Opinión / Mary Pili Hernández

21.Jul.2015 / 10:35 am / Haga un comentario

@marypilih

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Desde 1959 no se producía una Visita Oficial de un Canciller Cubano a los Estados Unidos. Las relaciones entre estas dos naciones se habían visto resentidas por una serie de acciones que el imperialismo desarrolló con la finalidad de derrocar el gobierno de Fidel Castro. Esa es la pura verdad. Decir otra cosa es tratar de edulcorar la acción criminal que Estados Unidos adelanta cada vez que un país decide tener un gobierno libre, que no se pliega a los intereses de sus trasnacionales.

Para entender cómo funciona esto, hay que recordar que en Estados Unidos no manda el Presidente de esa nación. La persona que ellos llaman “presidente” es un sujeto que, como mucho, firma papeles que otros le dictan. Aquí en Venezuela sucedía igual, hasta 1999, con la llegada al Gobierno del Presidente Hugo Chávez. Fue solo entonces que los venezolanos de esta generación pudimos conocer qué significa realmente ser Presidente: alguien que toma decisiones por sí mismo y se hace responsable de ellas, y que tiene como único mandante al pueblo.

¿Quién elige al presidente de los Estados Unidos?

Pero en Estados Unidos, las cosas no son ni siquiera remotamente iguales. Para comenzar, el sistema electoral es de segundo grado. Eso quiere decir que no existe el voto universal ni menos directo que acostumbramos en nuestro país. Los ciudadanos estadounidenses no eligen a su presidente, sino que escogen a quienes van a elegir al presidente. Y ¿quiénes son esas personas?: pues ellos son individuos que comienzan a hacer sus campañas desde años antes de la elección. Una campaña sumamente costosa, fundamentada principalmente en el uso de medios de comunicación masivos y publicidad, y que es costeada por las trasnacionales que desarrollan inmensos negocios en ese país o allende sus fronteras.

En otras palabras, para entender cómo funciona el ejercicio del poder en los Estados Unidos, es indispensable comprender que las trasnacionales son las que verdaderamente gobiernan a los estadounidenses y las que, a su vez, pretenden gobernar al resto del mundo.

Imperialismo: fase superior del capitalismo

La otra cosa que es indispensable asimilar es que, tal y como lo analizó Carlos Marx, en el siglo XIX, el imperialismo es la fase superior del capitalismo. Esto no es un cliché, como algunos lo han pretendido. Es una realidad espantosa, pero nunca un cliché.

Llega un momento en que la voracidad del capital no se conforma con los mercados nacionales. En su apetito insaciable, los capitalistas requieren no solo más consumidores dispuestos a adquirir sus productos, sino también mayores fuentes de materias primas y mano de obra barata. La única forma de dar salida a ese nivel incontenible de avaricia es el expansionismo, que políticamente se concreta en el imperialismo, puesto que, por las buenas, ningún pueblo va a regalar sus materias primas o va a someter a sus ciudadanos a la explotación laboral por parte de empresas trasnacionales. Esto sólo se logra por la violencia.

Por eso es que el capitalismo es esencialmente violento. Porque la injusticia es violenta en sí misma. Es más, la injusticia es la peor de las violencias, porque es la madre de todas las demás.

En este sentido, claro que nos alegramos por el hecho de que se estén haciendo esfuerzos por intentar normalizar las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, pero no nos llamemos a engaño. Estados Unidos no ha dejado de ser imperialista, ni lo dejará de ser sólo porque ahora los cancilleres de Cuba y Estados Unidos puedan sentarse a conversar civilizadamente. Porque, dolorosamente, la historia del último siglo está plagada de las barbaridades que los distintos gobiernos estadounidenses han perpetrado en muchos países del mundo con los que sostenían excelentes relaciones diplomáticas. Así que, cuidado, y como dice la canción de Rubén Blades “si lo vez que viene, palo al tiburón…”

 

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