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15.Nov.2016 / 09:14 am / Haga un comentario

Calificadoras

Por allá por el año 2002, la Oficina Gubernamental de Contabilidad del Congreso norteamericano, realizó un estudio sobre el que se considera es el documento más influyente a la hora de predecir las tendencias dentro de la economía mundial: el Perspectivas Económicas.

El Perspectivas Económicas es un informe que todos los comienzos de año presenta el FMI en el cual se dedica a predecir qué pasará en materia económica en el mundo y en cada país. Y uno de los principales aspectos que toca es el de las crisis. De tal manera, Perspectivas Económicas se constituye para los inversores en un GPS financiero que ofrece coordenadas sobre el estado de la economía mundial. Así las cosas, si alguien quiere saber dónde ocurrirá la próxima crisis o qué país ofrece mejores perspectivas para buenos negocios, debe leer el Perspectivas Económicas.

O al menos eso es lo que se supone. Y bajo este supuesto, lo que el Congreso norteamericano quiso saber es hasta qué punto lo dicho y predicho en este “riguroso estudio” de la economía mundial, que tan poderosa influencia ejerce sobre los países, se cumplía en la práctica.

Las conclusiones del estudio fueron elocuentes. En líneas generales si algo podía asegurarse era que no resultaba un instrumento confiable para anticipar ninguna crisis económica, la que, como dijimos, se supone es su principal utilidad. Y es que pese al trabajo de decenas de economistas formados en las más relucientes universidades del pensamiento ortodoxo neoliberal (Chicago, Harvard, etc.), lo cierto fue que entre 1991 y 2001 la economía mundial enfrentó 134 crisis de diverso tamaño e importancia, de las cuales el FMI predijo solo 15, es decir, apenas un miserable 11%.

Pero si sorprende este dato, más los va a sorprender saber lo que alegó en defensa del informe la entonces número dos del FMI, la economista estadounidense Anne Krueger. Y es que según Krueger, Perspectivas Económicas no puede prever crisis por una razón muy sencilla: “porque si lo hicieran, esas ‘predicciones’ podrían acarrear su propio cumplimiento, lo que mejoraría su aparente precisión, pero claramente sería irresponsable”.

En dos platos: según la número dos del Fondo, el FMI no puede ni debe prever crisis por miedo a que su “pronóstico” genere las condiciones para provocarlas. O sea, no puede generar lo que en sociología y en economía se denomina profecía autocumplida, esto es: una “predicción” que, una vez hecha, es en sí misma, causa que lo que “predijo” se haga realidad.

Un ejemplo clásico de profecía autocumplida son las corridas bancarias. Si alguien con poder de influir sobre la opinión pública dice que tal o cual banco privado tiene problemas de solvencia y va a quebrar el viernes, siendo que el lunes el Gobierno lo intervendrá, lo más probable es que todo el mundo salga mañana a sacar la plata del banco.

Y cuando llegue el viernes y todos los ahorristas hayan ido, pasará que el banco quebrará, pues ninguno está en la capacidad de responder en efectivo a todos sus clientes al mismo tiempo. El banco el viernes quebrará y el lunes muy probablemente el gobierno lo intervendrá. Como se ve la profecía se cumplió: pero la gracia del asunto es que de no haberse “predicho” nada hubiese pasado.

Piénsese ahora en un país como Venezuela donde todos los días desde hace 17 años, pero especialmente en los últimos cuatro, se viene haciendo eso que según una exnúmero dos del FMI (que también fue economista jefe del BM) no se debe hacer porque sería “claramente irresponsable”.

Analicemos este asunto ahora a la luz del papel que cumplen las llamadas calificadoras de riesgo. En teoría, una calificadora de riesgo es una institución de tipo privado que realiza una función análoga a la antes descrita, pero más específicamente, en torno a los rendimientos y garantías posibles que arrojan o implican otorgar créditos, ayudas financieras o realizar inversiones en tal o cual país o en tales o cuales instrumentos (bonos, papeles de deuda, etc.). Según el FMI internacional existen unas 74 agencias de este tipo en el mundo, aunque en realidad el segmento está dominado por tres, dos norteamericanas (Standars & Poors y Moddys) y una inglesa (Fitch) la cual sin embargo opera desde Chicago.

Sus notas o calificaciones valoran el riesgo de impago y el deterioro de la solvencia del emisor. Para ello utilizan modelos econométricos muy sofisticados, en los que usan distintas variables como la deuda acumulada, la velocidad en devolución, etc., que les sirven para valorar el potencial económico del sujeto analizado. Es decir, estos datos informan, por ejemplo, de si una inversión en un determinado producto financiero o un determinado país o empresa es arriesgada, analizando la posibilidad de que el inversor cobre los intereses y recupere el dinero una vez vendido el producto.

