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Ideología y utopía
Muchas veces la trampa de la inmediatez impide observar la filigrana de la historia que se cuenta a si misma. El presente como inquisición –la frase es de los post estructuralistas- exhibido en la bandeja de las redes sociales, suerte de telaraña de la conciencia, nos engaña con su imperio del instante, impidiendo divisar el entramado secreto del sistema y contemplar, aterrados, la sonrisa seductora de nuestro propio depredador.
Según esa lógica, estas cuartillas, deberían referirse al cerco diplomático, político, y mediático que ahora se despliega sobre Venezuela. Merecerían relatar como, una campaña coordinada de emisarios internacionales, el desarrollo de la agenda de una «inminente» guerra civil en nuestro país, y la reiteración del calificativo democrático entre las ideas-fuerza de voceros opositores, descubre una táctica sigilosa que pretende disfrazar de diálogo a una evidente claudicación. Por los callejones de la democracia y el entendimiento pretenden que Nicolás Maduro renuncie -sin enterarse- a su mandato constitucional.
Pero hay datos y gestos culturales -que debajo de la agenda- definen intencionalidades, e incluso, detallan concepciones históricas más determinantes a la luz del caso venezolano. Una decisión política (coyuntural) que encubre una definición (histórica) de los actores dentro de un conflicto mucho más largo. El choque entre dos visiones de Venezuela (las corrientes populares reivindicadoras frente a las distintas hegemonías ideológicas y productivas) que han estado en constante pugna, y donde uno de ellos (y hasta ahora) tiene una mano ganada con el proceso bolivariano.
Henrique Capriles Radonsky, en reciente rueda de prensa, se refirió al grupo de jóvenes guarimberos que atacaron con palos y piedras a una mujer oficial de la PNB con el calificativo de «infiltrados» y los definió políticamente como «oficialistas», eufemismo que usa la cúpula de la MUD para referirse a ese incómodo e irreductible sector del país llamado chavismo. La frase, más que un pase de capa del gobernador de Miranda, es un texto digno de análisis.
Cabe recordar que hasta hace pocos meses este tipo de actores políticos de la oposición eran definidos como: «estudiantes», «luchadores», «demócratas», «el futuro del país». Creo incluso que un premiado escritor de la oposición venezolana e internacional los calificó, en un gesto de afectación modernista, de «pumas que luchaban por la libertad».
Vale la pena detenerse a definir el fenómeno guarimbero. Más allá de las agendas movedizas de la opinión pública, y más cerca del contexto de la lucha de clases. En el marco de los conflictos de baja intensidad (revoluciones de colores) de los últimos años, las filas de los grupos desestabilizadores se han visto engrosados por una enorme cantidad de jóvenes de las clases bajas de los países en disputa (Siria, Ucrania, Libia, Tunez, usted elija) quienes terminan radicalizándose al extremo de pasar a formas de acción violenta más categóricas. Una cualidad de sectores juveniles idiotizados por las redes sociales, aspirantes a modelos exógenos, consumistas, dilapidadores, y moralmente aviesos. En este sentido, visto con atención, la versión venezolana del «luchador por la libertad» no dista mucho de un integrante del Estado Islámico.
El guarimbero es nuestro yihadista. El guarimbero es un mercenario profundamente ideologizado, procedente de las clases bajas de la sociedad venezolana, posiblemente desertor del sistema de educación superior –de allí el mote de estudiante, y quizá seña para comprender el auge delictivo en las instalaciones de la UCV, por ejemplo-, y –aquí el dato para la comprensión- con un profundo resentimiento con el Poder.
El guarimbero identifica con el poder a Nicolás Maduro, al PSUV, a la institucionalidad bolivariana, sus señas y actores más importantes. Su lectura de su lucha se resume a un puñado de consignas romas que repiten los spots publicitarios de la oposición venezolana: libertad, presos políticos, tiranía, un país de progreso, un país para todos los venezolanos. Más aun, la utopía guarimbera –echando mano de la dialógica de Paul Ricoeur entre Ideología y Utopía- define un mundo donde la aspiración de estos jóvenes se resume a imitar –en acción y obra- a los liderazgos opositores. Hay un camino. El camino (utópico) del guarimbero es ser igual –o al menos así lo define su fantasmática- a Leopoldo López, María Corina Machado, Lorenzo Mendoza, o incluso –y aunque no los quiera- ser como Henrique Capriles Radonsky.
¿Por qué no quieren a los guarimberos?
Dentro de este entramado de falsas conciencias, no extraña la decisión de las Mesa de la Unidad Democrática de deshacerse de este grupito de jóvenes que molió a palos a una oficial de policía. El gesto delata la definición del modelo de país, y de liderazgo, que es intrínseco a Capriles, Leopoldo López, y Henry Ramos Allup, e incluso a toda una clase social entera. Mientras el mundo imaginado por estos guarimberos los incorporaría a una agenda de progreso y oportunidades – para ser ellos también empresarios sonrientes- la «democracia» según Capriles, López, Allup, Machado, no los incluye. Los condena de «oficialistas» haciendo un giro analógico para sencillamente categorizarlos como lumpen. Un actor desechable, según las variables políticas del entorno.
No veremos a Luis Almagro recibiendo a las esposas de estos cuatro violentos, ni Mariano Rajoy dedicará seguidillas de histéricos mensajes desde su cuenta twitter por este grupo de tontos útiles. Pregunta ¿Colgará en su cuenta twitter Diana D’Agostino un retrato de ella con este puñado de fundamentalistas mal vestidos? Mas datos, el portal Prodavinci que una vez los glorifico y construyó para la prensa internacional una épica de estos personajes ahora los defenestra. Con este gesto, la lógica (e ideológica) de este liderazgo opositor es muy sencilla: aspira a ser como yo (sin lograrlo), déjame continuar siendo como soy (explotándote), y prosigue viviendo según mis reglas (de dominación y exclusión).
Pero la interrogante que se devuelve es mas atronadora que la misma soledad del guarimbero ¿Por qué estos adolescentes prefieren seguir hasta las últimas consecuencias a un liderazgo que no les incluye? ¿Por que estos segmentos juveniles reniegan de la opción reivindicadora y adoptan y -en muchos casos- defienden a sus amos? ¿Por qué el proyecto bolivariano no les dice nada a estos muchachos de las clases bajas? El recuerdo espeluznante de Lorenzo Mendoza recibido entre aplausos y vítores por unos trabajadores de Globovision, todos jóvenes y de obvia extracción popular, completa este fresco infernal.
Al lado del Caroní, corre el Orinoco. El abismo guarimbero nos devuelve la mirada al proyecto bolivariano para recordar que aun están vivas las contradicciones que han hecho de Venezuela un contexto histórico de crisis entre dos modelos, mientras la sociedad de clases –con Capriles al micrófono- continúa intacta. Así como este grupo de violentos, que ahora pasarán al anonimato, el Fantasma del Progreso, de la Harina Precocida, de los programas de Luis Chataing, de la Beatitud de Lilian Tintori, de las Chicas Polar, de la Alternabilidad en el Poder, y los Vuelos a Miami sigue haciendo uso indiscriminado de la misma máquina de moler pobres de siempre. Capriles se apunta una página más en la historia de la infamia, y el guarimbero se quedará solo en su trinchera, esperando por un mundo de progreso que nunca llegará a rescatarle.
Misión Verdad