Opinión / Noticias / Héctor Rodríguez Castro

4.Feb.2019 / 08:25 am / Haga un comentario

Foto: Referencial

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Por: Héctor Rodríguez

La Unesco, como organismo cultural del planeta, reconoció a nuestros Diablos Danzantes de Yare como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Esto, en tanto nuestra gente tiene como base de su cultura una actividad y una fe viva.

No se trata de una coreografía turística, es el ejercicio de una práctica de vida, que impregna todo, que define a una comunidad y que la une a través de una práctica de amor colectiva. Las personas se “humanizan” expresando y contando su propio mundo, sus realidades, sus creencias. Justamente allí comienza la historia y su cultura.

Por eso cada comunidad, cada pueblo, tiene su propia cultura. Esa cultura es su logro, es su tesoro, es la savia que circula por sus venas. El odio sabe esto, y cuando busca atacar y golpear a una comunidad, violentar su imaginario cultural es uno de los caminos mas seguros.

Escribió el filósofo y periodista francés Albert Camus, que “toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura el fascismo”. Y la destrucción de los íconos de las comunidades, de sus figuras e imágenes, es una manera de manifestar el desprecio de quienes han optado por odiar en lugar de amar.

El fascismo busca imponer su visión como si fuera la única posible. Y así como destroza la escultura del maestro Reverón, un símbolo de la libertad de un pueblo capaz de crear belleza sólo con pinceladas de luz en una choza a la orilla de nuestro mar Caribe, también es capaz de incendiar a un muchacho humilde como escarmiento para el resto, por atreverse a caminar libremente siendo negro, o destruir la gran máscara que representa a nuestros Diablos Danzantes en la entrada del glorioso pueblo de Yare.

Porque, como decía el español Miguel de Unamuno “lo que los fascistas odian es la inteligencia”. Inteligencia para pensar sin ser condicionado, para respirar con soltura, para considerar decisiones en base a beneficios colectivos, para sostener nuestras prácticas culturales, esas que nos unen y nos hacen mirandinos, venezolanos.

Ante esto, la mejor vacuna para contraponer esa visión fascista, violenta y castradora, es el amor: amor para entender lo valioso de respetar las distintas expresiones culturales de cada comunidad y cada pueblo; amor para aceptar las diferencias y aprender a sacar lo mejor del contraste de visiones; amor para acercarnos e integrarnos, para aceptar la diversidad, amor para dialogar y resolver las dificultades.

Jóvenes y mayores, empresarios, trabajadores, campesinos y citadinos, lo importante es compartir ideales de igualdad, de complementación en función de un sueño común: una patria de justicia y equidad. Se trata de una visión donde cabemos todos, un país próspero en el que podamos convivir y cultivar nuestras capacidades en beneficio de todas y todos.

Para lograr esto debemos respetar nuestras expresiones, nuestra construcción conjunta, nuestro patrimonio cultural. Por eso, en el caso de Yare, apoyaremos a la comunidad para reconstruir sus símbolos, y con ello dar una muestra más de nuestra intención de diálogo, de reconciliación nacional. Sólo con unidad e inteligencia, y principalmente con nuestro corazón, conquistaremos los sueños comunes.

 

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