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7.Nov.2016 / 09:14 am / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

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Una de las más recurridas definiciones de «política» es: arte y ciencia de conquistar el poder, y/o mantenerlo. Rigurosamente cierta, la sentencia ha tenido la mala suerte de ser difusa, no a causa de quien formuló la definición sino de los variados intereses de nosotros, sus usuarios y pretendidos expertos en la materia. Si a uno no le explican bien algunas cuestiones como por ejemplo para qué sirve, cómo se ejerce, dónde se encuentra, quién es su operador o practicante, entonces venimos nosotros y le damos la explicación y utilidad que nos da la gana.

Epa, por cierto: ¿dónde se encuentra el poder? ¿Hay un lugar físico, geográfico, con sede y coordenadas, adonde uno va en busca del poder y lo toma, así como quien añora una paca de billetes y va por ella? Vamos a especular sobre ese asunto. Ahora mismo, mientras un grupo amenaza con ir a Miraflores y otro monta un campamento a las afueras de esa casona con ánimos de defenderla.

¿Defender a la casona, al que vive o trabaja ahí adentro, o al poder? Ahí vamos viendo.

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Que se sepa, y no es cuestión de populismo o de palabrería consignera, en Venezuela el poder reside en el pueblo, no en Miraflores ni en ningún edificio. Pero hay edificaciones decretadas y asumidas convencionalmente como símbolo de los poderes del Estado. Esos símbolos pesan, determinan, es cierto; no es lo mismo declararse presidente desde una montaña que hacerlo en el lugar donde se ha establecido como sede de los poderes. Si fuera tan fácil, en Venezuela habría tantos presidentes como cuentas de tuíter.

¿Recuerdan aquel abril de 2002? Ya se ha dicho bastante sobre la forma en que un grupo de empresarios se alzó con el Poder Ejecutivo, representado y personificado en un Hugo Chávez rodeado, intervenido, asediado desde adentro.

¿Pudieron Pedro Carmona y sus muchachos haber ejercido el poder desde el hotel Four Seasons en Altamira? Aquella ceremonia de disolución de poderes, aquel famoso «Considerando» leído por el estúpido convertido en vocero y lector del orden del día, ¿pudo haber tenido lugar en un bunker del este de Caracas, plaza más o menos inexpugnable para las fuerzas bolivarianas?

Pudieron, cómo no, y tal vez el reinado de Carmona habría durado unas horas o días más; eso iba a depender de la cantidad de días u horas que las fuerzas militares tardaran en ubicar al equipo de usurpadores y arrestarlo o ametrallarlo para acabar con la payasada. Con Chávez secuestrado ya los empresarios podían considerarse con el poder en sus manos, porque Chávez, y no Miraflores, era la cabeza del Poder Ejecutivo.

Pero el inmenso fetiche que son las casas del poder llevaron a esa gente a cometer el error crucial de creer que, de verdad-verdad, el poder residía en Miraflores. O de darle más peso a la casa/símbolo que al verdadero poder ejecutor que es la gente.

Trasladada la situación al momento actual, ¿de qué le serviría al antichavismo llegar a Miraflores, o empujar a unas docenas o centenares de desesperados a intentarlo, si a la hora de sacar cuentas hay todo un país que entiende y acepta que Nicolás Maduro es el presidente de la república, por mucho que un sector quisiera que no lo fuera?

Le serviría para otros fines asociados a la toma del poder, o a las ganas de tomar el poder, pero nunca para coronar en un solo movimiento el anhelo de derrocar al presidente y poner a otro en su lugar.

Les serviría, por ejemplo, como en 2002, para propiciar o forzar otra confrontación de pueblo contra pueblo, para volver a ubicar a asesinos profesionales en puntos estratégicos y simular el comienzo de una matanza o guerra civil. Cosas que tendrían una repercusión internacional pero que, en un plano más práctico, solo servirían para crear alguna conmoción de horas o de días, útil para salir a decir «Aquí está la prueba, Venezuela es ingobernable por el chavismo», pero no para tumbar al Gobierno.

