Opinión / Roberto Hernández Montoya

24.May.2014 / 07:45 pm / Haga un comentario

En Venezuela vivimos en Apartheid. Esa palabra de la lengua africaans de Suráfrica significa ‘estado de separación’ o ‘apartamiento’ de las «razas». Sabemos por José Martí que «no hay odio de razas porque no hay razas» (Nuestra América). El concepto de ‘raza’ no tiene ningún valor científico, pero lo tiene político y formidable, hasta el punto de causar genocidios.

Pero no hay que llegar al exterminio físico. Hay otros exterminios, morales, sociales, culturales, simbólicos, en fin, políticos. Hay ahora mismo una etiqueta (hashtag) en Twitter que me ahorrará muchos párrafos: ‪#ComoSaberSiEresTukky. La pones en la casilla de búsqueda de Twitter y zuas te encuentras expresiones discriminatorias y por tanto imbéciles y detestables como esta: «Asco, la tierrúa esa tiene un gorro, ya estoy pensando en no volver a ponerme el mío, no quiero ser negro, ni tukky, ni mono:(». Son la misma gente que sostiene beatamente que «Chávez dividió el país» y denuncia el «lenguaje de odio» de Maduro.

Es un sistema de distinciones (voto a Bourdieu) mediante rasgos culturales. El Apartheid venezolano discurre por una distinción de esferas cósmicas, como las que regían el universo medieval, de donde nos queda la expresión esfera celeste o alta esferas sociales (cf. El Sueño de Escipión). En las ciudades hay barrios radicalmente apartados en un Apartheid virtual, no declarado, por donde solo circula cierta parte de la población. Jamás la gente sifrina del «este del Este» entrará en un «barrio». Se refugia en «urbanizaciones», preferiblemente defendidas por una barrera custodiada paradójicamente por vigilantes provenientes de los barrios. El Apartheid es tal que apenas hay espacios urbanos y simbólicos comunes.

Todo un sistema de objetos (voto a Baudrillard) separa los grupos, cada vez más simplificados en dos, gracias a la crispación política, que es hoy el principal producto de exportación de los Estados Unidos. En muchos países el Imperio ha exacerbado la crispación política hasta el punto de desatar guerras civiles que «se parecen igualitas»: asalto violento de espacios urbanos, destrucción de patrimonio cultural, de servicios destinados a los pobres, desmoronamiento territorial, etc. El caso más patético entre nosotros son las guayas destinadas a degollar «motorizados» y «motorizadas», esos emblemas tukky. La guaya es, pues, un filtro social tan radical que mata.

La actual crispación política ha exacerbado el Apartheid. La Contra sifrina ha sido la vanguardia encargada de poner barreras de fuego y violencia para separar los territorios. No es violencia bilateral, pues la gente pobre no ha delimitado su territorio de ninguna manera ni ha perpetrado guarimbas ni practica el terrorismo social que ejerce el sifrinaje enardecido. Lo que más risa da es que quienes llaman «chaburra» a la gente popular tienen el nivel cultural más bajo posible, porque más incultos y se mueren. Ahí está el vídeo de María Conchita Alonso, que no calificaré porque se califica solo: http://j.mp/1jF9iO1. Capaz le gusta al sifrinaje. A los tukkies no.

 

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