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24.Ago.2015 / 11:10 am / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

El artículo que republicamos a continuación fue originalmente escrito por nuestro columnista José Roberto Duque en pleno estallido del caos provocado por factores ultra en febrero de 2014, en un intento de instalar en Venezuela un escenario de conflicto prolongado en las principales ciudades. Dados los últimos acontecimientos ocurridos en el estado Táchira en el que fueron atacados con armas de alto calibre tres efectivos militares que participaban en una operación contra el contrabando, desde Misión Verdad creemos pertinente insistir en el análisis agudo de este fenómeno que no es nuevo, pero que desde hace dos años ha adquirido características particulares hasta convertirse en núcleo central de la ofensiva que sectores de poder externos e internos intentan contra Venezuela.

No hay elementos casuales en los recientes acontecimiendos: 1) La confirmación de sólidos vínculos de agentes y células paramilitares con la alta dirigencia opositora demostrada con el caso Pérez Venta. 2) La intensa campaña de deslegitimación por derecha y por izquierda de la Operación de Liberación del Pueblo diseñada por el Gobierno nacional para enfrentar, reducir y controlar zonas donde el gen paramilitar da señas de honda instalación. 3) Agudización del lenguaje neurotizante promovido desde las redes sociales intentado criminalizar y reducir cualquier acción en el marco de la ley que proponga el Gobierno para hacer frente a los diferentes escenarios del conflicto en desarrollo en Venezuela. Todo indica que vendrán nuevos elementos desestabilizadores de aquí a la fecha de las elecciones parlamentarias. El nodo paramilitar es probablemente el que requiere mayor, mejor y desapasionado análisis.

El «trabajo»

En algunas zonas fronterizas del Táchira, y particularmente en San Cristóbal (su capital), es donde la violencia alcanzó más altos picos en estos días de paroxismo incendiario. Es probablemente el último lugar donde se extinguirán completamente las jornadas antigubernamentales y es también el punto de Venezuela donde con más intensidad y método seguirá organizándose la conspiración.

Como estamos en un tiempo de hipnosis cinematográfica y a quienes sueñan con ser paladines de la libertad les encanta imaginar que sus panas son seres superiores y tienen condiciones extraordinarias, la «explicación» más cómoda y reconfortante que les gusta difundir es que los gochos son más arrechos y tienen más bolas que el resto de los venezolanos. El viejo truco: si los llaneros no igualan en furor destructivo a los gochos, entonces ya son sospechosos de ser maricos.

Así que ya lo saben. Hay que quemar mucha basura y levantar bastantes barricadas para que los testículos de la región no queden bajo sospecha.

Pero queda gente dispuesta a mirar más allá del tamaño de las bolas, y por fortuna esa gente es una mayoría aplastante. Gente que sabe o intuye que muchos de los motivos para que el Táchira esté como esté son obvios, evidentes. Otros, los que permanecen más o menos ocultos, tienen que ver con los procedimientos. El Gobierno Bolivariano no decidió intervenir directamente en Táchira porque los guarimberos de allá sean más valientes y gloriosos, sino porque en Táchira operan factores que en otros lugares no existen o no se pueden activar con tanta libertad.

El dato más obvio: la fuerte presencia de organizaciones paramilitares, que fluyen con plena libertad por ese corredor desde lo más uribista de Colombia. El «tapón» por el que desde siempre empuja la ultraderecha colombiana para entrar hacia Venezuela ha sido gobernado últimamente por suficientes elementos que han facilitado esa penetración.

Sobre los procedimientos, van algunos testimonios directos y datos de la historia reciente colombiana, que se ha convertido en historia nuestra porque es inevitable el contacto y entremezcla de nuestros países en esa muy activa frontera.

A lo largo de 60 años de guerra, los factores en pugna en Colombia han desarrollado y perfeccionado diversas formas de penetración del tejido social. Eso de hacer la guerra es también una disciplina que evoluciona, y de un tiempo a esta parte ya el ejército, la guerrilla y los paramilitares entendieron que las guerras no se ganan sólo a tiros, sino captando y penetrando a las poblaciones y sus dinámicas vitales.

No se trata de mecanismos creados por el pueblo sino de estrategias de sobrevivencia y mantenimiento de una guerra de la que sólo se benefician las burguesías y la oligarquía que gobierna Colombia desde hace 200 años.

Esa mecánica de penetración es «el trabajo» de las fuerzas regulares e irregulares, esa faena cotidiana hace años en muchos centros poblados de Colombia y desde hace un par de décadas se está practicando en poblaciones venezolanas.

En frontera

En los pueblos o ciudades escogidas como laboratorios paras esos experimentos sociales funciona de esta manera. Un grupo paramilitar «coloca» en una población activistas que se mimetizan en la población en forma de ciudadanos muy colaboradores y activos. Por lo general son prestamistas a bajo interés, obreros especializados (plomeros, albañiles), choferes de taxis y porpuestos; gente que resuelve problemas urgentes y cotidianos. Un día te prestan dinero para que pagues a un bajo interés pero «cuando puedas», otro día te reparó el bote de agua sin cobrarte, otro día te llevó de San Antonio a San Cristóbal a cambio sólo del desayuno y el refresco.

