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2.Oct.2015 / 10:40 am / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

La mediocridad voluntaria (investida de «objetividad») con la cual se manejan y las aberrantes inconsistencias políticas que desde allí emanan, quedan en evidencia cuando el tiempo político los coloca en franca desventaja.

Los resultados de la OLP, la sentencia a Leopoldo López y la desactivación mediante la diplomacia bolivariana dirigida por el presidente Nicolás Maduro de los dos principales focos de desestabilización contra la Revolución Bolivariana (Guyana y Colombia), dibujan un contexto político sumamente desfavorable para la MUD, que además viene extendiéndose de forma inalterada desde la desactivación del «Golpe Azul».

No es casualidad, entonces, que al mismo tiempo que el Gobierno Bolivariano sigue aclimatando su capacidad de respuesta nacional e internacional, las empresas encuestadoras más resaltantes (y no por eso más eficaces en cuanto a predicciones) aceleren la instalación de un sentido electoral casi sacrosanto que va dando por adelantado a la oposición como supuesta ganadora –por un amplio margen– en las elecciones parlamentarias.

Costuras intermedias hacia la consecución de un objetivo estratégico: exhibir al chavismo como fuerza política derrotada, para luego terminar de armar las esquinas faltantes del rompecabezas ya exportado internacionalmente bajo el nombre de «fraude electoral».

Cabos sueltos, mediciones piratas y tendencias inexplicables

Encuestadoras como Keller, Datincorp, Delphos y Datanálisis no hacen análisis estadísticos o estudios de opinión electoral: hacen propaganda. Las tendencias político-electorales que intentan ser proyectadas como explicación de la «realidad nacional» (todas, en mayor o en menor medida, opuestas al chavismo), comienzan a dejar una impresionante estela de cabos sueltos y de inconsistencias que nada tienen que ver con el rigor científico y objetivo que dicen agregarle a sus estimaciones.

La encuestadora Keller, por ejemplo, publicó durante el mes de marzo un estudio sobre la opinión pública nacional. La «cobertura» y el «universo» utilizado para la realización del mencionado análisis estadístico estuvo anclado en 83 centros poblados, abordando mil 200 entrevistas. Es decir, las personas que fueron encuestadas no vivían en Apure, Portuguesa o Sucre, estados donde el chavismo tiene una intención de voto arrolladora.

Dirigir un equipo de entrevistas o realizar llamadas telefónicas hacia esas regiones adulteraría profundamente sus interesados parámetros de «objetividad». Es mucho más barato y eficaz en términos políticos llevar a cabo encuestas telefónicas y presenciales en la reducida área de Altamira y Chacao, o el norte de Valencia, allí donde los habitantes expresan lo que Keller (y la MUD) desean escuchar: «El chavismo va a perder las elecciones».

Pero estos cabos sueltos son sólo una parte de la guerra perceptiva iniciada desde hace meses. Keller paga y se da el vuelto realizando las siguientes preguntas: «¿Qué tan grave es la crisis económica, social y política que hay en Venezuela?»; «¿Nicolás Maduro está capacitado para resolver la crisis que tiene Venezuela?».

No hay que ser un académico o un estudioso de la ciencia estadística para saber de antemano que las preguntas (y, por consiguiente, las respuestas) están abiertamente condicionadas y que contienen una importante carga de subjetividad dirigida a posicionar «la crisis» como parte de un sentido común incuestionable. A la opinión pública que supuestamente están midiendo con «objetividad» se le está imponiendo interpretativamente que existe una «crisis económica, política y social» y que, además, es responsabilidad absoluta del presidente Maduro.

Bajo estos parámetros es sumamente sencillo (de aquí deviene todo aquello de la mediocridad voluntaria) asegurar que el 82% de la «población» cree que hay una «crisis» y que ese 82% votará entonces inevitablemente por la supuesta alternativa que «no es responsable de la crisis», la MUD. En la aritmética Keller, dos más dos es igual a cinco. No es casualidad que haya sido la primera encuestadora en hablar del chavismo como «minoría».

Estos parámetros de medición subjetiva son la biblia de la encuestología venezolana. Todas operan bajo los mismos prejuicios.

La encuestadora Delphos el día de ayer, utilizando la misma metodología de la Encuestadora Keller, llegó a la conclusión estadística de que la diferencia ganadora de la MUD sobre el chavismo se encuentra entre el 50% y el 20%. Félix Seijas hijo, director de la encuestadora, dijo que «la inseguridad» y el «alto costo de la vida» explicarían la amplísima victoria de la oposición venezolana en las venideras elecciones parlamentarias.

