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28.Jun.2019 / 01:24 pm / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

Fueron 14 meses de contrainteligencia. Varias tramas golpistas y magnicidas, enfrentadas, superpuestas, contradictorias, caníbales. Asalto al Palacio de Miraflores, (otra vez) a la Base Aérea Francisco de Miranda, a las bóvedas del Banco Central (por parque y dinero). 140 mil cartuchos de municiones. Al menos cinco grupos de combate. 56 horas de registro audiovisual de conversaciones.

Decapitación del 95% del generalato leal al país, a la Constitución y al Gobierno. Presidentes pitonizos en la región. Comandos gringos e israelíes infiltrados. Militares de alto rango de la Cuarta República; Policías Metropolitanos y Petejotas reciclados y retomando el oficio sociopático del genocidio sistemático en el oeste de Caracas. Incendiar la capital («quemarlo todo para salvar a Venezuela»), y la fantasía sádica de ríos de sangre por un cambio de régimen los días 23 y 24 de junio del año en curso.

Cualquiera de estos cabos pudiera ser el gran titular de la compleja, ramificada y densa estratagema de operaciones ultraviolentas y deliberadamente sanguinarias que el vicepresidente sectorial de Comunicaciones, Cultura y Turismo, Jorge Rodríguez, reveló en rueda de prensa el mediodía del 26 de junio.

Dada la cantidad de vectores, revelaciones y el nuevo enfoque que ilumina al propio pasado reciente, en este primer trabajo apenas nos enfocaremos en cinco claves para el análisis, mientras esta tribuna siga desgranando, exhaustivamente, los detalles. Que son muchos, y todos hablan. Bastante.

1. Todos los golpes el golpe

Ya es una imprecisión hablar del golpe continuado en singular: son los golpes continuados. Un solo fin, pero amplias variaciones en los métodos tácticos, la planificación y, sobre todas las cosas, los protagonistas políticos y militares. Tomemos, por ejemplo, el caso del general de brigada Eduardo José Báez, alias Mariscal para los efectos prácticos, director de lo macro de la denominada Operación Vuelvan Caras. Del Golpe Azul de 2015 a lo revelado en junio de 2019. Cuatro años de participación e insistencia.

Pero estas continuidades no hablan ni describen armonización, coherencia operativa consistente, ni preocupación genuina por el estado del país: hablan de sangre y precipitación. Hoy por hoy sabemos que, de acuerdo a las revelaciones, que sobre el papel una sola variable tenía forma exacta y consistencia: tres grupos de asalto y un subgrupo encargado de aspectos técnicos fundamentales que debería operar doce horas antes de «la hora H», asaltando el Banco Central de Venezuela (BCV) para hacerse con el parque y derribando dos antenas en dos extremos de la capital, más un comando especial, suerte de micro legión extranjera.

Pero este grupo no puede tener la última palabra sobre la unidad colombiana compuesta por efectivos israelíes, norteamericanos, colombianos bajo el presunto mandato del genera Clíver Alcalá Cordones. Mucho menos por la infeliz y poco probable efectividad del grupo de Sargentos Garcías, ex Policías Metropolitanos (PM) y ex Policía Técnica Judicial (PTJ) que pretendían encargarse de contener al oeste de Caracas.

Un golpe («Vuelvan Caras, Baduel presidente») dentro de un golpe (en palabras de alias Marina, general de brigada Miguel Carmelo Sisco, resignado con Guaidó y delegado por Báez, en algún punto, como comandante de toda la operación) dentro de uno más, cual muñeca rusa: el golpe privado/privatizado de Leopoldo López del pasado 30 de abril. ¿Dónde queda entonces la Operación Libertad?

Esta tragicomedia de enredos ofrecen dos vertientes, una teórica y la otra profunda (y estúpidamente) humana. En lo teórico, porque el propio Manual de Campo 3-05.201 de Guerra No Convencional de las Fuerzas de Operaciones Especiales estadounidenses habla de múltiples enlaces (linkups) acentuando la dificultad de su centralización, y además del esfuerzo simultáneo de las fuerzas auxiliares, descentralizadas o no. Pudiera entenderse que un piso superior de la conspiración le apostó a varios gallos a la vez, esperando definirse por el que mejor prosperara.

Y la vertiente humana, donde la pulcritud abstracta de los planes habla de la cobertura casi milimétrica de los aspectos técnicos, muy pocas veces considerando los niveles de resistencia y la capacidad de respuesta de los contrincantes.

De esto hablaremos mejor más adelante, pero semejante grado de tecnicismo también nos habla de una dramática descompensación del contenido político: todos hablando a la vez (aumentando la bulla conspirativa y la atención/captación informativa en materia de contrainteligencia); todos presentando claros síntomas de ansiedad y expectativa incauta. Se llenó el gallinero de gallos, y las gallinas se fueron a la gallera.