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En Venezuela hace rato estamos invitados a ejercer el poder en cada calle, esquina, campo, corredor vial, cuadra, ciudad y caserío. Esto está ocurriendo, con más efectividad en unos lugares que en otros, y esa es una de las más potentes razones por la que puede decirse que el chavismo tiene el poder.

Es verdad que muchos chavistas, en nuestra ignorancia o tal vez en ejercicio de una legítima pero irresponsable comodidad ciudadana, preferimos dejar que sean las instituciones tradicionales las que ejerzan poder y gobierno allá lejos, en Miraflores, en los ministerios, alcaldías y gobernaciones, o aunque sea por televisión.

¿Es poca la gente que participa en consejos comunales, comunas y otras instancias de participación? Sí, pero dos docenas de personas activadas en esos espacios tienen más poder efectivo y decisorio que varios miles que decidieron quedarse en la casa viendo televisión, criticando o haciendo política por facebook. Un puñado de personas activadas, conscientes de estar realizando actos de poder y de gobierno, es efectiva, legítima y legalmente más poderoso que los miles que decidieron no hacer nada y esperar que sus dirigentes lo hagan por ellas.

Ateniéndonos a esa lógica, la peste guarimbera y el concepto mismo de guarimba (promoción y propagación del caos en cada calle y en cada cuadra) funcionan mejor como actos de poder concreto y efectivo que la fantasía caprilera y leopoldera, consistente en creer que un día millones de venezolanos van a ir a Miraflores a sacar a los chavistas y a nombrarlos a ellos, a Capriles y a López, como nuevos jefes de Venezuela.

Procedo a mencionar un caso local, real y actual. Mantendré la narrativa y su desenlace dentro del ámbito de la fantasía, ya ustedes mismos se darán cuenta por qué. Esta es la parte noticiosa, actual y real: en un lugar de Venezuela hay un consejo comunal que decidió hace unos pocos años paralizar las actividades de extracción y explotación de un mineral que sirve para la producción de cerámicas y afines.

Mientras este consejo comunal estuvo dominado numérica y políticamente por chavistas esa mina estuvo paralizada, desactivada, neutralizada legalmente para operar. Pero en los últimos años ha habido movimientos, jugadas, activación de la empresa propietaria de la mina (pues sí, desayunen: hay empresas que son dueñas de montañas y territorios dentro de Venezuela), que un día comprendió la situación del país, entendió que hay unas reglas y una forma de jugar dentro de ellas; comprendió además que ya no hay forma de que una empresa privada por sí sola se imponga a la fuerza en ámbitos en los que el pueblo tiene señorío, y he aquí que se dispuso a «trabajar» de otra forma.

Hoy, al cabo de una serie de acontecimientos y zancadillas, ese consejo comunal ya no está dominado por los chavistas sino por facciones antichavistas, y a punta de votos, asambleas y pasos de baile hermosísimos («belleza con resistencia de piedra», ¿alguien recuerda ese eslogan?) ha resultado que la comunidad volvió a autorizar a la empresa para que vuelva a explotar el mineral. Porque la producción de lavamanos y pocetas es una actividad importante y urgentísima para el país, ¿verdad que sí?

Alguno saldrá diciendo: «El coño e su madre el Gobierno, por qué no ha ilegalizado y mandado a parar esa mina». Pero no, hermano, el culpable no es el Gobierno: el culpable soy YO. El ciudadano que habita en los alrededores de la mina, que en lugar de ir a hacer peso en el consejo comunal prefiere dedicarse a decir por internet «Viva Maduro y yo soy chavista hasta la muerte», pero que en su puta vida cotidiana, en el centro de su estructura de origen chavista y bolivariano, se está dejando meter ese horroroso gol entre las piernas.

