Opinión / Noticias / Carola Chávez

1.Ago.2019 / 03:53 pm / Haga un comentario

Foto: Con el Mazo Dando

POR: CAROLA CHÁVEZ

Les dijeron que fueran, que eran bienvenidos, que los aceptarían sin visa, sin papeles, que olvidaran la apostilla, que reconocerían sus títulos universitarios, aunque fueran chimbos, que fueran en cambote, que los acogerían, que había una carpas de ACNUR cheverísimas, que de ahí al Paraíso Terrenal, que allá se gana un realero, que llueven Iphones, sushi, Nutella, que vengan… Vengan que la “diáspora venezolana”, que lo mire el mundo, que Venezuela se hunde, culpeMaduro y los venezolanos huyen a pie. Vengan hermanos descalzos, que aquí los vamos a recibir con la ayuda humanitaria, con Angelina Jolie. Vengan y lloremos, foto, foto, flash, flash…

Hay que irse porque allá se gana en dólares. Saca la cuenta de un sueldo mínimo peruano al dólar paralelo y dice ¿te imaginas ese realero? Imagina que en lugar de 300 pesos, soles o lo que sea, va a ganar varios cientos de miles de bolívares; que la gasolina, luz, el agua, el gas y el internet serán prácticamente gratis, como pasa en el país de donde hay que huir. Que allá se van a comer el mundo, porque en el mundo no conocen las arepas, los tequeños, ni los patacones y no saben bailar salsa con sabor Venezolano… ya van a ver.

Que te vengas para Chile, que yo te ayudo, mi pana, que te vengas y vivimos juntos, con mi hermano, mi cuñada, mis dos sobrinos y yo, que necesitamos unos más para que el alquiler sea más “pagable”, tú sabes, que aquí es cheverísimo, pero eso sí, aquí hay que trabajar, no no como esa guachafita comunista de querer vivir con solo ocho horas diarias de trabajo, carnaval, semana santa, días patrios y permisos de maternidad. Que no señor.

¡Ajá, bien hecho! La comunidad internacional ya se está dando cuenta de que un gentío se está yendo y los EEUU y Europa están mandando millones de dólares para ayudar a la “diáspora”. ¡Yo soy diáspora!-Dijo Gabi Arellano y se compró tremendo apartaco en Bogotá. Luis Florido diasporó unos días en Cúcuta y $6 millones se llevó. Julio Borges advierte al mundo que los venezolano somos una enfermedad contagiosa, y no lo dice por Arellano y Florido, sino por los que buscando el Dorado dolarizado se van a Perú, Colombia, Ecuador… Llora Angelina abrazando a un venezolanito flaquito que resultó ser colombiano. Llora y se pregunta si ese muchachito también será contagioso, no vaya a ser que se llene Angelina de ronchas y todas esas cosas feas que los venezolanos contagian…

Unos fueron, al principio becados por Voluntad Popular, luego por pura baja autoestima, a dar lástima en los autobuses o en el Metro, en Buenos Aires, Santiago, Lima, en cualquier sitio donde pudieran llorar a todo gañote, vestidos de bandera siete estrellas, culpando al gobierno de Maduro de todas sus desgracias, que al final resultaban menos desgraciadas que las que padecen los otros pasajeros que con paciencia se tienen que calar la letanía. Y ¡ay del que ose cuestionar el llanto!, porque conocerá entonces la furia guarimbera que nosotros hemos padecido. Y tratando de dar lástima terminan dando rabia y la xenofobia siempre de tan fácil combustión que ni siquiera necesita chispa, con chispa se convierte en fenómeno internacional.

