia y dignificó su importante papel en la historia de nuestro país.

JUHA ARELLANO/CIUDAD VALENCIA

 

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