¿Podrían el Sebin, el Ejército, la Guardia Nacional o cualquier ente dedicado a la defensa de la soberanía intervenir aquí y clausurar ese insulto antipatriótico y antipueblo para siempre? Sí, podría y absolutamente. Pero (qué lástima no poder pegar un grito en esta línea, pero vamos a intentarlo) en el tiempo de la democracia participativa y protagónica, eso no le corresoponde al gobierno, le corresponde al pueblo. Un pueblo que lo intentó y lo logró durante un rato, pero bajó la guardia y ahí tienen los resultados.

¿Ya vamos entendiendo la diferencia que hay entre comprender lo que es el poder real y ponerse a mamagüeviar soñando que el poder se defiende solamente marchando a Miraflores o instalando allí una carpa?

Ahora, la fantasía, en este caso la pesadilla: ¿se imaginan que algún día la escualidera analice este caso, se percate de dónde y en quién reside efectivamente el poder, y en lugar de andar pendiente de los discursos de sus chúos, allupes y mariacorinas se ponga a trabajar para arrebatarnos el poder en la vida real y no en Miraflores?

Menos mal que eso es sólo una pesadilla. Así que no le hagamos más propaganda a ese método, legal y posible pero fantástico para el conglomerado flojo que ellos son (un poco más que nosotros), y pasemos la página.

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Si no fuera una declaración tan pretendidamente heroica valdría la pena sentenciar algo como: «Lo que nos han vendido como heroísmo es la negación de la ciencia política». Nos cuesta tanto entender la política que cada día parece haber más gente convencida de que sólo es un buen político quien no hace política.

Como tendemos a creer que la destrucción del enemigo tiene que ocurrir como narran las epopeyas (a garrote, plomo o machetazo, y en batallas sangrientas y explosivas) viene a resultar «natural» que nos parezcan sospechosas las victorias en las que el enemigo no solo queda vivo, sino que se puede dar el lujo de recibir algunos beneficios a cambio de su derrota. Tan fácil que es sacar la cuenta y deducir que, precisamente, si se le están concediendo cosas al derrotado es porque a cambio nos concedió la victoria.

Al proceso que auspicia ese trueque de posiciones en el tablero lo llaman «negociación», pero he aquí que los afectados de falso heroísmo ignoran que eso de negociar es algo que han hecho todos los líderes del mundo en todas las épocas, y que precisamente en eso consiste uno de los rituales políticos por antonomasia. Se negocia para evitar la fase bélica de las guerras, se negocia cuando estalló la matanza, se negocia mientras nos caemos a plomo, se negocia para cesar los disparos y luego se sigue negociando.

«Hacer concesiones» y «negociar», en el lenguaje del glorioso destructor de enemigos (que en realidad nunca ha destruido a nadie) es lo mismo que traicionar, venderse, ser blando y guabinoso.

El que ignora qué cosa es la política piensa que la única actitud honesta, valiente, patriótica y viril (recordar: la valentía está en los testículos) es tomar el fusil y salir a matar a todos los que están del otro lado, con la esperanza de que, por ejemplo, matando a los capitalistas, se acabe el capitalismo. ¿Ha ocurrido esto alguna vez? Pues sí, muchas veces se intentó en el siglo 20.

Pregúntenle a los cubanos, chinos y rusos. Tanto fusilar a agentes del capitalismo y ahí están los tres experimentos, ensayando a su manera formas agresivas de capitalismo industrial y comercial.

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Puede que el título de esta nota merezca respuestas menos dispersas. Bueno, esta es una: el chavismo tiene el poder porque: 1) en el ejercicio diario de la política en los niveles locales y comunales se ha impuesto, incluso en el lenguaje y en las tomas de decisión, una forma chavista de legislar, administrar y movilizar gente y resursos, y 2) en el ejercicio diario de la política en el nivel macro, nacional e internacional, tenemos a unos señores políticos cuya habilidad para navegar a contracorriente es superior a la fuerza destructiva que el antichavismo no quiere, no puede y no se atreve a utilizar a su favor.

Se vale que ustedes aventuren otras apreciaciones al respecto.

Por: José Roberto Duque

Misión Verdad

 

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