Queda claro que así como Pompeo se lamenta de la cantidad de arribistas políticos que se querrán llamar «presidente» en la oposición política, también se refleja, en todas sus letras, en la conspiración militar. El exceso de iniciativa produce Guaidós militares.

La tercera vertiente sería el cinismo: soñaba el golpe con tomar prácticamente dos de los batallones de mayor peso militar y de poder de fuego (el Bolívar y el Ayala), la Base Francisco de Miranda en la Carlota, el Palacio de Miraflores, trancar todos los accesos a Caracas, neutralizar la sede del FAES en Petare (al este de la ciudad), el Tribunal Supremo de Justicia, etc., en una acción envolvente sin considerar, por un instante, la población como algo que produjera preocupación por el daño, muertes y heridos. «Quemarlo todo para salvar al país», dice alias Marina, hinchado.

 2. Un golpe global contra las estructuras y las figuras locales

La trama conspirativa sólo es endógena en la medida en que se trata de un puñado de oficiales retirados y unos cuantos jóvenes con complejo de Ricky Martin con poder de fuego que le confieren «color local» a un enorme movimiento que pone a disposición absolutamente todo, desde afuera.

En la Venezuela Bolivariana ya no hace falta una embajada de los Estados Unidos cuando las del Grupo de Lima (ahora se entiende mejor la retirada abrupta del personal canadiense) y el Nuncio Apostólico, por si las cosas salen mal, ofrecen su «soberanía» como guarida.

Embajadas beligerantes que juegan el papel de retaguardia, tal como lo demuestra el resguardo de los tenientes coroneles Illich Sánchez y Soto Manzanares, hoy en día huéspedes en toda regla en la embajada panameña en Caracas, con suficiente cobertura y protección como para poder hablar en manos libres, ostentar «varios movimientos» militares y no ocultar sus ansias de matar cubanos. O el papel de salvoconducto que lo fue la chilena para desplazar a Leopoldo López desde su sede a la embajada española el 30 de abril. ¿Qué más ofrecen, cuánto de recursos logísticos se manejan?

La disposición política y operativa que suministra Colombia a estas alturas ya va de lo lastimero a lo obsceno. En América Latina no debe existir registro más infeliz y amplio de una nación que entregue tanto para ser un corredor de armas, droga, masacre social e intentos de desestabilización política. Y esto va más allá del estatuto de país vecino.

No son países lo que llevan los actuales liderazgos políticos de la región, sino pretextos. El formulario humanitario y el discurso moral que nubla la responsabilidad nacional patenta que era exactamente esta la configuración de las clases dominantes necesaria para no dejar rastro alguno, una vez más, de soberanía.

Nada tiene vida regional propia: desde el gobierno paralelo de Guaidó a los «gobiernos» de Piñera, Duque, Macri, Bolsonaro, etc. Todo lo sustenta el sistema financiero, la agenda corporativa y las instancias de la política exterior estadounidense. Ni siquiera Trump.

Parafraseando al Libertador: lo mismo es para Venezuela pelear contra España que contra las estructuras en disolución de los distintos Estados-nación del continente.

 3. El (fallido) retorno de la Cuarta: lo sistémico

Nuevamente, si algo se esclarece en este proceso inédito en la región no es sólo la batalla territorial, digamos geográfica, espacial, sino también contra el tiempo histórico.

En la Operación Vuelvan Caras y sus alrededores se manifiesta un claro reflujo temporal. Ya no hablemos del sostenido intento de restauración neoliberal que ha puesto al continente casi en su totalidad bajo ese redil con su desnacionalización a grandes pasos, el total abandono poblacional, la subordinación instrumental, sin condiciones, a los poderes financieros y la humillación.

En la propia clave venezolana, quiérase o no, resuena el entramado de varios movimientos atorados, como en abril 2002, «uno de los más grotescos mamarrachos de nuestra historia» diría el difunto y complotado Jorge Olavarría.

Alias Mariscal, el ex general Báez, residente en Dominicana, y el ex vicealmirante Huizi Clavier traen también una notoria resonancia con los acontecimientos en torno al Decreto Carmona, del cual el primero de los mencionados fue signatario.

Pero no es ahí, en la superficie, donde ese pasado se jalona al presente en todo su ejercicio. Sino en el verbo florido de alias Cheo, el ex comisario de la PTJ, José Gregorio Balladares, en una reunión el 20 de junio: «Nosotros no sabemos de tácticas militares, lo nuestro es matar ladrones, vamos a estar claros», cuando en uno de los videos presentados, en el que podríamos considerar la planta baja del aparato golpista, ex funcionarios policiales piden apoyo militar para exterminar «con un regalo» a más de 60 «colectivos» en el 23 de Enero y la Parroquia Sucre.

