Opinión / Noticias
Foto: Referencial
Alfredo Carquez Saavedra
El presidente de los Estados Unidos, Joshep Robinette Biden, se ha perdido en el jardín de la Casa Blanca, a pesar de haber sido guiado casi hasta la puerta de la residencia oficial por uno de sus guardaespaldas del Servicio Secreto. Ver el video en el que se muestra desorientado sobre la verde y bien cuidada grama imperial resulta algo así como una alegoría del estado en el que se encuentra hoy día esa potencia.
El supuesto jefe del país sin nombre propio no encuentra la salida del enorme y complejo laberinto en el que se encuentra su nación: deuda pública interna creciente como la levadura en agua tibia; malestar social producto de un sistema que propicia la desigualdad y privilegia a los ya privilegiados; racismo en todas sus formas y expresiones de unos contra otros; xenofobia sin control; inmigración exponencial, violencia y armamentismo interno; una dinámica de fuerzas regionales centrífugas que al correr de los años parecen tener más fuerza o al menos más publicidad y, por si fuera poco, el empantanamiento en conflictos e injerencia de alta o baja intensidad por todo el planeta, lo que le ha arrojado como saldo más gastos y bajas inútiles que beneficios.
Biden llegó al Salón Oval gracias a las torpezas, bravuconadas y abusos de Doland Trump, más que por mérito propio. En lo que va de gestión no solamente desluce su figura, sino que, además, ha mostrado (él o quienes de verdad mandan) ser más peligroso que su antecesor en lo que respecta al uso de las armas para agredir a aquellos pueblos que no estén dispuestos a someterse a un imperio decadente.
Ojalá este señor termine por encontrar el camino que esperara la humanidad de su patria. La convivencia entre todos es posible siempre que haya respeto por la soberanía y la libre determinación de las naciones. Estados Unidos ya no es (ni será) lo que fue entre 1918 (fin del la I Guerra Mundial) y 1975 (año de la derrota en Vietman). Ese tiempo, al que quiso regresar Trump a los trancazos, se fue para no volver.
Desde las oficinas del Departamento de Estado en Washington deberían ver el mapamundi con mayor sentido común. Gobiernos como el de Colombia, Chile o Ecuador, solo por nombrar algunos de los más cipayos de nuestra región, son cada vez menos en número y legitimidad en el planeta. Estados Unidos está obligado entonces a tratar de insertarse en la comunidad internacional como una nación más y no como el matón del gran garrote de la era Roosevelt.