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29.Ago.2016 / 12:16 pm / Haga un comentario

Misión Verdad

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La principal razón por la cual la cosa esa del primero de septiembre no derivará hacia ningún «punto de quiebre», «punto de inflexión», «punto de no retorno», «principio del fin», «hito en la historia de Venezuela, un antes y un después» (así lo anunció un bicho de apellido Florido), «inicio de una nueva etapa de presión social» ni ninguna de esas películas con las que andan soñando los paladines de la conspiración empresarial, es que el pueblo de Venezuela no se siente convocado por unos tipos anti-pueblo cuya oferta expresa al pueblo dice: «Entrégame el Gobierno para que puedas vivir mejor».

Hay otras razones, derivadas casi todas de esa. Y todas dejan en el oído la misma sentencia: «No moviliza los poderes constituyentes quien quiere, sino quien puede».

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A dejarse de eufemismos pendejos: la oposición (y esto incluye a su fracción minoritaria, integrada por los partidos de la MUD) aspiran y apuestan a que el primero de septiembre se va a producir una movilización ciudadana tan hecatómbicamente colosal, indetenible y mollejúa, que el Gobierno va a temblar de pavor y a ceder el control de las instituciones, porque Capriles, Chúo, Ramos y el fantasma de Leopoldo van a llegar a Miraflores con el pueblo atrás y van a arrasar con todo vestigio de chavismo.

No crean en retóricas ni análisis tibios: lo que tienen en mente los mercachifles del «cambio» es eso y no un delicado ajedrez hippie-jurídico destinado a presionar para que se produzca el referendo. No lo van a lograr, pero lo van a intentar.

El artículo que enlazamos aquí arribita hierve en guiños y en explicaciones de por qué un pueblo que arde en fiebre prefiere la desmovilización antes que acatar o aceptar el liderazgo del club de pazguatos que osan presentarse como «la oposición», esos mismos que deambulan en el artículo en plan de declarantes. Va un guiño/explicación autorreferencial: este texto, cuyo espíritu rector parece ser un entusiasmo galopante o unas enormes ganas de aparentar y propagar ese entusiasmo, fue escrito por un muchacho que para entender al país suele ir a foros donde palabrea esa clase de expertos de torre de marfil capaces de hablar del segmento «F» de la sociedad sin haberse asomado ni siquiera al «C».

En Prodavinci le dicen al muchacho: «Anda a ver qué anda diciendo el pueblo furioso. Tú sabes, el pueblo: el sujeto de la democracia», y el pobre va y se mete en un auditorio tan populachero, concurrido y vital como un mausoleo, a encontrarse con momias de mayor o menor vendaje, y de ahí saca premisas y conclusiones. Hubo un foro particularmente hilarante del que veníamos dispuestos a burlarnos, pero sucede que una de las estrellas invitadas al mismo acaba de morir y es obligante un mínimo de respeto a sus dolientes.

El caso es que esa doña, Mercedes Pulido de Briceño, aportó una de las frases o ideas que revelan el estado en que se encuentra la máquina de escudriñar a Venezuela de ese cónclave de expertos de escaparate. Pulido dijo en esa oportunidad: «Dicen que el pueblo no se moviliza. Pero ¿quién lo moviliza sino las élites?».

Esos son los profesores y expertos en pueblo y en democracia; imagínese qué queda para los discípulos.

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Asomábamos hace un momento que, hoy en día, los «líderes» de la MUD integran una minoría en ese espectro convulso y confuso que es el antichavismo.

La opinión mayoritaria de la oposición es que la MUD es una parranda de traidores que negocian con el Gobierno su permanencia dentro del juego democrático mientras en los medios y las redes andan mostrándose como activadores peligrosísimos de rebeliones, sediciones y movimientos cinematográficamente clandestinos.

Creen o creían en Voluntad Popular que el país en pleno estaba más pendiente de las penurias de Leopoldo López que del plato diario de espaguetis, hasta que una extrañísima encuesta de Datanálisis ubicó la popularidad del Mandela del empresariado por debajo de la de Ramos Allup y Henri Falcón. Allá ellos con su manejo de los códigos del martirio y el heroísmo.

