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1.Feb.2017 / 04:48 pm / Haga un comentario

Foto: Referencial

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«Tierras y hombres libres» fue sin duda la consigna que trascendió la Guerra Federal (1859-1963), junto a «Horror a la oligarquía». Muchos le otorgan a las consignas elementos que pueden unificar criterios y caracteres, incluso parecen suficientes como premisas intelectuales que justifican luchas específicas. Sin embargo, las consignas federales eran apenas gritos de guerra de una realidad histórica que atormentaba a las mayorías.

Por eso Orlando Araujo en Venezuela violenta describe a las entonces «masas rurales paupérrimas, defraudadas por la revolución de Independencia, vegetan ahora entre la esclavitud y la servidumbre. Sobre ellas remacha su dominación el oligopolio de la tierra, que se hace cada día más poderoso, más concentrado, más explotador. A los nombres de los antiguos latifundistas se van sumando los de los militares y políticos afortunados. A los Mendoza, a los Mijares, a los Freites, a los Tovar, se añaden ahora los Monagas, los Oriach, los Isava, etcétera. Todos estos hombres comen tierra y hacen del siglo XIX venezolano un siglo terrófago».

La terrofagia es otra manera de nombrar la consecuencia del monopolio de la tierra por parte de unos pocos por la vía violenta. Y con esa misma moneda pagaron los campesinos que fueron víctimas de este acaparamiento agrícola, constituidos en montoneras. La insurrección campesina en la que participó Ezequiel Zamora en 1846 hasta mediados del años siguiente fue una respuesta sin mayor programa de acción que el de la explosión social hecha violencia.

El 7 de marzo de 1859, Zamora clamaba para la muchedumbre miliciana de Coro: «Vuestros enemigos os contestan con denuestos y desfiguran la historia de vuestros hechos. Suponen temores infundados: se ocultan; huyen como si hubiese perseguidores y escriben con audacia que sois una compañía de asesinos y ladrones, un puñado de bandidos».

Con esto se alcanzaba a difundir ese «horror a la oligarquía», ya que los periódicos caraqueños tildaron a Zamora de «bestia salida del Averno». Un hombre con rasgos caudillescos como el nacido en Cúa, terrateniente él mismo aunque identificado con el campesinado criollo.

Ese mismo Ezequiel tuvo en 1859 un liderazgo que no se puede explicar sin el mencionado marco histórico descrito anteriormente. Lo que tuvo como consecuencia la invención del estado federal de Barinas en mayo de ese año. Federico Brito Figueroa, quien ha sido -incluso hasta el día de hoy- vilipendiado por la historiografía puntofijista como un manipulador rojo de fechas e historias patrias, fue el que mayor información proveyó sobre la gesta zamorana. Siguió los vestigios del culto heroico que comenzó a delinear Laureano Villanueva con su comentada biografía de Zamora, pero con la sobriedad marxista de quien reconoce en el caudillo un síntoma de su momento histórico y no una estatua de mármol en medio de una plaza.

Gracias a Brito Figueroa sabemos que con los gobiernos federales de Coro y Barinas, Zamora aprobó personalmente medidas destinadas a favorecer las mayorías: 1. Cinco leguas de tierra a la redonda y por los cuatro puntos cardinales para uso común de cada pueblo, villa o caserío. 2. Eliminación del sistema de cobro de arriendo por el uso de la tierra para fines agrícolas o pecuarios. 3. Fijar los jornales de los peones de acuerdo con las labores. 4. Que los amos de hatos empotreren diez vacas paridas de modo permanente en las tierras del común para suministrar diariamente, y de modo gratuito, una botella de leche a los hogares pobres.

Como sabemos, todo eso se fue lanzado al olvido jurídico con el asesinato de Ezequiel Zamora. Aunque no resolvía por lo pronto el problema latifundista de las tierras venezolanas, tampoco se puede subestimar lo hecho en la época con el juicio desde una trunca moralidad actual.

Santa Inés como analogía

En esta compilación de textos de Federico Brito Figueroasobre el General del Pueblo Soberano, como era reconocido Zamora durante las guerras campesinas, el acercamiento que se tiene con relación a la Batalla de Santa Inés es militar y social, una combinación que se acerca a una visión socioestratégica digna del chavismo en su versión unión cívico-militar.

Descrita como un vasto teatro de operaciones, Santa Inés de Barinas estaba tomada por el llamado Ejército Federal de Occidente comandado por Zamora. Tenía, según el manuscrito de José Brandford citado por el historiador, «…infinidad de campamentos, militarmente disciplinados y bajo las órdenes del Estado Mayor, que llegaban a mas de 5 mil efectivos, multiplicados por no menos del mismo número de irregulares, que con sus venenos (¿curare?), púas y camuzas martirizaban a los godos desoladores de pueblos […] las mujeres de los rústicos, los ancianos y niños incapacitados para el uso de las armas, ayudaban con sus pascualitos, caparratones (estos dos sustancias tóxicas que en los caseríos llaneros, las mujeres que actuaban como espías de Zamora mezclaban con los alimentos que vendían a los soldados godos: producían vómitos, diarreas continuas y sueño) y embustes para desorientar a las tropas godas: héroes sin nombres, aquí en cada peón hay un Negro Primero, para horror de la oligarquía».