Mientras que militares y fuerzas especiales extranjeras asumen lo magnicida del golpe apuntando contra objetivos de alto nivel, las operaciones policiales se encargan de la anonimia, de la masa, de quienes ni nombre merecen dentro de la conspiración. La lucha de clases se manifiesta en el golpe de Estado. La pobreza imaginativa también.

«Cincuenta o sesenta de un solo coñazo, eso es rapidito», soñaba alias Cheo, en una emboscada con artefacto explosivo, avisado por un francotirador en alguna azotea, para que los ex PM y ex PTJ la detonen.

No sin agregar la necesidad de más dinero, y de ostentar sus contactos «con la gente de Óscar Pérez», en Colombia, y otros que se han reunido en Estados Unidos «con la CIA».

Por lo visto ser policía de la Cuarta también es una metafísica.

4. Soberbia y contrainteligencia

Catorce meses y cincuenta y seis horas de video ya dicen bastante. En la pretendida compartimentación de la información, en el orden cerrado de la conspiración, todos hablan, y mucho. Todos tienen «ideas», y muchas. Es el signo general de cuánto se dicen entre ellos. Nadie se mide: hay un sentido del goce imaginativo. Están seguros, confiados.

De la totalidad de «clips» presentados, sólo uno, el de alias Gonzalo (coronel retirado Rafael Acosta Arévalo) carece de euforia y manifiesta algo de método y reflexión sobre la ejecución del plan y sus posibles desenlaces.

Fuera del orden cerrado, en el campo de medios y redes sociales, se perpetra el mismo pecado. «Los presidentes Iván Duque y Sebastián Piñera se anticipan a hechos violentos contra Venezuela, porque ellos son los que los alientan», denuncia Jorge Rodríguez.

No es la brillantez lo que los caracteriza, sino su posición, uno como el intermediario estrella de su país de los capitales concentrados; el otro, por no superar su condición de prótesis de Álvaro Uribe. El resto es vanidad.

El performance de Juan Guaidó, alias Lander, desactivando un «secuestro» casi en simultáneo a la rueda de prensa también ofrece un nuevo cuadrante de interpretación al considerar lo que se exponía en cadena nacional.

Pero el clímax de la soberbia, en consiguiente la autocondena, lo ofrece el teniente coronel Illich Sánchez en conversación con alias Atanasio. El tono de la conversación más que de un «movimiento» golpista parece una invitación a una parrilla en Valle Arriba.

Es más, si queremos encontrar algún paralelo en el consumo masivo venezolano, la invitación a participar a alias Atanasio en el «movimiento» recuerda al video del Capitán Nemo invitando a sus panas a lanzarse la caminata a Pozo del Cura.

Por contraste a la incontinencia y el delirio, destaca la sobriedad de los servicios de inteligencia venezolanos, y los anticuerpos, como dijera el ministro Rodríguez, de la oficialidad que arriesgó su vida para desentrañar el complejo y ruidoso entramado del golpe.

 5. Cambio de agenda y el fin de Guaidó

¿En qué momento político se enseña al público la frustrada trama conspirativa? ¿Cuál es el timingen relación con la última, infeliz e improductiva aventura imperial?

El constructo llamado Juan Guaidó pierde sostenidamente fuelle: primero asesinan al personaje con infidelidades, luego explota el escándalo de corrupción y malversación de fondos «humanitarios» tras la fallida operación del 23 de febrero en la frontera colombo-venezolana.

A Carlos Vecchio y sus adláteres se les abre una investigación por malversación en Citgo.

Todo para ellos es bajada.

En simultáneo, el mainstream norteamericano y sus subsidiarias en Miami presentan sus respectivos paquetes de promoción y mercadeo en torno a Manuel Cristopher Figuera e Iván Simonóvis, que a pesar de insistir en que padece una veintena de enfermedades crónicas, según una «exclusiva» del Diario de las Américas esto no fue impedimento para un escape no menos joliwudense que los deseos frustrados de alias Simón, Marina, Cheo o Peregrino.

En la OEA, el gobierno paralelo no consolida nada. Pierde.

Hoy en día sabemos que Figuera, luego de facturar, liberó a este último y a Leopoldo López, cobrando un extra para dejar a Baduel, el pretendido héroe del organigrama, en su celda.

Toda vez que de forma anticipada volvemos a la judicialización del conflicto designando al gobierno venezolano como una Empresa Criminal Conjunto Bolivariana cobra forma.

Los ídolos del primer semestre del año y sus marcapasos ya acusaron recibo de su verdadera fecha de vencimiento.

Pobre Elliot Abrams.

 Misión Verdad

 

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