Opinión

13.May.2015 / 09:35 am / Haga un comentario

Grito llanero

Por: Pedro Gerardo Nieves

La incómoda pregunta nació en una conversa pedagógica de las que hacemos continuamente. La preguntona lanzó la pedrada interrogativa cuando explicábamos cómo los aparatos de dominación cultural secuestraban los arquetipos y símbolos de la humanidad para mercantilmente apropiarse de ellos. La respuesta, lacónica e incómoda fue: Creemos que sí. El personaje creado por Jerry Siegel y el canadiense Joe Shuster encuadrarían en un salvador de la raza humana, un prodigador de justicia y solidaridad, dotado de poderes sobrenaturales para cumplir dichos menesteres.

Si Superman fuera capitalista presentara una abultada factura, con tax incluido, cada vez que salvara un inocente de las garras del mal.

Huelga decir que, más temprano que tarde, y a pesar de las tendencias izquierdistas de sus creadores, Superman fue cooptado para sumarse al portafolio de figuras del “American Way of Life”. Tanto, que el Departamento de la Marina ordenó que los cómics del personaje debían ser incluidos entre las provisiones básicas esenciales destinadas al cuartel de los marines destacados en operaciones militares en las islas Midway.

El capitalismo no sólo secuestra la ética, también secuestra la estética y produce contenidos de manera avasalladora en una operación descomunal de construcción de hegemonía. Hurga en los entresijos de la sicología humana, descifra interesadamente sus sentires más profundos y formula constructos que permiten manipular a las masas para sus non sanctos fines. Así, desde la visión trágica del héroe griego que entiende su destino negativo y lucha corajudamente para cambiarlo, el imperialismo genera héroes que tributan a sus modos y maneras como emanación de su base material para perpetuarla, en un eternoretornograma.

Por supuesto que estos productos culturales, además de pretender imponer un modo de vida congruente con la pax americana, aprovecha el viaje para descalificar cualquier símbolo que amenace su sistema.

Un clásico de la intelectualidad de izquierda sistematiza con maestría, en lo que llaman un “manual de descolonización”, las historietas publicadas por Walt Disney para Latinoamérica. El nombre explica por dónde van los tiros: Para leer al Pato Donald, escrito por el argentino-chileno Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart.

Los acuciosos y marxistas investigadores demuestran que las historietas Walt Disney no solamente son un reflejo de la ideología dominante, sino también perpetradores de una estrategia de manipulación de masas a gran escala. Visto desde Marx, tratan de dar expresión al enunciado de que “las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante” y no de las mayorías.

En la página 92 de su obra, Dorfman y Mattelart explican el trasfondo estratégico de la operación de masas: “Lo imaginario infantil es la utopía política de una clase. En las historietas de Disney, jamás se podrá encontrar un trabajador o un proletario, jamás nadie produce industrialmente nada. Pero esto no significa que esté ausente la clase proletaria. Al contrario: está presente bajo dos máscaras, como buen salvaje y como criminal lumpen. Ambos personajes destruyen al proletariado como clase, pero rescatan de esta clase ciertos mitos que la burguesía ha construido desde el principio de su aparición y hasta su acceso al poder para ocultar y domesticar a su enemigo, para evitar su solidaridad y hacerlo funcionar fluidamente dentro del sistema, participando en su propia esclavización ideológica”.

Por eso no es bagatela que el Pato Donald es asexuado, sus sobrinos patitos son flojos, ególatras y tracaleros y toda la historieta describe un culto permanente al billete facilongo. El perro del Pato Donald y sus sobrinos se llama Bolívar, y como buen perro de historieta, es tonto, juguetón y adocenado.

La respuesta contracultural no se hizo esperar en modo de creativa venganza: Washington, el perro de Condorito que lleva el nombre del prócer estadounidense, es también flojo, tonturrón y anda meándose indiscriminadamente por todos lados. Una aleccionadora respuesta de Pepo, el humorista creador de Condorito, que debe ser emulada multitudinariamente para contrastar los dos sistemas enfrentados en la batalla de las ideas.

 

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