Todo un pueblo, extrarradios rurales incluidos, formó parte de la Batalla de Santa Inés, y de la guerra en general hasta el pacto entre conservadores y liberales que terminó por minar a Venezuela de una burguesía comercial sumamente floja y de capitales ingleses y alemanes que establecieron sus casas de importación, lo que condujo al monopolio del financiamiento y la compra de productos agrícolas de exportación, los mismos que traían los artículos manufacturados de Europa.

El plano de Santa Inés que presenta el historiador venezolano es una buena herramienta para proyectar una analogía: pensar el territorio geográficamente con sus gentes.

Para ello habría que describir la fisonomía del latifundio en el contexto latinoamericano. El estudio de Antonio García resume que el acaparamiento de la tierra, el bajo coeficiente de ocupación económica de los recursos físicos, el monopolio sobre las fuentes institucionales de financiamiento agrícola y la resistencia al poder redistribuidor e integrador del Estado son patrones latifundistas en América Latina, por no decir en otras zonas del capitalismo periférico.

Es que nada más en Venezuela, al iniciarse la reforma agraria de Rómulo Betancourt (1960), el 2% de los propietarios disponía del 80% de la tierra productiva.

La problemática latifundista lo tenía claro Hugo Chávez cuando escribió El Libro Azul. No es extraño que la raíz zamorana esté directamente conectada con la dinámica integradora del territorio.

Una regida por una filosofía del trabajo y la naturaleza en conjunción, pensada para conocer las cosas, reglar nuestra conducta con ellas según sus propiedades, no según las necesidades que pueden ser infinitas en el marco de la cultura capitalista. La Venezuela que desfila como ejemplo de una alternativa civilizatoria aún está por ser discutida, planificada y experimentada.

Todo para llegar a ese futuro que Ezequiel Zamora, desde Barinas, escribe el 12 de diciembre de 1859 en correspondencia a un compañero: «No habrá pobres ni ricos, ni esclavos ni dueños, ni poderosos ni desdeñados, sino hermanos que sin descender la frente se tratan de bis a bis, de quien a quien».

¿Actualizar la memoria histórica?

Sin embargo, aún tiene razón Karl Marx al definir que el capitalismo destruye constantemente los «dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador». Los siguientes datos corroboran que bajo este sistema de mina petrolera la monopolización de la tierra es una tendencia que ha convertido a Venezuela en un país pobremente (en el peor sentido del término) poblado.

  • El 83% de la población venezolana vive y trabaja en ciudades.
  • Por otro lado, el 90% del territorio venezolano se encuentra deshabitado, en lo que sólo la Gran Caracas, Los Teques y los Valles del Tuy (centro-norte del país) concentran el 35% de la población total del país.
  • La producción de alimentos se encuentra en la responsabilidad de un 10% de los venezolanos, campesinos casi todos.

Todo consecuencias visibles y cotidianas de la sistemática destrucción o dispersión de otras formas de producir alimentos por parte de las fuerzas mercantiles y comerciales de la burguesía transnacional y, en menor escala, de los empresarios, banqueros y terratenientes que deciden hasta el momento lo que comemos y lo que no.

Esta tendencia latifundista es global. A pesar de que la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario de 2001 (en parte, detonante del golpe de Estado de 2002) consiguió darle tierra a muchos trabajadores campesinos, el trabajo gubernamental no ha podido sortear la expansión terrofágica.

La organización GRAIN lanzó en 2014 un informe donde advierte que «los pueblos indígenas y campesinos alimentan al mundo con menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial».

Dice el informe que:

  • Venezuela está, junto con Chile, Guyana, Panamá, Paraguay y Perú, entre los países donde las fincas campesinas (pequeñas, de 2.2 hectáreas aproximadamente) son más del 70% de las tierras cultivables y poseen menos del 10% de la tierra agrícola del país.
  • Venezuela posee 27,074 miles de hectáreas de tierra agrícola ocupada, y 423 mil fincas de 20 hectáreas aproximadamente. 70% de las fincas son pequeñas. A su vez, 1,445 mil hectáreas de tierra agrícola se concentran en fincas pequeñas, es decir un 5.3% de la tierra agrícola ocupada en esas pequeñas parcelas.

Hay que tomar en cuenta que Venezuela tiene 999.999 km2, que equivale a 91 millones 644 mil 500 hectáreas.

Tanto territorio desocupado es una quimera para cualquier país que pretenda crear otro modo de producción de país, de mundo, de cultura en su acepción más telúrica y etimológica. La raíz zamorana pretende delimitar otro territorio desde otros principios que competen nuevas formas de la alimentación, la vivienda, la vestimenta, el ocio -por nombrar algunos campos naturales de la especie- para, desde y de la gente. Esto obligaría a repensar ese «Tierras y hombres libres» de hace 200 años.

¿O acaso es sólo una consigna?

Por: Ernesto Cazal

Misión Verdad

 

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