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21.Sep.2016 / 07:58 am / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

Foto: Misión Verdad

En la antigüedad hubo grupos y partidos serios, de esos que se tomaban en serio la formación de sus militantes («cuadros», parece que los siguen llamando) y los mandaban a realizar tareas y misiones, algunas más complejas e importantes que otras, pero todas ellas serias. Seriedad: «eso» que le otorga importancia a elementos como la inteligencia de los militantes, su formación para el trabajo y su visión del porvenir, para tratar de no lesionarles ni el sentido de responsabilidad, ni las ganas de hacerse militantes ni la sensación de conquista.

Aquellos partidos y organizaciones solían enviar a sus militantes y cuadros más preparados, o en un estadio más avanzado de su formación, a penetrar instancias o territorios con diversos fines u objetivos, a saber: minar o sabotear el trabajo de determinadas empresas u organizaciones, crear o fortalecer la militancia de nuestro grupo o partido en un pueblo, institución o espacio de estudio o trabajo; explorar debilidades o posibilidades de esos espacios, etcétera. A esto se le llamaba «hacer trabajo político».

Y así se asumía: era un trabajo, y como a ese asunto el militante debía entregarle su tiempo, su energía, su pertrecho emocional, solía ocurrir que al elegido se le garantizaran unos ingresos o una forma de ganarse el pan. Muchas de sus misiones consistían precisamente en trabajar en instituciones u organismos adonde iban a ganarse un sueldo. Cuando las cosas iban bien o se hacían con la suficiente habilidad o destreza, el enemigo terminaba pagándote para que hicieras la tareíta de irlo socavando desde adentro.

Sé de militantes que fueron enviados a estudiar determinadas carreras en universidades, pero no para que se graduaran e hicieran carrera sino para moldear y levantar núcleos de la juventud de ciertos partidos. Sé de cuadros y militantes que al pasar el tiempo le cogieron cariño a la escuela a la que fueron enviados a desarrollar labores de agitación revolucionaria y terminaron graduándose, se convirtieron en señores profesionales y más nunca quisieron saber de revoluciones ni de militancias.

Sé de casos de organizaciones que lograron metas importantes con ese método y algunas consiguieron expandirse y convertirse en referencias nacionales, hasta que un insólito aburguesamiento, una distorsión o destrucción fáctica de principios, objetivos y visiones, terminó degenerando el experimento rumbo a lamentables casos de prostitución política, de entrega vergonzosa a las filas del enemigo. Casos específicos: La Causa R y quizá también Bandera Roja, dos experiencias que en sus inicios formaban jóvenes para la revolución y que terminaron descompuestas a punta de debilidades y traiciones por parte de algunos jefes y jerarcas.

De mi torpe acercamiento a algunas de estas agrupaciones rescato ciertas conversas en que los viejos camaradas nos comentaban o informaban lo siguiente: «Cuando usted llega a vivir o a trabajar a un sitio ya tiene una tarea militante, que es IMPACTAR su área de acción». Basta escuchar ese titular y ya lo demás viene solo: el ejercicio de recordar, idear y discutir las muchas formas de «impactar» una comunidad, un pueblo, un equipo de trabajo, un territorio: el activismo a base del contacto y la organización de gente en talleres, luchas locales, creación de grupos y dinámicas.

Pero la encomienda ya sabe cuál es: usted se instala en un sitio y, si su decisión de ser revolucionario o de hacer algo por la propagación de la idea y la praxis revolucionarias son genuinas, debe ir fraguando la manera de impactar, de estremecer, de modificar, de torcer o consolidar el rumbo de algún aspecto de la vida en el entorno. Me resultó muy fácil asociar este «formato» con el concepto que fascinó en su momento a Hugo Chávez, aquello que llamamos «Punto y círculo»: el punto es la sede de una institución equis, instalada en un territorio; el círculo, el conglomerado de gente y factores que están alrededor de esa sede. Hace bien detenerse a internalizar la visión de que los revolucionarios somos o debemos ser «puntos y círculos» ambulantes.