Los fetiches empleados por estos héroes de laboratorio mediático para la convocatoria a la bautizada «Toma de Caracas» se emparentan abiertamente con el frenesí revanchista de abril de 2002. Abiertamente y sin ningún asomo de cautela ya andan difundiendo las comparaciones de esa movilización con el 27-F y las gestas pretendidamente decisivas de 2014. En el éxtasis del baño de pueblo que ya se están imaginando, otros analistas espontáneos (favor leer los comentarios al final del primer artículo) se atreven a pronosticar un desborde y degollina modelo 1789, un paro cívico nacional y otros etcéteras cuya base argumental es la convicción de que 90% de los venezolanos desea convertir en presidente a cualquier monigote de la MUD.

La nota simpática y discordante la aporta esta vez Henrique Capriles, quien, espantado por la recurrente invocación al artículo 350 (la rebelión popular para derrocar al Gobierno), le hace frente a esa postura extrema pero «huyendo palante»; es decir, sacándole el cuerpo pero insinuando que el más valeroso y radical de la partida es él. Dice el ex o seudo gobernador de Miranda: «Nosotros tenemos que dar PASOS FIRMES» (ustedes saben, más firmes que un aluvión de pueblo tumbando al Gobierno). «Vayamos clarito con el artículo 72» (el referendo revocatorio).

Más firmeza y se convierte en árbol.

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Las únicas movilizaciones de este tiempo histórico que tumban gobiernos o al menos los hacen tambalear pueden ser: 1) súbitas y espontáneas (Venezuela, 1989); 2) dirigidas, marcadas, estimuladas por líderes genuinos (Venezuela, 1998); ó 3) encabezadas y financiadas por maquinarias de guerra internacionales (Libia, 2011).

No pertenecen a esta época histórica las rebeliones o acciones revolucionarias convocadas o movilizadas por élites, como lo creía doña Mercedes Pulido de Briceño, a quien dios guarde en su cálido regazo. Tomar Caracas o cualquier otra ciudad a la usanza de ejércitos antiguos en operaciones militares, amerita primero que nada un pueblo dispuesto a concluir, por intuición y real hartazgo, una etapa histórica en la que le resulta inaceptable mantenerse vegetando.

En segundo lugar un liderazgo lo suficientemente talentoso y conectado con el pueblo, capaz de dirigir esa energía popular hacia un objetivo claro (no este patrás-palanteo en el que unos «líderes» quieren derrocar y otros jugar a la fiesta electoral). Y/o en tercer lugar, a falta de lo segundo, una estructura militar y financiera capaz de sostener una acción bélica de destrucción masiva que perturbe al país hasta el extremo del magnicidio, la invasión o la disolución del Estado. Y ninguno de esos requisitos está dado en Venezuela.

Con todo, es obvio que volverá a jugarse aquí la terrible e irresponsable carta de la violencia y el caos, y esta anunciada situación obliga a meterle freno a todo análisis relajado o en tono burlista. Cree la oposición (y la mafia llamada MUD dentro de ella) que el pueblo en situación de alerta por el chantaje alimentario y la profusa propaganda antivenezolana (ya que no es sólo anti-gobierno) correrá masivamente a Miraflores a matar chavistas y a ungir como rey al primer burrundango filoempresarial que aparezca en cámara solicitando plenos poderes, y sus esfuerzos de los últimos días apuntan a intentar nuevamente esa jugada.

Tal vez corra la sangre en algunos lugares, tal vez intenten y consigan prolongar por unos días la sensación mediática de rebelión (ya están listas las cámaras y la producción audiovisual, cuenten con eso).

Y del lado nuestro, del lado de la construcción del país, probablemente olvidaremos por unos días las discusiones y alejamientos desmovilizantes, y tal vez recordemos al unísono que la Revolución plantea una importante tarea, paralela o previa a las demás: evitar por todos los medios que la plaga racista y transnacional de las corporaciones se apodere del manejo institucional del Estado. Resuelto esto, habremos obtenido otra victoria política al final de lo que otros andan anunciando como nuestra derrota decisiva.

A ver quién aprendió mejor entonces los desafíos de la resistencia.

Por: José Roberto Duque

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