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12.Jun.2020 / 12:26 pm / Haga un comentario

Foto: Referencial

Por Roberto Hernández Montoya 

Ya lo veíamos con la debacle ecológica: al capital no le importa la vida. Pero ahí está su límite porque sin vida no hay capital. Por eso Marx hablaba de las contradicciones del capital. Al dar prioridad absoluta al beneficio da prioridad absoluta al maleficio. Si lo dejamos a su lógica nos extermina y se extermina, de paso, ciega e idiotamente y ni siquiera negocia porque no entiende nada y lo tergiversa todo.

El coronavirus ha exacerbado esta contradicción. El capital urge reanudar el mercado pero lo que consigue es atrasarlo al reanudar el contagio y la cuarentena. ¡Vamos, Bolsonaro y Trump, pues!.

El capital es tan ciego que no entiende que hay que retardar la economía para acelerarla. La imbecilidad es rentable pero autodestructiva. Hay quienes niegan el virus no porque son idiotas sino porque son capitalistas. Es difícil combatir esa imbecilidad porque el capital tiene comprado el Estado. Dije difícil y añado que estamos en peligro, pero no dije que es imposible. Y tenemos el deber de hacerlo.

Todo suicidio aturde, pero el que se impone al prójimo indigna. Como cuando provoca más de cien mil muertes solo en los Estados Unidos porque el neoliberalismo exige debilitar la salud pública. El contraejemplo es Venezuela, un país asediado económica y militarmente que ha logrado contener la pandemia como ningún otro, bajo la consigna de que “entre cuarentena y producción no hay contradicción”, porque está manteniendo tanta actividad económica como es posible sin recurrir al suicidio colectivo.

Otra mente obra el dúo dinámico Trump-Bolsonaro: no hace falta estudiar medicina para presagiar una inminente hecatombe de escala bíblica. No hemos visto nada aún y trato de ser consciente de lo que ya son 400.000 víctimas mortales.

Las cifras invitan a la abstracción. Por eso invito a considerar la segunda muerte de las víctimas al expirar en soledad y luego no tener funeral, esa sicoterapia ancestral desde que somos gente. ¡Qué solos se quedan los muertos!, lloró Bécquer.

Habrá que redefinir el término “macabro” porque ya la realidad que quiere nombrar lo desbordó hace 400.000 cuerpos abandonados, tirados en la calle, en fosas comunes, lanzados en basureros. Sin luto.

Wall Street no comprende eso. Ni nada.

 

 

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