Opinión / Antonia Muñoz

1.Ago.2013 / 02:44 pm / Haga un comentario

 

Creemos fervientemente en el gobierno de calle, creemos y practicamos cotidianamente el contacto con la gente, porque tiene la bondad de relacionar a los ciudadanos directamente con sus gobernantes, donde los primeros no son sólo público espectador o receptor de informaciones o recomendaciones; sino interlocutores. Me gusta el gobierno de calle porque permite una comunicación bidireccional, una comunicación activa, una comunicación verdadera. El gobierno de calle es una insustituible oportunidad para conocer directamente de boca de los actores y de los sufrientes, lo que está ocurriendo fuera de las oficinas gubernamentales, y fuera de los informes que pueden elaborar quienes dirigen los gobiernos a nivel de las diferentes instancias. En este sentido, no olvidar la sabiduría popular: el papel aguanta todo lo que le pongan. Lamentablemente, aunque duela reconocerlo, hay funcionarios- que no servidores públicos- aficionados a la antiética práctica de maquillar cifras y disfrazar situaciones, con la equivocada idea de quedar bien. Digo equivocada, porque la mentira tiene patas cortas; por lo tanto, por más que corra, la verdad siempre la alcanza. En este sentido, es inexcusable que una o un revolucionario olvide lo que nos dejara como legado nuestro Libertador: “La verdad pura y limpia es el mejor modo de persuadir” (Carta al Gral. Urdaneta, 03 de agosto de 1829).

El gobierno de calle es una excelente oportunidad para en un día hacer una Contraloría Colectiva de un determinado sector del gobierno, donde a su vez, los gobernantes pueden dar lecciones prácticas de ser buenos oyentes, buenos hablantes, y además, de practicar la autocrítica; y lo que es mejor, los gobernantes pueden demostrarse a sí mismos y a quienes los observan y evalúan, que son capaces de oír las críticas de acuerdo al modo que nos recomendó el Libertador Simón Bolívar: “… El que gobierna una gran familia, tiene que pasar por todo, sea agradable o no. Ud. no debe incomodarse porque le digan el dictamen de los otros; a mí me lo dicen todos los días y no me incomodo, porque el que manda, debe oír aunque sean las más duras verdades, y , después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que producen los errores. Todos los moralistas y filósofos aconsejan a los príncipes que consulten a sus vasallos prudentes y que sigan sus consejos; con cuanta más razón no será indispensable hacerlo en un gobierno democrático, en que la voluntad del pueblo coloca sus jefes a la cabeza, para que le hagan el mayor bien posible y no le hagan el menor mal… ” (Carta al Gral. José Antonio Páez el 19 de abril de 1820”).

Las anteriores recomendaciones para el gobierno de calle, tal cual como se sugieren en esta reflexión, no puede ponerlas en práctica un Presidente de la República, porque si el primer mandatario de un país tuviera que dialogar al menos semestralmente con cada sector que hace vida en el país, sin apuros, durante un día de trabajo, tendría que consumir todo su valioso tiempo, escuchando y dando respuestas. Sin embargo, en nuestra opinión, esto si lo pueden hacer perfectamente los Ministros y sus Viceministros a nivel de cada entidad Federal.

En conclusión, lo que se está sugiriendo es que los Ministros dispongan de unos 48 días al año para sentarse, semestralmente, con las y los voceros que designen los grupos o comunidades de cada área de trabajo en cada una de las entidades federales del país. Para que cada asamblea sea productiva deben colocarse reglas muy claras y de obligatorio cumplimiento. Aquí proponemos algunas: 1. Que cada sector de cada ministerio en cuestión, haga reuniones estadales previas para discutir los temas que deseen plantear por escrito al alto funcionario, y a la vez se designe la o el vocero que asistirá a la asamblea por cada comunidad o colectivo, quien además de entregar el planteamiento, tendrá un derecho de palabra de unos 2- 3 minutos, no para dar un discurso y plantear asuntos personales; sino para expresar brevemente lo fundamental de la situación en cuestión.

La segunda regla, es que las o los voceros en dicha asamblea deben ser seleccionados por las comunidades o grupos organizados, y nunca por las o los funcionarios que dirigen las diferentes instancias de los gobiernos, incluidos los comunales. Una de las maneras que tienen algunos de coartar el derecho de los ciudadanos a decir la verdad, es descalificar a ciertos ciudadanos, colocándole el mote de conflictivos, tira piedra, quinta columna y hasta escuálidos. Aquí es oportuno recordar palabras del líder del pueblo uruguayo, José Gervasio Artigas: “Con la verdad ni ofendo ni temo”. Sin embargo, decir la verdad no es sinónimo de ofender, insultar o calumniar. Por lo tanto, la tercera regla de oro para que las asambleas se realicen de forma civilizada, es la observancia del respeto que nos debemos entre nosotros y con los otros. Deben quedar proscritas las descalificaciones y las ofensas. Si algo debe distinguir a una o un revolucionario es su apego a la verdad, su disposición a conocer la verdad de los hechos y no basar sus planteamientos en rumores, suposiciones o en “me dijeron”.

En este sentido, y con base a los planteamientos anteriores, honremos a nuestro amado Comandante Chávez, trabajando con dedicación y convicción para a mediano y largo plazo lograr la consecución del OBJETIVO NACIONAL 2.4. Convocar y promover una orientación ética, moral y espiritual de la sociedad, basada en los valores liberadores del socialismo. Si gobernamos con amor y por amor; si gobernamos con respeto entre nosotros y con los otros; si gobernamos para todos; si gobernamos con tolerancia, que no es sinónimo de permisividad, reformismo o de claudicar principios; si gobernamos reconociendo los méritos a los otros; si gobernamos con la humildad de quien gobierna obedeciendo al pueblo; si gobernamos con justicia y honestidad…Nosotros seguiremos venciendo y honraremos por siempre la memoria de nuestro amado Comandante.

San Juan de los Morros 31 de julio de 2013

 

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