Pero tal exageración triunfalista no es para nada cosmética. Juega, más bien, un importante papel dentro de la guerra perceptiva preelectoral ubicando al chavismo en el siguiente escenario: ganar las elecciones no será producto del azar o de una remontada, sino producto del fraude. Es allí donde el triunfalismo exacerbado instala una matriz perceptiva confeccionada para condenar en posición adelantada hasta la más mínima posibilidad de que suceda lo contrario.

Internacionalización de la guerra perceptiva y el tejemaneje de Datanálisis

El pasado 16 de septiembre el frente geopolítico de las empresas transnacionales, Stratfor, se hizo eco globalizado del último sondeo preelectoral de la encuestadora Datincorp, donde nuevamente la MUD parte con una ventaja importante (no tan abismal como la presentada por Delphos) con respecto al chavismo, más del 50% de los votos específicamente. La internacionalización de la guerra perceptiva y la instalación premeditada del autocumplido escenario del fraude electoral por estas portentosas vías van proyectando sin menoscabo en formas o apariencias cómo se movilizarán los factores del poder económico y financiero transnacional cuando la MUD entone su canto victimizador.

Por su parte, la encuestadora Datanálisis, viene dando tumbos estadísticos perfilando un falso equilibrismo circense desde el mes de abril. Por aquella fecha afirmaron que la MUD partía con 20% de ventaja. A finales de agosto expresaron que el 70% de la población venezolana evaluaba negativamente la gestión del presidente Nicolás Maduro, por ende, ese 70% son votos que serían endosados por elevación a la oposición venezolana. La MUD, según esta aritmética propagandística, tendría 70% de los votos de cara a las elecciones parlamentarias.

Sin embargo, recientemente Luis Vicente León expresó que «chavismo y oposición necesitan independientes para ganar el 6D». Ahora cuando la realidad política comienza a crujirle a la MUD, Luis Vicente León necesita de forma urgente recoger los platos rotos y mostrarse como una encuestadora «objetiva» y «responsable», distinta a las demás. También en ese micromundo de estafadores de la ciencia estadística hay competencia para ver quién acumula más clientes y contactos.

Pero en el fondo Luis Vicente León tiene un profundo temor porque él sabe lo que ocurrirá el 6 de diciembre: los resultados no serán favorables para la oposición venezolana. Razón suficiente para buscar legitimarse en la esfera de los «ni-ni», esquivar cualquier enunciación profética hasta donde le sea posible a su ego opositor, reducir sus pretensiones de adivino y ubicarse con mucha cautela ante lo que está sucediendo, sin que esto signifique dejar de tirarle sus respectivas y tradicionales carantoñas a la MUD para subirle el ánimo y el precio a las facturas por cobrar.

Pie de página

Más allá del bombardeo de tendencias numéricas autocumplidas (exageradas o no) por parte de las encuestadoras más representativas de la oposición venezolana, estamos asistiendo a la fase operativa de una agenda política fundamentada en amenazas que, si bien tiene brochazos de triunfalismos y festejos premeditados, va más allá.

La agenda ha sido planificada para inflar en estos meses pre-electorales una burbuja perceptiva donde la victoria opositora está más que asegurada, y además viene con paliza. Es justo allí, en ese estado mental de certidumbre extrema promovido por las encuestadoras, cuando la «amenaza» del fraude es dibujada como la única posibilidad de no ganar las elecciones parlamentarias.

Pero la frustración post-electoral del votante opositor es simplemente un daño colateral de la guerra perceptiva. Cuando la realidad política haga explotar esa burbuja, la frustración que ha de desatarse quedará simplemente en los anales de su memoria derrotista.

Pero lo realmente importante dentro de la estrategia tiene que ver con que esta extrema seguridad electoral ya en fase de internacionalización, será utilizada por los factores ultra de la oposición venezolana para plantear la «inconstitucionalidad» de la Asamblea Nacional y sus decisiones futuras, la desaparición efectiva de la democracia (ahí sí se van a dar abasto hablando de «la dictadura») y la ruptura de los consensos políticos de la sociedad venezolana, como ya se intentó en febrero de 2014.

Están tratando de subsidiarse la materia prima en términos políticos y mediáticos para un nuevo intento salidero post-electoral.

Pero del plan político al hecho, hay mucho trecho. Y ese trecho está abarrotado de chavistas. Una cosa es que digan y otra que puedan, y como van los acontecimientos políticos hasta el momento, la segunda opción se ve tan lejana como un triunfo presidencial de Manuel Rosales.

Misión Verdad

 

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