Opinión / Noticias / Earle Herrera

18.Jun.2017 / 08:29 am / Haga un comentario

Foto: Referencial

Foto: Referencial

Una imagen de fuego me persigue desde niño. La de la casa envuelta en llamas de la vecina Eulalia, ella gritando en el medio de la calle, con una bata raída, el largo pelo suelto, el pavor en el rostro, los ojos espantados. Como tantas en el pueblo, la suya era una casita de bahareque y palma de moriche, blanqueada con cal y puerta de madera estoica. Una casa bonita que los vecinos con canarines de agua, palos y escobas arrebataron al fuego.

Este junio de incendios y jóvenes quemados vivos, aquella imagen de fuego me volvió a sacudir desde los ojos de una madre que con su niña en los brazos escapaba de una guardería envuelta en llamas y humo. Más atrás, otras madres en pánico y padres hasta con dos angelitos que no sabían lo que pasaba. Solo tosían y se estrujaban los ojitos irritados por el humo. En la avenida, un grupúsculo de encapuchados celebraba su épica y, mucho más allá, patrulleros de la Policía de Chacao observaban inmóviles, como estatuas.

Es la segunda vez que incendian el preescolar ubicado en el edifico del Ministerio para la Vivienda y Hábitat, en la concurrida avenida Francisco de Miranda. La pavorosa huella del fuego en esos niños quedará indeleble; el trauma en sus madres y padres, de por vida. Otros candelorios arrasaron la patria en las guerras de Independencia y Federal, pero estos incendios con impunidad, premeditación y alevosía son provocados en pleno siglo XXI por una tal “resistencia”, en nombre de una curiosa “libertad” que quema a niños y jóvenes frente a unos medios de comunicación que invierten las llamas y convierten a los victimario en “héroes” y al terrorismo pirómano en “manifestantes pacíficos”. Tu patria arde.

Otra vez me asaltó la imagen de fuego de mi infancia, en la calle de tierra de mi pueblo; otra vez vi el pánico de la vecina Eulalia, en los rostros espantados de las madres y padres que huían de su preescolar en llamas dejando atrás loncheras, juguetes y morralitos chamuscados. Pero esta vez no hubo humildes vecinos solidarios que con canarines de agua, palos y escobas arrebataran al fuego la escuela de sus niños en medio de una grotesca y goyesca celebración de encapuchados y policías inmóviles, como estatuas.

Profesor UCV

 

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