Opinión

3.Jul.2014 / 03:59 pm / Haga un comentario

Dos hombres armados entran al quirófano del Hospital Universitario de Caracas y le disparan al paciente que estaba siendo operado. Todos los relatos acerca del suceso presentan sus propias inconsistencias, pero no es eso lo que apremia en este momento, pues cada empresa que vive de alterar noticias lo hará a su modo, por centimetraje y venta. A fin de cuentas lo que importa es cuánto vende una muerte noticiosa.

Luego de saberse la violenta noticia, el abordaje «informativo» fue igual de violento; horror y pánico fueron los ingredientes principales para manejar un hecho que de por sí solo carga con su dósis de miseria.

Alberto Federico y su descompuesta Patilla viralizan con distintos titulares la misma nota, la más utilizada: «Médicos en shock por matazón. 3 PNB armados y un miliciano custodian el clínico».

La reacción generalizada de los médicos «en shock» es suspender por 48 horas la atención a las emergencias de adultos. Decisión apoyada por Juan Requesens como representante de la comunidad estudiantil de la UCV.

Puntual y particularmente, el Hospital Universitario de Caracas no puede ser resguardado por ningún representante de las fuerzas de orden público (como lo ha ofrecido en diferentes oportunidades el Gobierno Nacional), porque eso violaría el «sagrado suelo autómo» de la UCV. El ministro Rodríguez Torres, junto al ministro del Poder Popular para la Salud, Francisco Armada, acordaron implementar vigilancia y resguardo de todos los centros hospitalarios por la PNB. Y respecto al Hospital Universitario de Caracas, el ministro de Relaciones Interiores expresó: «Ellos se han mantenido bajo el esquema de la autonomía. Ese concepto no puede estar por encima de la vida y la seguridad de los bienes. Les hemos propuesto hacer patrullaje y ellos se han negado».

A las declaraciones del ministro, la acérrima defensora de la «autonomía universitaria» (aunque para precisar y hablar claro debería hablarse de la que de verdad le interesa: la administrativa), defensa que le ha traído laureles y algunos dolarillos, Cecilia Garcia Arocha, sale a decir que el ministro no sabe lo que es la inmaculada autonomía, y que el problema no se resuelve con patrullas.

No se puede dejar por fuera la campaña de desprestigio que comienza a caer sobre los hombros del director del Hospital Universitario (probablemente uno de los pocos profesionales serios que quedan en esa fauna de la medicina), a quien Arocha convida a decidir qué hará internamente, y a quien Nitu Pérez Osuna le dedicó el tiempo de su programa radial de ayer para que su invitado, Pablo Zambrano, sindicalista del sector salud y militante de Causa R, asegurara que «hay grupos armados que hacen vida dentro del hospital y que son mandados por el doctor España».

La muerte de los hermanos Balsa, despreciable por sí misma, pasa a segundo plano cuando salen los batas blancas a implorar por la seguridad de sus cuerpos. Todos en cambote lloriquean porque los pacientes los ven feo, los insultan, los empujan y los agreden. La población se solidariza y los ayuda a salir con pancartas en contra de la violencia desatada de la que dicen ser víctimas a cada segundo.

En contraste, y aunque sea duro señalarlo, no se observan protestas multitudinarias para rechazar el porcentaje de muertes por mala práxis que ocurren a diario en algunos hospitales de Venezuela. No existen antecedentes de numerosas denuncias ante las autoridades, cuando las enfermeras cometen un delito por omisión, por negligencia o por impericia, que traiga como consecuencia la muerte de un paciente. Ningún camillero convoca a sus colegas para protestar en combo cada vez que las autoridades administrativas de un hospital los señalan como los responsables de todo lo que se pierde en un área determinada, solo por tener esa cara de negritos de barrio.

Esa violencia no es protestada, pasa por debajo de la mesa mediática porque culpar a un pobre pendejo no vende tanto como culpar al Estado de la «criminalidad esparcida por el país».

Es la seguridad del prestigioso médico la única que corre peligro en una sociedad descompuesta por el origen devastador de haber entregado el mundo a un sistema donde prela el prestigio de alguien que porta bata blanca y estetoscopio sobre el careculpable. ¿O acaso es un secreto que la eficiencia y el éxito de algunos médicos se comprueba solamente por la marca y año del carro que maneja, la urbanización donde vive y el colegio ultracaro donde estudian sus hijos?

Hace unos cuantos años me tocó estar en una intervención quirúrgica de traumatología, fungiría como «enfermera circulante» para aquel entonces. Fue una operación programada para las dos de la tarde, momentos después de haber entrado y estar el acto operatorio en pleno desarrollo ocurre un temblor que se dejó sentir muy bien en aquella edificación; bastó eso para que en la sala operatoria sólo quedáramos la médico anestesiólogo, el paciente (bajo efectos de anestesia general) y yo.

Cualquiera dirá: «El instinto de supervivencia y tal». Seguro llevan razón, pero, ¿y no es acaso esta misma gente la que juró ante su dios Hipócrates dar la vida por salvaguardar la de los demás? Una simple anécdota pone al descubierto el compromiso de algunos médicos con respecto a la vida de un paciente cuando es la suya la única que quieren salvar.

El Gobierno seguirá implementado planes de seguridad, seguirá depurándolos hasta dar con el que arroje mejores resultados. Es un compromiso asumido por Hugo Chávez y reiterada en muchas oportunidades por el presidente Nicolás Maduro. Es necesario, pertinente, urgente que así sea.

Ante ese compromiso y ante las propuestas del Gobierno para tratar de atenuar los índices de violencia y criminalidad, es sabido que ningún plan de seguridad será suficiente para los operadores del miedo y fomentadores del terror: estos vivirán excusando la responsabilidad en el fomento de valores que promueven odio, división y competitividad.

Evadir y señalar, esa nunca le ha fallado a los adoradores de la carroña.

Por:  http://misionverdad.com/

 

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