Opinión / Noticias
Por: Alfredo Carquez Saavedra
Después de una larga y accidentada campaña electoral, finalmente se celebrarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Al momento de escribir esta columna, las encuestadoras más importantes de ese país indicaban un empate técnico entre Donald Trump, empresario, showman, exmandatario y candidato del Partido Republicano, y Kamala Harris, vicepresidenta en funciones –de actuación bastante gris, como casi todos quienes ocupan tal cargo en esa nación– ungida por el Partido Demócrata tras la renuncia a la reelección del actual presidente Joe Biden, víctima del declive de su salud física y mental, de la fuerte caída de su popularidad y de las presiones de muchos de los líderes de su propia tolda política.
En esta consulta, prevista para el martes 5 de noviembre, es decir, para la semana que viene, tendrían derecho a votar cerca de 244 millones de personas. En 2020, en un país cada vez más polarizado, la participación ciudadana llegó a 66 %, comportamiento que no se registraba desde 1964, cuando el demócrata Lyndon Johnson arribó a la Casa Blanca, luego del asesinato de John Kennedy y tras derrotar a su rival del Partido Republicano, Barry Goldwater.
Se espera que en esta oportunidad el comportamiento sea similar al de hace cuatro años, tanto como son parecidos, por no decir idénticos, los temas de debate: inmigración, sistema de salud, empleo, inflación, comercio, impuestos, derechos civiles, intervención en el extranjero o aislacionismo…
Según algunos especialistas en estos comicios, en los que durante las últimas semanas la opción Trump ha ganado una ligera ventaja, el resultado final podría depender de que suceda en cinco estados en los que no está muy claro el panorama. Por esa razón, es en Michigan, Pensilvania, Nevada, Wisconsin y Carolina del Norte, en donde se han concentrado, tanto las asiduas visitas de los dos aspirantes, como la millonaria inversión publicitaria.
Finalmente, dejo aquí otros datos de esa curiosa democracia en la que el voto popular no vale mucho. Quien ejerce su derecho elige, ciertamente, pero a otra persona y no directamente al presidente. Ese derecho le pertenece a un delegado que luego decide por él o por ella en una convención que se realizará en diciembre. Y en este sistema, la opción que gana en un estado se lleva todos los votos de ese territorio (the winner takes it all).
Por esa razón, un candidato puede tener mayoría en el voto universal y perder ante quien sume el mayor número de delegados. Esto le sucedió a Hillary Clinton cuando se enfrentó a Trump en 2017. Además, allá no hay un organismo rector de las elecciones. Los resultados los da una empresa privada. Y como los comicios se efectúan siempre un martes, los patronos descuentan del salario las horas en los que el votante se ausenta del trabajo. Es decir, que en Estados Unidos el voto le cuesta unos buenos dólares a quien lo ejerce.
Alfredo Carquez Saavedra