Opinión / Noticias / Héctor Rodríguez Castro

14.Abr.2019 / 07:16 am / Haga un comentario

Foto: Cortesía

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Por Héctor Rodríguez

Según cuenta José Antonio Calcaño, en su libro La ciudad y su música hace casi dos siglos y medio, 1770, el sacerdote José Antonio Mohedano, a quien el investigador le atribuye ser el primero en preparar una tacita de café, en  las plantaciones de Chacao, le solicitó a la peonada subir al cerro El Ávila y traer palmas de allí. Éstas serían el símbolo de la esperanza de que fuera escuchada una petición a Dios: enfrentar juntos una epidemia de fiebre amarilla que azolaba a la ciudad capital.

Desde ese momento, cada viernes del Concilio, nuestros palmeros suben al Warairarepanopara buscar las palmas que simbolizan la entrada de Jesús a Jerusalén. Y esta acción esperanzadora de un pueblo que aspira y busca el bien colectivo, se ha convertido en una de las tradiciones que abren nuestras conmemoraciones de la Semana Mayor cristiana.

Así, la búsqueda y distribución de esas palmas -que sólo crecen en las regiones subtropicales del mundo- se convierte en un discurso social, pues más allá de ser expresión de fe de uno de los 200 cultos registrados y aceptados en nuestro país, pasa a convertirse en cultura viva, patrimonio inmaterial de la humanidad, asentado en nuestro suelo mirandino.

Al reflexionar sobre el sentido social de esta tradición, reconocemos el deseo de sobrevivir, de transformar, de avanzar hacia un mañana diferente, iluminado, y entonces nos llega a la mente un pensamiento del filósofo chino LinYutang: La esperanza es como un camino; antes no había, pero cuando muchas personas andan en él, el camino se hace real.

Eso es precisamente lo que hemos estado construyendo en los últimos 20 años: un camino hacia una vida de equidad. Un sendero que se ha ido conformando en la medida que cada vez más de nosotros decidimos avanzar juntos.

Ni ha sido fácil ni lo será. Cuando Jesús de Nazareth entra a Jerusalén cabalgando un pollino, transitando sobre palmas y mantas colocadas a manera de alfombra por un pueblo deseoso de hacer de ese camino -el suyo propio- no sabía que estaba en las puertas de un proceso muy duro, exigente, sacrificado, pero a través del cual se debía avanzar para poder aspirar a un futuro brillante, luminoso, compartido.

Lo mismo podría decirse que nos está sucediendo ahora a los venezolanos. Sería ilógico pensar que los grupos que han tenido el poder durante siglos, quienes han manejado los capitales y han utilizado a los pueblos para satisfacer sus apetencias personales, se van a quedar tranquilos cuando un pueblo se mueve al unísono en una acción para cambiar la situación de injusticia en la que vivió por años.

Esos grupos económicos tanto nacionales como extranjeros han usufructuado nuestras riquezas a sus anchas durante mucho tiempo. No están dispuestos a ceder, a perdersus privilegios. Quieren seguir utilizando nuestro petróleo, oro, gas, coltán, diamantes, y nuestra agua por de sus intereses personales, negándonos la oportunidad de consolidar el sueño de justicia y prosperidad. Pero no contaban con la decisión de una mayoría de cambiar la situación de una vez y para siempre.

Nosotros lo estamos haciendo, enfrentando ataques inmisericordes de todo tipo: desde bloqueos y secuestro de bienes y servicios, hasta ataques a nuestras instalaciones, acciones criminales contra la vida de todos los venezolanos, violencia, odio, amenazas, con un solo objetivo, el de domar nuestro deseo libertario, regresarnos a las cadenas y a la invisibilización.

Pero no. Hay dos Venezuelas: la de antes de Chávez y la de después de Chávez. Ésta, la de ahora, nos pertenece. La estamos construyendo juntos. Hemos decidido que la levantaremos signada por el amor y la paz, por el común acuerdo, dentro de una democracia social, donde los pensamientos diferentes no se enfrentan sino que consiguen espacios en común para erigir una patria soberana, luminosa, cimentada sobre el bienestar colectivo y la justicia.

No nos extrañaría que el egoísmo de unos pocos intenten nuevas acciones más violentas, pero nosotros, mayoría, sabremos soportar el vendaval. Nos organizaremos más y mejor. Uniremos nuestras manos, empresarios y trabajadores, estudiantes y docentes, mujeres y hombres, campesinos, pescadores, servidores públicos.  Seremos más duros con quienes atenten contra nuestra gente, y con nuestro paso firmeseguiremos avanzando mientras nuestros pies reinventan el camino.

Éstas son las palmas para alfombrar nuestro destino. Son un símbolo de la esperanza de una Venezuela que se crece ante los problemas, y la cual saldrá adelante para darle forma a una sociedad corresponsable, participativa y protagónica. Somos el germen del humanismo y el ejemplo de que otro mundo sí es posible.

 

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