Ahora bien, basta entrar en internet y colocar en los buscadores la frase “agencias de calificación de riesgos” para tener una visión bastante completa de lo cuestionable de su accionar. Y es que al igual que el informe del FMI, no solo ocurre que hay muchas crisis o problemas que no predicen pero pasan, sino que hay muchas crisis y problemas que prediciéndolos nunca ocurren.

En este último caso entran, por ejemplo, las recurrentes acusaciones de riesgo de default de la deuda venezolana. Mientras que en el primero la crisis financiera mundial de 2008, la cual ninguna de estas calificadoras fue capaz de prever.

¿Pero por qué pasa que utilizando modelos tan sofisticados y recurriendo a expertos de las mejores universidades al parecer no aciertan?

En mi opinión son cuatro las principales causas. La primera, es que de hecho es imposible predecir con exactitud la ocurrencia o no de un hecho económico, pues no estamos hablando de eventos objetivos o exactos con comportamiento regular y por tanto predecibles. Lo que quiero decir es que no estamos hablando de una materia con el nivel de rigurosidad que tiene, por ejemplo, la astronomía, en la que podemos decir que tal o cual día habrá la luna más grande o un eclipse, y con toda seguridad eso pasará. En resumen, la economía no es una ciencia exacta, y de hecho, es bastante complicado ya decir que sea una ciencia, por más herramientas científicas que necesite para operar.

Lo segundo es que estas empresas –como han denunciado muchos organismos públicos y privados– enfrentan en su accionar conflictos de intereses, pues al ser ellas también inversionistas o ser parte de grupos de por sí especulativos, les puede convenir o no, realizar tal o cual pronóstico negativo o positivo, dependiendo si eso es bueno para sus propias inversiones o no. Así las cosas, si quieren vender un instrumento lo evalúan positivamente, aun a sabiendas de que es malo. Esto fue exactamente lo que ocurrió en 2008 con los derivados financieros y bonos basura, instrumentos con un gran riesgo de insolvencia, pero sobre los cuales no alertaron y más bien promovieron su compra por parte de muchos clientes que terminaron arruinados y endeudados.

La tercera razón es política en sentido estricto: si quieres hundir un país, arruinarlo, etc., el papel que cumplen las calificadoras de riesgo es fundamental para coadyuvar a aislarlo financieramente.

Pero existe una cuarta razón vinculada muy estrechamente a las dos anteriores, y que tiene que ver con el hecho muy poco considerado del negocio que en sí mismo implica una mala calificación por parte de las agencias. Y es que en sentido estricto, cuando una agencia califica mal a un país, o un instrumento emitido por una empresa particular, en realidad no está diciendo que no se invierta en él, solo que el riesgo de hacerlo es mayor. Pero como cualquier inversionista medianamente inteligente sabe, a mayor riesgo de inversión mayores también son los intereses y posibles beneficios.

De tal suerte, una mala calificación para unos bonos de deuda, como los que emite Venezuela, significa que estos bonos deben pagar una tasa mayor a quienes inviertan en ellos, así como Venezuela debe pagar una mayor tasa de interés por el riesgo que significa prestarle plata. Es una especie de penalización que se le impone. Pero esa penalización, en realidad más que imponerse como un seguro para el inversionista se convierte en una prima que es fuente de negocios en sí misma, pues significa que el prestamista cobrará más plata a la hora que le paguen.

Para que nos entendamos, acá pasa como con el prestamista callejero que sabe que es mejor cliente el que se atrasa pagando que el que paga puntualmente, pues si bien con este último recupera de inmediato su inversión con ganancias (supongamos de 20%), con el primero, al atrasarse, en algún momento no solo la recuperará, sino además con mayores intereses dada la espera. Imaginemos ahora que exista para este tipo de riesgo alguien que evalúe quién es buena o mala paga, o que el prestamista por sí mismo pueda imponer un interés mayor a unos u otros dependiendo de su hipotética capacidad de pago. Bueno esto último es exactamente lo que hacen las calificadoras para el caso de las finanzas mundiales.

Si el caso es que estamos hablando de un país como Venezuela, que tiene recursos y paga religiosamente, es evidente que el propósito de las malas calificaciones es sacarle más plata, tanto por razones especulativas, como para terminar de ahogarla financieramente y por tanto rendirla políticamente, de manera que a la larga no pueda recuperarse y tenga, por ejemplo, que recurrir al expediente de las privatizaciones para pagar la deuda acumulada. Esto ya nos ha pasado antes y es exactamente lo que le está pasando a países como Grecia, que están rematando todo para cumplir con los compromisos adquiridos sin que esto signifique que su deuda disminuya sino todo lo contrario.

En fin, no hay que pensar que las agencias de calificación de riesgo simplemente se equivocan con Venezuela –que también lo hacen– o que actúan de tal o cual modo porque no nos comprenden, están confundidas o analizan sin lógica económica. Al contrario, actúan con mucha lógica, solo que es una lógica especulativa en sentido duro, motivada por razones políticas pero también monetarias.

Por: Luis Salas Rodríguez 

Ciudad CCS

 

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