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17.Sep.2015 / 11:53 am / Haga un comentario

Foto: Archivo

La característica que describe con mayor fuerza la obra pictórica del maestro venezolano Armando Reverón, es su búsqueda incesante por trasladar al lienzo la luz natural, esa que contemplaba cada mañana a orillas del río El Cojo, en Macuto, estado Vargas, en la humilde casita que él mismo construyó y en la que vivió cerca de 30 años, aislado de la gente y sus costumbres.

Armando Julio Reverón Travieso nació el 10 de mayo de 1889 en la ciudad de Caracas. El divorcio de sus padres Julio Reverón y Dolores Travieso llevó al niño a trasladarse a la ciudad de Valencia, estado Carabobo, donde permaneció al cuidado de la familia Rodríguez-Zucca, y adopta como hermana a Josefina, la hija de la pareja, con quien guarda una gran conexión durante años y a quien retrata en su cuadro Dama tejiendo, cerca del año 1904.

Las paredes de la casa de los Rodríguez-Zucca fueron los primeros lienzos del pequeño artista. Sin embargo, es su tío Ricardo Montilla quien lo apadrina y lo invita a inscribirse en la Academia Nacional de Bellas Artes, donde aprende diversas técnicas de pintores como César Prieto, creador de una obra pictórica extensa, inspirada en su natal Santa María de Ipire, en el estado Guárico.

La posibilidad de estudiar artes en el exterior tocó a sus puertas en el año 1910, como un reconocimiento de la Academia Nacional de Bellas Artes que, ante la presencia de su talento, le propuso al joven de 21 años trasladarse a la Escuela de Artes y Oficios y Bellas Artes de Barcelona, España.

Allí, Reverón perfeccionó diversas técnicas y se codeó con grandes creadores de la época, entre ellos Vicente Borrás y Abella, quien le enseña a cómo manejar el color; al tiempo que se acerca a la obras de Francisco de Goya y Lucientes y del pintor griego Doménikos Theotokópoulos.

En su libro Reverón: El genio humilde de aquel solazo, editado por el Banco Central de Venezuela (2000), su autor José Pulido señala que una vez regresa Reverón de Europa, el artista es considerado una eminencia por sus grandes conocimientos del arte, la pintura y la literatura española.

Sin embargo, habiendo aprendido diversas técnicas y estando en plena etapa de creación, el artista se enfrenta a una economía muy precaria, que lo llevó a vender piezas importante a precios muy bajos, cuyo dinero apenas le permitía subsistir.

Inclusive, en los años que permaneció viviendo en la localidad de Macuto, Reverón emprendía largas caminatas hasta Caracas para poder vender y comprar herramientas que le permitieran elaborar su trabajo artístico. La travesía le costaba grandes heridas en piernas y pies, que lo obligaban a mermar su creación por espacio de dos meses, hasta tanto no se encontrara totalmente recuperado.

Azul, Blanco y Sepia 

La obra de Reverón se clasifica en tres importantes etapas identificadas por expertos como Azul, Blanco y Sepia, cada una de ellas vividas en «El castillete» y junto a su fiel compañera de vida Juanita.

El período azul comenzó en 1920, tiempo en el que su obra se ve marcada por la presencia del paisajismo. En esos años —señala Pulido en su libro— aparece el cuadro Paisaje de Macuto, donde Reverón comienza a mostrar su estilo propio, desprendiéndose de toda influencia aprendida en los años de formación académica.

Cinco años más tarde, aparece el período Blanco, siendo este el de mayor influencia para la plástica nacional y mundial. Reverón crea sobre lienzos rústicos las obras Fiesta en caraballeda y Playa con figura de mujer, y hace uso de tonos blancos y pálidos como herramientas para crear el efecto de luz que le acreditarían el apodo de «el maestro de la luz».

El último período creativo de Reverón llega en el año 1935  y recibe el nombre de Sepia. Esta etapa —que se prolonga hasta 1945, siendo la más larga de todas— se caracteriza porque el pintor «utiliza el propio color de la tela en su estado casi virgen, trabaja con materiales de desecho que recupera en el Puerto de La Guaira o en cualquier calle, y utiliza soportes de coleto y cartón que incorpora a su obra tonos marrones», señala Pulido en su libro.

Durante los últimos años, y ante la pobreza inminente, el maestro elabora una selección de muñecas de trapo, todas de gran tamaño, a las cuales usa como modelos para poder pintar.

Reverón vivió el arte teniendo como enemigo a dos factores: la pobreza y la inestabilidad emocional. Esta última lo llevó a permanecer internado en el Sanatorio San Jorge del Dr. Báez de Finol, donde pintó cerca de 14 cuadros usando como modelos a los enfermos y las enfermeras, en el año 1953.

Paisaje es una de las obras que el artista creó desde el sanatorio, y que en la actualidad forman parte del patrimonio del Museo de Bellas Artes, ubicada en Caracas. Reverón, sin saberlo, pintó los 14 cuadros, los últimos de toda su trayectoria, pues la muerte le llegó un año después, el 18 de septiembre de 1954.

Patrimonio cultural

La inmensa obra de Armando Reverón, goza del amplio reconocimiento en el país y en otros destinos del mundo. Es por ello que, en reconocimiento a la labor del creador, la Asamblea Nacional aprobó en abril de 2015 declarar su trabajo artístico como Bien de Interés Cultural para la Nación, y autorizar el traslado de sus restos mortales al Panteón Nacional.

«Armando Reverón fue un hombre que con su pincel nos llevó a conocer y reconocer el litoral central venezolano, nuestros paisajes, la luz que hay en ellos y nos hablaba de nuestra identidad como pueblo», expresó la diputada Odalis Monzón, del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), en esa ocasión.

A propósito del 61 aniversario de su fallecimiento, 50 ciudades de todo el mundo se preparan para exhibir desde este jueves 17 de septiembre la reproducción de diferentes obras del maestro.

Una de las ciudades en participar será Brasilia, capital de Brasil, que mostrará al maestro de la luz en 14 obras, en los espacios de la Embajada de Venezuela en ese país.

 

AVN
 

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