Son sujetos agradables, de buen verbo y sencillez pueblerina que en pocos meses o años ya se ganan el aprecio de los habitantes locales. Pasado el tiempo ya un sector de la población siente que le debe algo a ese sujeto o grupo de sujetos, o se lo debe efectivamente: la reparación, la colita, la prima hermosísima a quien aquel adolescente no tuvo que pagarle (ya le pagaron otros) y que no olvidará jamás. Así los activistas tienen cancha abierta y apoyo local para desarrollar negocios legales, afectos, redes de compañeros agradecidos. Llegado a este punto ya el activista (que nunca es un sujeto aislado sino varios sujetos o familias con una estructura que los apoya a la sombra) consiguió su cometido: ha penetrado el tejido social.

Esta estrategia ha sido puesta en práctica con furiosa regularidad en la frontera y sus corredores (Barinas, Apure, Zulia), y en sectores de Caracas hace rato el Sebin y el Cicpc detectaron esta práctica (tomen un día un taxi desde la plaza Catia y pregunten, busquen conversa, háganse los necesitados de plata o de favores).

Caso concreto en el Táchira

En una comunidad de las afueras de Táriba (es un testimonio directo, no procede revelar datos más precisos) el grupo paramilitar Águilas Negras «trabajó» de esta manera. Por años, un miembro de la organización se dio a conocer entre los jóvenes de la comunidad como el jíbaro de confianza, el proveedor de marihuana (buena parte de los jóvenes de la comunidad son consumidores habituales de marihuana). A finales de noviembre se produjo un momento importante del plan: el distribuidor les dijo a los muchachos que el suministro de yerba estaba cortado y que había escasez del producto. Así como lo oyen: en noviembre hubo escasez de marihuana en el Táchira.

El jíbaro, buen tipo y muy comprensivo, reapareció dos semanas después ofreciendo «mientras tanto» algo más fuerte: heroína. Todo el mes de diciembre se distribuyó heroína con facilidades de pago en esa comunidad. Hasta que en enero, mágicamente, apareció de nuevo la marihuana. El síndrome de abstinencia de marihuana (así sea cripi) es soportable; el de heroína es un martirio. Quien no lo haya experimentado en carne propia o presenciado en la carne de alguien cercano puede echar mano del conocido video.

¿Qué teníamos a finales de enero en esa comunidad específica? Una población joven presa de altos niveles de ansiedad y agresividad; muchachos que estaban o se sentían a salvo mientras sólo fumaban monte, y que ahora difícilmente se despegarán del nuevo vicio introducido por el generoso distribuidor narco-paramilitar.

Post data muy necesaria: No al racismo y la xenofobia

Este es un comentario a título personal que considero demasiado importante. Porque es un asunto que afecta no sólo a este tema, sino a la percepción que a muchos se nos han impuesto sobre los pueblos, y que ha conseguido contaminar la forma en que adquirimos o consumimos información. Con el permiso de ustedes, esta me parece una aclaratoria crucial.

Existe una tendencia generalizada a simplificar las noticias, titulares o enunciados de los hechos hasta el punto de deformarlos, y en este vicio caemos con frecuencia todos, sin importar si somos chavistas, antichavistas, proempresariales o comunistas.

Hablemos claramente del tema tratado arriba: cualquier persona distraída, con prejuicios fuertes o dispuesta a culpar a quien sea de su angustia o su desasosiego, puede resumir el contenido de esos párrafos con una idea lamentable, perversa y además falsa: «Los gochos y colombianos tienen la culpa del deterioro del estado Táchira y de lo que se dice en Venezuela».

Si alguien percibió esa intención en mi escrito yo no quiero pedirle disculpas sino que, POR FAVOR, lea con calma y detenimiento lo que he dicho más arriba. Todo pudiera quedar resuelto con el párrafo que expresa: «No se trata de mecanismos creados por el pueblo sino de estrategias de sobrevivencia y mantenimiento de una guerra de la que sólo se benefician las burguesías y la oligarquía que gobierna Colombia desde hace 200 años». Pero yo sé, porque llevo décadas en esto de informar y de recibir información deformada o contaminada, que ese contenido se diluirá frente a los ojos de quienes sólo quieren leer la realidad desde el cristal de los prejuicios.

Mi posición respecto al odio antiandino y el odio anticolombiano es el que sigue. Durante todo el siglo XX se produjo en los estados centrales y orientales de Venezuela una gigantesca operación sicológica, muchas veces consciente y siempre alimentada por los prejuicios y la ignorancia, cuyo fruto lamentable ha sido el desprecio a la gente de las poblaciones andinas. Fue y sigue siendo tan triste ese bombardeo que mucha, pero muchísima gente, considera natural, normal e incluso hasta agradable el hecho de someter a los gochos a burlas y chistes de todo calibre.

Ese es el mayor triunfo histórico del racismo en Venezuela: que tanta gente crea que considerar ridículos o despreciables a los gochos no es racismo. Que los andinos están ahí para que los caraqueños y maracuchos pasen un rato chévere insultándolos y llamándolos brutos.

Y sobre la xenofobia colombiana mejor ni hablar. Ya todos sabemos de qué se trata y de qué se alimenta. Así que estemos alertas con lo que leemos y con lo que pretendemos haber entendido.

Misión Verdad

 

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