Opinión / Noticias / Federico Ruiz Tirado

16.Nov.2016 / 12:51 pm / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

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Siempre he creído que la teología se las trae, igual que la política y el diálogo, como dice mi amigo el internacionalista Jesús Ernesto Parra en un artículo sobre Diosdado. Y es cierto. La mesa, menos la de la MUD, sirve para dialogar. En la cama también se dialoga, antes, durante y después. La presa y el cazador dialogan instintivamente cuando media el peligro. El Diablo y Florentino contrapuntearon y Florentino dialogó con los Santos (y las Santas) del cielo.

El mismo Chávez nos contó una vez en Mar del Plata uno de esos sueños jocosos sobre su muerte que dio lugar a un conciso y diplomático diálogo entre Dios y el Diablo sobre su permanencia en los territorios del bien y del mal. Una de sus funciones, la del teólogo, es dialogar con Dios, de noche o de día, en penitencia o cachondeando; es un diálogo intimista e intenso, aunque ahora se ha rocheleado mucho en Europa, y aquí en Venezuela se ha vuelto un mondongo de pailas hirviendo para ver a quién sancochan primero, si a Maduro, a Diosdado, a Pedro Carreño y la MUD misma cuando se la presentan calva.

Sé que el país no está para chacotas y, quizás menos, para de este tipo, pero quizás contenga algo utilitario saber que esas recordaciones de antiguas evocaciones disparen, de pronto, una ráfaga de inusitada contemporaneidad en momentos tan precarios como los que vivimos.

Una tarde en una tv española vi exaltar con tanto tono vanguardista y mediático -nada de eso me parece casual al momento de escribir este cronicario de convalesciente- que hasta hubo una especie de invocación insólita pero al modo charlatán de la época en torno a las escandalosas horas nocturnas, donde se bate la sexualidad, de alcoba de los Reyes Católicos de los siglos de entonces, y desde luego fue un debut sigiloso de la mediática de la época, porque bastante lejos estábamos del meollo de la Zona Euro, del Estado Islámico, de la conversión de Francia en Estado policial, de la clase de inventos que han creado sobre la corrupción de las ex infantas y el nuero de Juan Carlos y, también bastante lejos del bochinche que persiste en Podemos por la semejanza que el presidente Maduro le encontró a Iglesias con Ñáñez, la comiquería de contar ahora con un Papa Negro del FMI para la paz en Venezuela, justo cuando sale Obama por un pelirrojo texano y autoritario.

Vi en aquella tv hispana mostrar una nada líbidas viejas fotos de unos adolescentes teleclubistas que estaban de moda en la época del destape, excursiones al aire libre de las llamadas minorías oprimidas por el franquismo; vi, digo, una legión de chicos como debieron ser aquí los muchachones del Copei de Hilarión Cardozo, Arístides Bajón, y Ramón Guillermo Aveledo y hasta el propio «Tigre». Se trabata de una panorámica a campo traviesa de esa muchachada tras los pasos de unos frailes sin sotana.

Impúberes que se daban a dialogar armoniosamente entre ellos ya adultos, como Capriles, Henri Falcón o Luis Florido y en un programa televisivo en horario infantil sobre el gran libro de la sabiduría, «Del alba al crespúsculo», de Rabindranath Tagore, sobre anécdotas de campo cuando eran mozos, que uno de ellos relató que en tiempos remotos, en una excursión, religiosos de ambos sexos vieron bañarse en pelotas a sus superiores monjes, se aglomeraron y el diálogo siguió su curso a hurtadillas. Y dialogaban hasta rochelear entre las aguas dulces de un río del Sur de Cantabria, donde, al parecer, aguas se prestan para afinarse debajo de la cintura.

Pero los súbditos, aunque dialogaban, no se atrevían a mirarle las partes a sus superiores por considerarlo pecaminoso, mientras los jerarcas se hacían gracia con la mirada y con las manos, los gestos, de espalda y de vuelta, sabiendo que sus discípulos se tapaban sus rostros apenados pero curiosos como los gatos. Que dialogaban sobre sus cuerpos ajados de tanto uso.

El cuento es que los súbditos religiosos, con sus manos y sus dedos entreabiertos, se tapaban para ver mejor los sexos de los frailes y se miraban entre sí y se decían cosas acerca del tamaño de cada uno de ellos, dialogaban susurrantes sobre sus viejas pelambres, la flacidez de sus criadillas, su virginidad y en general todo el bolso escrotal. Y lo hacían porque todo lo sabían. Antes habían dialogado para saber las técnicas del despliegue amatorio, sacrificial.

Cuando se dialoga algo se gana y también se pierde, se cambia, se hace trueque. No tenían ni querían saber más nada. El diálogo entre ellos fue fecundo, a voz baja, pero como mucha erudición sobre el tema: lo sabían todo, los impúberes.

Esa sí es una teología dialogante e incisiva: van al grano, porque vienen de él y aunque no iban dominicalmente a misa, Dios los perdonaba porque pensaba que ellos siempre estaban con Él.

Por: Federico Ruiz Tirado

Misión Verdad

 

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