Opinión / Noticias / Carola Chávez

24.Ago.2017 / 09:29 am / Haga un comentario

chavistamente-Odio

Alejandro es contador, vive en Maracay, tiene treinta y tantos. Su foto nos muestra a un venezolano del monto, moreno, su pelo de un encrespado compacto, peinado hacia atrás en un intento vano de borrar sus ondas rebeldes. Alejandro viste a la moda clase media, logotipos por aquí y por allá que lo distinguen de los carepueblo, o al menos eso cree… Si te dejas guiar por su foto y su bio de presentación en Twitter, Alejandro es cualquier vecino… Hasta que lees lo que escribe.

“Esa perra no debe morir sin antes ser torturada y que su muerte sea producto del dolor que se le cause” -tuiteaba hace un par de días, refiriéndose al fin que desea para Delcy Rodríguez. Era su respuesta en una conversación tuitera, iniciada por un fotógrafo que se define como “artista amante de la vida, de la humanidad y de la libertad” y que pedía desde sus redes una muerte dolorosa para todos los chavistas en nombre de la justicia… Su retorcida y enferma justicia…

Por Whatsapp, una mamá del colegio pedía que Maduro muriera como Gadaffi y como él los malditos chavistas. Otra insistía que a los chavistas había que ajusticiarlos y dejarlos amarrados a los postes de luz en plena avenida y se arrimaba a lo que ella creía que es la decencia cerrando su sanguinario mensaje con un “Y que Dios me perdone”.

Desde hace tiempo, lamentablemente, demasiado tiempo, es normal escuchar mientras esperas en que te atiendan en el banco, o mientras pagas en la panadería del este del Este, a alguien diciendo a todo gañote que a los chavistas hay que matarlos a todos. También es normal el silencio de los que lo escuchan, es normal que no haya un rechazo social hacia la expresión de odio. Es normal que los chavistas nos callemos y dejemos pasar, porque no nos vamos a amargar la mañana peleando con un imbécil, porque no queremos confrontar, porque -¡qué carajo!- ya le callaremos la boca con una avalancha de votos. Es normal que el chavismo esté prohibido en ciertas zonas de la ciudad. Es normal que el chavismo sea perseguido, acosado, “escrachado”. Es normal que, en esos ambientes, el chavismo viva en la clandestinidad. Es normal que la gente “decente y pensante” de este país, los demócratas libertarios, bendigan las expresiones de odio con un desalmado “bien hecho, por chavista”.

El odio que busca deshumanizar al otro terminó deshunanizando a quienes los profesan, y los llevó a convertir al dolor ajeno, a la muerte, en una fuente de alegría y satisfacción. La sociedad se podría un poco con cada carcajada necrófila, mientras algunos veíamos con impotencia y asombro cómo las peores expresiones de odio se hacían socialmente aceptables, deseables: si quieres ser alguien en la vida debes odiar al chavismo en voz alta. El antichavismo es el símbolo de estatus más barato del mundo, odiar a un chavista te hace súper cool.

Los los medios riegan su odio por el espectro radioeléctrico, metiéndose en las casas, sembrándose en las aspiraciones y en los temores , amparándose en su propia mentira, aquella de que Chávez inventó el odio cuando juró que freiría las cabezas de los adecos. Los medios hacen un trabajo incansable, colando el odio en cada espacio, justificándolo, enalteciéndolo, incitándolo, normalizándolo, todo esto con absoluta impunidad.

Y de la tele y la radio a las redes sociales, tierra de nadie, vacío legal en 140 caracteres. Allí el odio tiene su más horrenda vitrina. Allí se mezclan laboratorios del odio que promueven el destape odiador de quienes, en la calle, cara a cara, serían incapaces de decir lo que escriben, pero que en las redes, amparados por el anonimato, o por la distancia de una pantalla, personas comunes y corrientes vomitan alegremente sus más abyectos deseos criminales “y que Dios me perdone”.

Y en la casa se normaliza el odio, y los niños lo recogen y lo llevan al colegio, y acosan al compañerito porque su papá es chavista. Las madres demócratas aplauden con orgullo a sus niños y los alientan a seguir odiando. No olvidaré nunca a ese niño que dibujó un Chávez muerto sobre un charco de sangre para regalárselo a su mamá en el Día de la Madre. Nunca olvidaré la celebración de la mamá por la adorable ocurrencia de un niño de 8 años, ya envenenado de odio.

El odio se regó hasta desbordarse en lichamientos, en muchachos capaces de quemar vivos a otros seres humanos “por parecer chavistas”, en voceros arengando la persecución, en vecinos comunes y corrientes convertidos en inquisidores y verdugos , en un sector de la sociedad celebrando la podredumbre como una gesta heroica, justificando lo injustificable con un vacío “y tú y tú”…

¿Y tú y tú? Nosotros mordiéndonos la lengua, amarrándonos la manos… Evitando la matazón que los promotores del odio necesitan.

Pero finalmente, si no neutralizamos el odio, estaremos siempre al borde de una matazón, porque el odio es un veneno que permea, que contamina, que insensibiliza, que pudre, que se extiende. Tenemos el deber de secar las fuentes de donde supura. Y aunque no podemos borrarlo, porque el odio se esconde en lo más profundo, y porque es personalísimo, podemos contenerlo, señalarlo, hacerlo repudiable, como siempre debió ser. Que Alejando, el contador de Maracay, que las señoras el Whatsapp, que el hablador de la panadería sientan una profunda vergüenza de sus abyectos deseos y que se los traguen. Que ningún niño vuelva a dibujar a un chavista, a un negro, a un homosexual, a una mujer, a un colombiano, a nadie muerto sobre un charco de sangre.

CAROLA CHÁVEZ

carolachavez.wordpress.com

 

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