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15.Ago.2016 / 09:00 am / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

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¡Esta República Bolivariana no nos la regalaron!

¡La conquistamos en la calle!

Nicolás Maduro

En medio de la deflagración y al mismo tiempo de la chispa que generalmente se enciende en la voluntad de las mayorías empobrecidas, campesinas o urbanas; de la fermentación que sube la marea de la cantidad y la calidad de las riquezas naturales que yacen en nuestra geografía y su ascendencia en el ámbito internacional -y por qué no decirlo: planetario- ha estado el afán voraz de las élites oligárquicas y burguesas, con pocas diferencias epocales, pero siempre bajo la tutela de los imperios, por apoderarse de ellas.

Ciertos bastones de izquierda de cartón piedra han desfilado bajo la sombra como siluetas menores.

Venezuela, si buscamos su demostración en el proceso inmanente a su fundación como República, es también la historia de unas clases, castas, raleas o grupos de intereses tras la caza del botín, sea éste agrario, minero o petrolero.

Hasta la «vocación» indigenista alguna vez mostrada por el poder que se instauró desde el llamado «descubrimiento de América» y prosiguió sin pudor durante las primeras repúblicas, con la intención de apoderarse de los vastos territorios indígenas, pasando por la formación de la esclavitud (esa que llamaba el Dr. Uslar el «mestizaje creador», fuente de «estudio» de la mayoría de los positivistas eruditos venezolanos que buscaban los signos de la identidad cultural venezolana, incluyendo algunos de formación de izquierda) y los asentamientos campesinos derivados sin duda del adueñamiento de la tierra, de esa especie de añejado feudal heredado de la sociedad mantuana, de la destrucción de la gente del campo, del imperio del latifundio a costa de la degradación de la condición humana y natural.

Si buscamos incluso en el espectro apoteósico del Pacto de Punto Fijo esas trazas históricas, es probable que las encontremos con mayor hondura y con olor a papel moneda, pues la capacidad consensual del petróleo le arrebató las banderas a la izquierda clásica venezolana y, poco a poco, por cupo o sorteo, fue incorporada, también, al reparto de la nueva república, con las excepciones conocidas.

Hoy, cuando los argumentos a veces se acortan ante la monstruosa andanada de la contrarrevolución que con mentiras, trampas y sabotajes mediáticos incesantes, nos desvían de esta diana que corona la historia de la República, muchas veces olvidamos que el legado de Hugo Chávez fue un salto cuántico en la construcción de lo venezolano, de lo nacional, de la puesta en práctica del ejercicio ciudadano del Hombre en libertad y la certeza de la Justicia en nuestras vidas.

Ese compromiso que juró una vez el joven Simón Bolívar frente al Monte Sacro de los romanos, y que un muchacho de Sabaneta, de la orilla de un río, brillante y misterioso, de Barinas, que ahora nos habla desde los pasillos y abismos de la Historia de este país tan ultrajado, nos enseñó además, y con la hazaña como principio del ejercicio de la nueva política de convertir la República en una irreversible realidad.

La fundación de la República Bolivariana de Venezuela es el resumen de la resurrección, el largo, difícil, a veces sangriento pero modélico proceso de construcción de una República que no puede ser el blanco de quienes quieren volverla añicos para «recuperar» el Dorado con leyenda y todo.

Un silogismo lleno de una verdad contundente. Ahora cuando celebramos diecisiete años de nuestra Asamblea Constituyente, miramos hacia atrás y comprendemos que no en vano fueron los pasos de estos dos gigantes.

Me refiero, sí, a Bolívar con su lucha y ejemplo. Sus lecciones y sacrificios por hacer la República, por hacer Patria desde las vísceras, como decía Augusto Mijares. Y Hugo Chávez con la Asamblea Constituyente, que nos transformó en ciudadanos, en humanos, el más hermoso y noble título de una democracia que recorre las venas de la República.

Chávez nos legó el don de ejercer la república como instrumento para la Voluntad de Poder. Pero poder para el pueblo, zanjando las heridas históricas pendientes desde la resistencia indígena, los levantamientos de esclavos, los haberes de la guerra de independencia, la guerra federal y el éxodo campesino del siglo XX, con una proeza histórica y seña de referencia en la historia política venezolana: convocar a la fundación de una República Bolivariana a través del voto soberano.

«Que me manden a salvar la República y salvo la América toda», dijo Bolívar. La Constitución Bolivariana se convirtió entonces en el programa para todos los pueblos desposeídos del continente, del mundo, e incluso de la historia. Toda causa desplazada de los debates de las élites, todo grupo excluido de los saldos de riqueza de los países, todo proceso histórico inconcluso comenzó a mirarse reivindicado en el proyecto bolivariano de Hugo Chávez.

Porque la Historia de Venezuela, y esta es otra lección constituyente, no es muy distinta de la historia de los pueblos, el relato de las relaciones de explotación a través del control de los medios económicos y su usufructo, y la alienación de las relaciones simbólicas que dan identidad a las pueblos.

Hasta esos laberintos dirime nuestra constituyente, esas contradicciones. Está también en la frase de Bolívar: «El gobierno que se le dé a la república debe estar fundado sobre nuestras costumbres, sobre nuestra religión y sobre nuestras inclinaciones, y últimamente, sobre nuestro origen y sobre nuestra historia».

El gesto político del Hugo Chávez constituyente se diferencia del saldo político de la moribunda República de Venezuela acostumbrada a usar la Montonera como dispositivo de cambio hegemónico. El chavismo significa ese quiebre histórico. A esta vaguada nefasta, Hugo Chávez antepone las virtudes republicanas. Porque fueron montoneras La Cosiata, La Revolución Azul, la Revolución Restauradora, la Revolución de Octubre, y hasta el 23 de Enero del 58 fue convertido en Montonera por el puntofijismo. El voto soberano echó por tierra esa mugrienta tradición.

Templanza, Valor, Sabiduría, Justicia, dice Platón en su República. Unidad, Lucha, Batalla y Victoria, dice Hugo Chávez para nosotros.

Este es el principio que debe ser dominante. No tiene un contenido anecdótico. Que la MUD se vaya de vacaciones.

Que se vaya, hagámosle las valijas para siempre.

Por: Federico Ruiz Tirado

Misión Verdad

 

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