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26.Oct.2020 / 07:52 pm / Haga un comentario

Foto: Referencial

Por Jimmy López Morillo

Durante muchos años nos preguntamos cómo habrían vivido en Venezuela aquel histórico momento en el cual un diminuto cumanés, Francisco “Morochito” Rodríguez, el 26 de octubre de 1968 llevó a nuestra Patria por primera vez hasta lo más alto del podio en la más importante cita del deporte universal, los Juegos Olímpicos, celebrados en esa oportunidad en México.

“Lo primero que escuché fue el grito de Carlitos González: ‘¡Ganó Venezuela!’. Luego me levantaron la mano y comencé a llorar”, nos relató “Morochito” en una entrevista hace un par de años.

“Carlitos tenía como una obsesión con ‘Morochito’, él como que tenía un presentimiento y por eso se fue a México a transmitir el solo esa pelea, que narró, comentó, hizo de todo”, rememora Diógenes Carrillo, otro de los grandes de nuestro periodismo deportivo.

En la memoria del cumanés, permanece intacta la imagen de una muchacha catiense, arrojándole la bandera nacional al ensogado de la Arena de México, apenas se anunció su victoria por decisión de los jueces 3-2 sobre el surcoreano Yong Ju Jee.

“No se me olvidará nunca. Ella me la lanzó, yo la recogí y me puse a llorar. No supe quién era ella, con todo el alboroto que se formó sobre el ring, no tuve chance de más nada”, prosiguió sus remembranzas el gladiador sucrense.

“Cuando tocaron a la puerta para que saliera a pelear, me asusté, estaba un poco nervioso, pero al subir al ring se me quitó todo, me concentré en el rival, porque yo había llegado a México a ganarme esa medalla de oro, que era la única que me faltaba”.

La gesta la había ido hilando desde mucho antes:

“Recuerdo cuando lo entrevisté antes de su partida a los Panamericanos de Winnipeg 1967. Me dijo: ‘Yo voy a traerme una medallita, aunque sea de oro’ y me pregunté: ¿Aunque sea, es que acaso él piensa que hay de más valor, de diamante, tal vez? Y terminó trayéndose la dorada”, nos contó Diógenes Carrillo.

Camino al Olimpo

El cumanés era una de las principales figuras de la delegación venezolana integrada por 25 atletas. El cubano Rafael Carbonell, fue su primer oponente y también su víctima inicial, con una inobjetable decisión 5-0; le siguió el ceilandés Hatha Karunaratne, derrotado por RSC, asegurando el pase al duelo decisivo ante el estadounidense Harlan Marbley, quien cayó 4.1.

Solo el surcoreano Yong Ju Jee lo separaba de la gloriam del Olimpo.

“Era un boxeador muy difícil, durísimo, pero yo me fui adaptando a su estilo y lo fui llevando al mío. En el tercer asalto, solo pensaba en ser campeón”, nos describió “Morochito” el combate.

Llegó el campanazo final y la angustiante espera de la decisión de los jueces: Venezuela, que siguió golpe a golpe el careo en la narración de Carlitos González, experimentó un estallido de alegría jamás vivido hasta entonces. La hazaña de “Morochito”, se convertía en la más importante del deporte venezolano. El país entero, estaba a los pies de aquel diminuto guerrero de 23 años.

Sangre en la plaza

El flamante medallista dorado no tenía por qué saberlo, pero el México de esos días se hallaba convulsionado. El 2 de octubre, los suelos de la Plaza de las Tres Culturas quedaron bañados en sangre, en un hecho que fue conocido como La Masacre de Tlatelolco, retratada por cierto en “Roma”, del director Alfonso Cuarón, ganadora del Óscar a la Mejor Película Extranjera en 2018.
Ese día, en dicha plaza se congregó una multitud exigiendo el cese al autoritarismo y denunciando la utilización de los Juegos para disfrazar la realidad mexicana.

La manifestación, fue reprimida brutalmente por el Ejército y el grupo paramilitar “Batallón Olimpia”, bajo lineamientos de la CIA –según se demostraría después–, dejando un saldo estimado extraoficialmente entre los 250 y los 1.500 muertos.

Las “Panteras negras”

En medio de una tensa tregua, los Juegos fueron inaugurados el 12, pero el 16, otro suceso generó cierta conmoción: tras la final de los 200 metros, los ganadores de oro y bronce, los estadounidenses Tommie Smith y John Carlos, al momento de interpretarse el himno de su país, hicieron la señal del Poder Negro, levantando sus manos enguantadas en protesta contra el racismo en esa nación. El australiano Peter Norton, ganador de la de plata, también expresó su solidaridad con sus colegas medallistas.

Smith había impuesto récord del mundo con su tiempo de 19.83 y al momento de recibir su presea dorada llevaba un pañuelo negro como símbolo del orgullo de los afrodescendientes, mientras Carlos utilizó su chaqueta desabrochada, como muestra de solidaridad con los obreros de Estados Unidos y un collar de abalorios que, según él, era «… Para las personas que fueron linchadas o asesinadas, y nadie ha dicho una oración por ellos, que fueron ahorcados y para los que fueron arrojados al agua en mitad del pasaje».

«Si gano, soy americano, no afroamericano. Pero si hago algo malo, entonces se dice que soy un negro. Somos negros y estamos orgullosos de serlo. La América negra entenderá lo que hicimos esta noche», dijo por su parte Smith.

El presidente del Comité Olímpico Internacional, Avery Brundage, suspendió a estos atletas estadounidenses y ordenó su expulsión de la Villa, pero el Comité Olímpico Mexicano se negó, alegando que al tener visa de deportistas, seguían siendo invitados de honor de ese país y serían tratados como tales.

Tommie Smith, John Carlos y sus familiares, recibieron amenazas de muerte al regresar a su país, pero con el pasar de los años la Universidad Estatal de San José, donde ambos cursaron estudios, los homenajeó con una estatua en la cual inmortalizó su gesto alzando los puños en México 68.

Peter Norton, por su parte, fue marginado en Australia, siendo excluido del equipo de atletismo para los Juegos Olímpicos de Munich 1972, pese a haber hecho la tercera mejor marca en los clasificatorios. Falleció en Melbourne el 3 de octubre de 2006 y Smith y Carlos, con quienes se solidarizó en aquella histórica protesta, estuvieron entre quienes portaron su féretro.

Finalmente, como si fuera eso que llaman ahora “en tiempo real”, años después nos electrizamos al escuchar la descripción del épico combate en la voz del inolvidable Carlitos González, uno de los mejores comentaristas deportivos venezolanos de todos los tiempos y a quien la vida lo colocó como narrador y testigo de la que ha sido una de las más grandes hazañas de nuestro deporte.

 

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