Un revolucionario pasa por un lugar y, a menos que su paso por allí consista en enconcharse, mimetizarse o protegerse en la clandestinidad (la historia a veces nos traslada a estas raras circunstancias o episodios coyunturales) no lo deja igual, de ninguna manera. Su paso por un territorio no debe ser inútil, estéril, tibio ni fácilmente olvidable. Usted debe, en cualquier caso, lograr que al cabo de años o décadas su paso por allí siga comentándose en clave de respeto, admiración o aunque sea tal vez alguna carcajada.

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Hay circunstancias en que el impacto en un territorio sólo rinde frutos si antes el militante se deja impactar e influenciar por el entorno, no pasiva pero sí cautelosamente. Casos en los que conviene darle más cancha abierta a la humildad y al «bajo perfil» que al estilo agresivo y entrompador.

Porque no todos los ámbitos se prestan para idénticos esquemas y «fórmulas» de acción política. Detectar estas peculiaridades puede llevar meses o años de observación, escudriñamiento, lenta penetración y análisis. No siempre funciona una táctica caribe en un territorio andino, y precisamente de esto se trata aquello de la cautela: sólo dedicándole tiempo y serenidad a los rituales de adaptación a un pueblo es posible aprender sobre su historia, temperamento, componente social, referentes culturales, modos y sistemas de vida.

Vivo en una zona en la que el chavismo sigue siendo mayoría, y en la que en nuestra peor pesadilla electoral (parlamentarias del 6-D-2015) hubo centros de votación donde el chavismo triunfó con más de las tres cuartas partes de los votos. A ver: es muy de pinga andar por la vida diciendo que uno vivió y se formó en la parroquia 23 de Enero de Caracas, pero si en esa parroquia la agrupación más votada el 6D fue la MUD usted tiene que bajar la frente y escuchar en silencio y con atención lo que dice la gente de Agua Fría y La Cuchilla, donde el chavismo arrasó con más de 80%.

No pretender venir a darles clases de organización comunal ni de nada basado en su estilacho de héroe glorioso y batallador: antes de abrir el hocico recuerde de dónde viene y dónde está parado, escuche con atención a la gente que sabe hacer las cosas en el lugar donde usted vive o pretende vivir, y después saque cuentas y conclusiones. Y sobre todo recuerde: el tiempo de Chávez fue el tiempo en que el pueblo abandonó la condición de rebaño y adquirió la de sujeto hacedor de procesos.

Un año y medio estuve empapándome de historia y de historias, de métodos y de ritmos; fue un año y medio de dedicarme a levantar media casa y a consolidar unas relaciones. Y después, impactado y moldeado y transformado, intentar el impacto que (creo) está en marcha.

Hay quienes tienen una organización o partido al que le deben rendir cuentas. Quienes sólo les rendimos cuentas al pueblo y a nuestra conciencia entendemos por «informes de trabajo» esas marcas que vamos dejando y que la vida nos esculpe también. Cosas del mucho o poco impactar.

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Momento actual: recordamos con algo de agradecimiento o simple atención de bicho curioso los tiempos en que algunos partidos (¿vanguardias?, zape) mantenían estos procedimientos, ceremoniales y maneras de «trabajar la calle». Muy pretenciosamente se hablaba de «entender y abordar la tarea de la organización del pueblo». Hoy tenemos que adaptarnos a la idea espantosa y al momento crítico en que los partidos pro empresariales andan en eso de penetrar, impactar (sabotear), agitar y captar, mientras nosotros nos relajamos y le dejamos mucho de nuestro trabajo a un gobierno, que todavía es nuestro aliado pero que no tiene por qué hacernos los trabajitos de la defensa y la inteligencia.

No sé si sonó la hora de ir rescatando del tiempo añejo de algunas viejas tácticas, o el de (aunque sea, malhaya) ejercitarnos en eso de detectar cómo nos van ocupando e invadiendo espacios como antes lo hicimos nosotros con ellos. Pero con toda seguridad llegó una hora que no es el de sentarse a presenciar cómo nos joden o se preparan para jodernos. Creo que no es mucho soñar eso de invitarnos otra vez a la creatividad y a la agitación.

Por: José Roberto Duque

Misión Verdad

 

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