Opinión / Noticias / Luis Britto García

24.Ago.2015 / 02:05 pm / Haga un comentario

Foto: Luis Britto

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Desde mediados del siglo XVI los holandeses se abren paso ilegalmente por las posesiones de los portugueses en las Indias y extienden su influencia al Esequibo y luego al Orinoco, en el corazón mismo de las Provincias de la Nueva Andalucía y de Guayana. Concertando hábiles alianzas con algunas tribus indígenas -sobre todo con los caribes- inician entonces un nutrido tráfico de esclavos.

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La Corona española está en cuenta de ello desde principios del siglo XVII. El 10 de julio de 1600, el Rey recibe alarmantes noticias sobre la penetración de contrabandistas en la zona y escribe en Real Cédula dada en esa fecha en Tordesillas y dirigida a Gonzalo de Piña Ludueña, que «he entendido que en la provinçia que llaman de la Guayadres Dorado, donde se perdió la gente que llevó el maese de campo Domingo de Vera, an quedado el hijo del governador Antonio de Berrío y algunos españoles, y que sólo sirve aquello de acogerse allí foragidos y rescatadores, y que un freçio Domingo de Santa Agueda, que está allí por quien se govierna el hijo del dicho Antonio de Berrío, tiene tienda pública como mercader y sube por río Orinoco en piraguas a captivar indios y los trae a bender a la Margarita, y porque conviene que se entienda lo que en esto pasa y se remedie, os encargo y mando que agáis informaçión dello, y que vos, el governador, hagáis justicia sobre ello en lo que os tocare, y de lo que en ello se hiziere me avisaréis» (Cedularios de la Monarquía Española de Margarita, Nueva Andalucía y Caracas, T. II, p. 479).

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La extensión de este tráfico y su carácter ininterrumpido son confirmados por cronistas posteriores, como Fray Antonio Caulín, quien narra que:

Entraron estos desventurados protestantes en aquellas costas del mar del Norte; y conociendo que en estos países tan despoblados podía tener abundante pasto su universal codicia, tomaron posesión del río Esequivo, y apropiándose así la tierra ajena, fabricaron en él y en los que le siguen algunas colonias, pueblos y crecidas haciendas, desde donde han minado toda la tierra con las repetidas introducciones de ilícitos comercios, que tanto perjudican a las Reales Leyes y Dominios de nuestro Rey Católico. Para conseguir este comercio y efectivo logro de sus intereses, estipularon la paz con los caribes, sin cuya ayuda les era imposible el penetrar la tierra y hacer tan notables daños a nuestro Rey y sus vasallos los españoles, únicos y verdaderos señores de ella. Agasajábanlos (como hacen hoy) con mil baratijas de espejos, cuchillos y otras herramientas de que necesitan para sus labranzas; y después de granjearles la voluntad y muchos de ellos carnalmente mezclados con los indios, teniéndolos ya por suyos, les fueron instruyendo en el uso de las armas de fuego, administrándoles pólvora y balas con que los animaron a hacer guerra ofensiva a otras naciones, de quienes apresan un sinnúmero de esclavos que venden a los dichos holandeses para el cultivo de la tierra y mayor adelantamiento de sus colonias (Fray Antonio Caulín: Historia de la Nueva Andalucía, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1965, 495).

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Caulín basa parte de su narración en una carta del R.P. Diego Davin, la cual «se escribió por los años de treinta y cinco a cuarenta, cuando estábamos los Padres Observantes en el principio de nuestra conversión de los caribes», es decir, hacia 1735 o 1740 (Caulín: 496). Pero datando casi de un siglo antes la penetración holandesa en la zona, y la Real Cédula de 10 de julio de 1600 que condena el tráfico, se puede presumir que el repugnante comercio se extiende durante todo el período mencionado. Como las víctimas son los indígenas, no queda un registro documental exacto del número de incursiones o de víctimas: ambas cifras han debido ser elevadas. El tráfico, como señala Caulín, sólo cesa con la administración del coronel don Manuel Venturín a partir de 1776, durante la cual «se les ha cortado a los holandeses y extranjeros la entrada en Orinoco y demás ríos confluentes» (Caulín: 497).

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Los caribes compran armas a los holandeses para resistir a los españoles, pero el vergonzoso tráfico también les resulta fatal, pues para evitar el secuestro algunas de las restantes comunidades aborígenes se unen con los ibéricos, facilitando el sangriento proceso de la Conquista.

 

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