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15.Abr.2024 / 01:35 pm / Haga un comentario

Foto: Referencial

Por: Alfredo Carquez Saavedra

Suenan los tambores de guerra en la Unión Europa. Que mala costumbre esa de los europeos de querer matarse cada cierto tiempo. Y si ya es muy malo que eso pase entre los habitantes de las distintas naciones que conforman el Viejo Continente, peor es la manía de arrastrar al abismo de la muerte y la destrucción a otros pueblos, sin importar cuan lejanos o cercanos estén del centro del conflicto.

En Europa se han asesinado en masa aduciendo un abanico infinito de razones y de argumentos de todo tipo. Por quitar o poner reyes, reinas, príncipes, condes, duques, obispos, cardenales y papas. Por instaurar o destruir imperios o regímenes de gobiernos.

Los europeos han pasado de la monarquía a la república y de esta a la restauración de alguna que otra corona devaluada, sentada en un trono mantenido en pie gracias a la fuerza de las armas de una dictadura. Se han cortado cabezas con hachas y guillotinas; se han ahorcado, quemado y asesinado por diferencias religiosas, políticas, de nacionalidad, lengua y cultura.

Asombra también la poca capacidad de aprender tomando en cuenta las experiencias acumuladas en miles de años de historia. No nos vayamos tan atrás. No se trata de recordar las tristes consecuencia que se vivieron en la Europa de la Guerra de los 100 años. ¿Para qué viajar tan allá si hay sucesos más cercanos y cruentos? Entre la I Guerra Mundial y la II Guerra Mundial se superó con creces cualquier registro de brutalidad y, por si fuera poco, se añadió con el terror nuclear el riesgo de desaparición de, si no toda, buena parte de las humanidad.

Ese vicio patológico del uso de las armas entre si y también en contra los más débiles, se junta con la creencia de ser los civilizadores de un mundo poblado en su mayoría por bárbaros latinoamericanos, africanos, asiáticos y oceánicos. Habrá algunos lectores que dirán que ya pasó el tiempo del positivismo, período de la historia en el cual, por ejemplo, Gran Bretaña justificó genocidios en nombre del progreso (alias potable del capitalismo), pero la verdad es que la mentalidad colonialista sigue ahí, en el consciente y en el inconsciente de quienes toman decisiones y de quienes votan por estos en la Unión Europea.

La posición belicista de Emmanuel Macrón, ante Rusia y en defensa del gobierno títere nazi y filoestadounidense de Ucrania, es un claro ejemplo de lo arriba mencionado. Cuando el mundo entero pide paz, el presidente francés, en momentos de baja popularidad entre sus coterráneos y la pérdida de influencia en las antiguas colonias galas del centro de África en favor de la cooperación rusa y china, alza la voz llamando a la profundizar el conflicto en el Dombás, tentando así el estallido de una apocalíptica tercera guerra mundial.

 

 

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