Qué feos son los peruanos, los chilenos, los ecuatorianos. ¡Qué indios son!. Que las mujeres más bellas del mundo son de Venezuela, “culiaos”, que nuestros médicos están mil veces mejor preparados que los médicos chilenos, peruanos, colombianos, españoles… que se gradúan sin saber poner ni una inyección. Que de playas les podemos dar lecciones, que las más blancas, las más azules, las más perfectas quedan en mi país. Que las rumbas son las venezolanas, que los mejores chistes son venezolanos también… Y no hablemos del clima, loco, porque nuestro clima les patea el culo mil veces, maldito frío chileno que me va a matar… Que lo digo en mis redes sociales porque me da la gana, para que sepan todos que los venezolanos somos los mejor del mundo y no como esta mierda de acá. Otro punto para la xenofobia que, insisto, sin fósforo y gasolina ya estaba ardiendo.

Y los medios fuego, fuego fuego; porque para que el plan de guerra diseñado en el Pentágono funcione hay que hacer que la opinión pública mundial entienda que los venezolanos no somos gente, que somos malvados, que somos un peligro, que somos una “enfermedad contagiosa”, recuerden, que cada venezolano que cruza la frontera lo hace con una mochila cargada de malas mañas. Que hasta el mejor de los venezolanos, el más honesto, el más bondadoso, no sirve porque nos viene a quitar el trabajo, así que venezolano bueno no hay. Entonces, de repente, los venezolanos nos convertimos en malas noticias.

Venezolano bueno no hay, Dice Lenin en Ecuador, exponiendo a todos nuestros connacionales que se fueron demasiado para allá a ser linchados por la furia xenófoba desatada en esos días por un crimen cuyo autor era venezolano. Entonces sí hubo una diáspora de venezolanos huyendo con lo puesto de un pueblo azuzado para el linchamiento.

Y habrá que poner reglas, dijeron los gobiernos que habían abierto puertas y ventanas para atraer a los venezolanos que “huían de la dictadura”. Que habrá que pagar en dólares para solicitar una visa, que no, que si viene con visa de turista no se puede quedar, que a su dictadura malvada usted tiene que volver, que no aceptamos pelagatos, que se necesita capital de inversión para quedarse. Que se nos llena el país de gentuza, y ya con la gentuza nuestra tenemos, entienda usted. Y cerraron todas puertas ventanas, no hacer fiesta mediática con los que se quedaron a medio camino, en medio de la nada. Y de la diáspora no se habla más… hasta que se tenga que volver a hablar, of course.

Y allá, en el invierno del Sur, pasada la emoción del recién llegado, permeados por la cruda realidad del capitalismo al que huyeron por tener que calarse el “infierno” de vivir aquí; revisan en el Facebook de parientes y amigos que se quedaron alguna cosa horrenda que esté pasándonos, para consolarse y convencerse de que tomaron la mejor decisión. Y el remedio es peor que la enfermedad.

Resulta seguimos viviendo, cumpliendo años, yendo a la playa, casándonos, teniendo bebés, trabajando y, los más irresponsables, hasta publican fotos felices en Instagram, Twitter y Facebook. “Mi familia hasta come Pepitos”- dijo uno que, muerto de frío en Viña, no podía creer semejante relajo. No entienden cómo es posible que vivamos, cuando todo el mundo sabe que en este país no se puede vivir. No es posible porque ellos, que trabajan 14 horas al día, de lunes a lunes, no pueden ni soñar con ir a la playa, y nosotros casi que vamos todos los sábados a darnos un chapuzón. No es posible que la gente este dispuesta a quedarse en Venezuela y, de paso, a seguir siendo feliz. ¡No es posible que lo logren!… ¡y lo logran, maldita sea!. Eso tiene que ser sinvergüenzura, ¡punto!.

“Por eso es que Venezuela no sale de abajo -escribe uno en una foto de Instagram donde sale muerto de frío con su uniforme de Burger King-, por el conformismo, por que la gente no quiere trabajar, porque si uno quiere algo tiene que sudar para tenerlo, porque me esfuerzo, porque no duermo, porque no salgo, porque no pierdo el tiempo en playitas ni en rumbas, porque trabajo, sí, para poder vivir como merezco. -Remata su autoconsuelo con un chacumbélico- cada quien tiene lo que merece”.

“Cada quien tiene lo que merece”, hasta que descubran el alivio de saber que siempre se puede volver.

 

 

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