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27.Feb.2023 / 07:45 pm / Haga un comentario

Foto: Referencial

Por: Geraldina Colotti 

La destrucción de los países socialistas del este, que seguirá a la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989 (y luego la caída de la Unión Soviética, en diciembre de 1991), introducirá un nuevo concepto político en el análisis, el de «balcanización».

Un elemento de la estrategia del «caos controlado» con el que el imperialismo procede a desestabilizar fronteras, estados y regiones, soplando conflictos internos, para destruir la identidad y las naciones: por lo tanto, confundir el cerebro, para evitar que los jovenes de los países capitalistas sepan de qué lado tienes que situarse.

En febrero de 1989, el Frente Sandinista había perdido las elecciones en Nicaragua. El imperialismo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, ayudado por el Papa polaco, imponía el lema, “No hay alternativas al capitalismo”, “There is no alternative» (TINA). Desde el Salvador hasta Nicaragua, a Guatemala, Estados Unidos financiaba las fuerzas más retrógradas y reaccionarias de la región en nombre del anti-comunismo.

El joven oficial Chávez pudo verlo en persona cuando fue enviado a Guatemala para un ejercicio de tres meses. La larga dictadura del general Efraín Ríos Montt, financiada por Washington, recién reemplazada por un inestable fetiche de democracia, había dejado un rastro de más de 200.000 muertes, en una mayoría indígena.

En Salvador, todavía había un conflicto armado que causará 75.000 muertes y alrededor de 8.000 desaparecidos. Los gobiernos de Carter y Reagan habían proporcionado a los gobiernos militares, sus aliados en la «Guerra Fría» contra la Unión Soviética, la ayuda económica de 1 a 2 millones de dólares por día, así como equipos y entrenadores militares. Y en Nicaragua continuaban financiando a los mercenarios de la «Contra».

Sin embargo, durante la rueda de prensa de Fidel en Caracas, cuando fue invitado a la toma de posesión de CAP, el Comandante cubano tuvo que responder al ataque de una periodista enviada por Washington, quien lo acusó de violar los «derechos humanos» y de ayudar a Nicaragua. Fidel reaccionó, como siempre, con una ironía brillante, oponiéndole los datos de las injerencias imperialistas.

Chávez consideró la elección de CAP para un segundo mandato, a gran mayoría, «bastante incomprensible». Tal vez, dijo, fue por la memoria positiva que, a pesar de todo, se había mantenido en las clases populares, debido a algunas medidas adoptadas por Pérez durante su primer mandato, de 1974 a 1979.

Eran los tiempos de la «Venezuela saudita», cuando el país había podido tener ventaja de los dos primeros choques petrolíferos: el primero, fue el de 1973 cuando, durante la guerra israelí-árabe, en una semana, el precio del barril pasó de 3 dólares a 18. El segundo fue determinado, en 1979, por la victoria de la «Revolución Islámica» en Irán.

Pérez, quien en 1975 fue elegido vicepresidente de la Internacional Socialista, ciertamente había nacionalizado la industria del hierro y el petróleo, creó PDVSA, propuso el salario mínimo y aprobó una ley contra los despidos injustificados. La competencia con la URSS, obligaba a la burguesía occidental a conceder algo a las clases populares de sus países, y algunas migajas a las de los países dominados. Sin embargo, de esa gran circulación de dinero, con su esquema de prebendas y corrupción, se había beneficiado sólo un pequeño círculo de súper ricos, ciertamente no esa gran parte de la población que vivía en miseria y hambre.

La crisis económica, política y social había estado creciendo en la década de los años Ochenta, especialmente después del «Viernes Negro», que se produjo el 18 de febrero de 1983, en el final de la presidencia copeiana de Luis Herrera Campíns. Luego se determinó una devaluación brutal, una crisis financiera y económica muy seria, y la deuda pública alcanzó niveles estelares. Venezuela tuvo que declararse insolvente, acentuando aún más el carácter de país con soberanía limitada, sometiéndose a los diktats del Fondo Monetario Internacional.

La crisis continuó creciendo, arrastrando la máscara cada vez más a la democracia burguesa, y mostrando la traición de la socialdemocracia, que los revolucionarios conocen al menos desde los tiempos de Gustav Noske y el asesinato de Rosa Luxemburgo en Alemania.

La traición de CAP se dió unas semanas después de su elección. La traición de las partes que representaba en la Internacional Socialista se sigue dando de manera grotesca con la participación de los «adecos» de hoy, y de sus colegas de América Latina y Europa, que han permitido y permiten las mismas recetas neoliberales contra las clases populares.

 

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