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10.Oct.2022 / 08:15 pm / Haga un comentario

Foto: Internet

Por: Geraldina Colotti

Es sabido que las opciones de política exterior de los Estados Unidos están determinadas por las de la política interna, resultado del choque entre facciones, pero siempre sin perjuicio del supuesto de que los Estados Unidos sólo pueden existir como potencia global. Así, es en el escenario de las elecciones de mitad de período, el próximo 8 de noviembre, que deben enmarcarse las jugadas de Biden y las contramovidas del campo trumpista que se proyectan en el escenario internacional.

En esa fecha se renovará la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, y se espera que al menos una de las dos ramas del Congreso quede bajo el control de los republicanos. Hasta hace unos meses parecía que los demócratas habrían perdido el control de la Cámara y el Senado pero, según las encuestas más acreditadas, a menos de un mes de las elecciones, parece que los demócratas podrán limitar sus daños, manteniendo el control del Senado y perdiendo levemente a la Cámara.

La actitud de Estados Unidos ante el próximo G20, que se celebrará en Indonesia los días 15 y 16 de noviembre, también dependerá del nivel de credibilidad interna. Ante, Biden irá también a Egipto, sede de la COP27, la conferencia de la ONU sobre el cambio climático. Bali podría, sin embargo, marcar un punto de inflexión en el conflicto de Ucrania, con una posible apertura de una mesa de negociación entre Moscú y Kiev, en presencia de Estados Unidos, de China y de los europeos: alcanzando al menos una tregua.

“Sentémonos a la mesa de negociaciones”, dijo la presidenta del Consejo de la Federación Rusa, Valentina Matvienko, antes del G20. Para esto, sin embargo, será necesario reducir el títere Zelensky y sus patrocinadores europeos a consejos más moderados. El presidente ucraniano ha firmado un decreto para ilegalizar toda negociación con Putin y, de hecho, está presionando para que la OTAN lleve a cabo incursiones nucleares preventivas contra Rusia. El Pentágono ha garantizado que enviará otras armas por valor de 625 millones de dólares, pero frena la demanda de misiles ATACMS (Army Tactical Missile System), que tienen un alcance de unos 300 kilómetros.

Del lado estadounidense hubo declaraciones ambivalentes: primero, la de Biden que temía un “Armagedón nuclear” y recordaba la crisis de los misiles en Cuba, en octubre de hace sesenta años; luego, las declaraciones más tranquilizadoras de Blinken quien dijo estar a favor del diálogo, pero sin definir sus contornos. Mientras tanto, el Departamento de Salud de América del Norte anunció la compra de medicamentos antirradiación por $ 290 millones.

En el momento de redactar este articulo, se espera una resolución por parte de la Asamblea General de la ONU que condene la anexión de territorios ucranianos a Rusia. Alemania, que ostenta la presidencia rotatoria del G7, ha acordado una reunión urgente del organismo con Zelensky para esclarecer las consecuencias de los «recientes atentados terroristas». Un intento del presidente ucraniano de esquivar el descontento de Washington hacia él, por haber actuado sin pedir permiso en el atentado de Moscú, en el que resultó muerta Darya Dugina, la hija del líder ultranacionalista ruso Alexander Dugin. Una operación no acordada con Washington que la considera contraproducente, mientras se vislumbra un resultado similar tras el ataque al puente de Crimea, que destruyó al menos siete tanques llenos de combustible, destinados a abastecer a las tropas rusas en Ucrania.

Otro evento importante es la conferencia sobre seguridad en Asia, los días 12 y 13 de octubre en Kazajistán, donde Turquía (miembro de la OTAN), solicitó una reunión con Putin, para intentar consolidar su papel como mediador en las distintas mesas del conflicto.

Biden tiene que lidiar con los precios galopantes en Estados Unidos y la Unión Europea, y el recorte de la producción de petróleo por parte de la OPEP+, que corre el riesgo de exacerbar aún más las presiones inflacionarias a ambos lados del Atlántico y más allá. Que Arabia Saudita, un gran aliado de Estados Unidos, no respondiera positivamente a la visita de Biden en julio, aliándose efectivamente con Moscú en la OPEP+, es otra muestra de la pérdida de hegemonía de Estados Unidos, inmerso en una nueva cruzada mundial por mantener el papel de garantes de la seguridad energética de sus aliados, desde Europa hasta Japón. La OPEP y sus aliados controlan más del 40% de la producción mundial de petróleo.

Mientras tanto, la derecha trumpista lanza andanadas internas e internacionales contra la Casa Blanca, acusándo a Biden de estar en el origen de la creciente vulnerabilidad económica y del «drama» del contexto internacional: porque –dice Trump-  «hizo la guerra» al petróleo y a la industria del gas, e hizo que las perforaciones fuera más costosas y financieramente riesgosas.

La derecha también truena contra la posible apertura de Biden al «dictador» Maduro, lo que podría derivar en un relajamiento de las «sanciones» a Venezuela por una reapertura parcial de la venta de petróleo, tras las elecciones de mitad de período en EE.UU. Mientras tanto, Trump envía mensajes de ánimo al partido Vox, del que es patrocinador directo, y aplaude el regreso de la derecha en Italia y en Europa, un avance que alimenta las esperanzas de los “trumpistas” latinoamericanos.

Un discurso del exsecretario de Estado de Obama, John Kerry, pronunciado en la OEA en 2013, puso fin a la Doctrina Monroe. Trump la resucitó en 2018 ante la Asamblea General de Naciones Unidas, acusando de injerencia a las «potencias extranjeras expansionistas». Su política exterior atronadora y desordenada lo llevó a desvincularse de varias organizaciones internacionales y provocó serias fricciones con la Unión Europea, especialmente con la Alemania de Angela Merkel, que, inmediatamente después de la elección de Trump, declaró: «L’Europa, ya no puede confiar en los Estados Unidos, y debe tomar su propio destino en la mano”.

Una advertencia que suena aún más acertada en esta nueva etapa. El multilateralismo geopolítico de Biden, que cambió el eslogan «America First» (América Primero) por «Buy American» (Compra americano), apunta a restaurar la hegemonía estadounidense en las relaciones internacionales: ponendo en la mira a China, considerada al mismo tiempo un competidor comercial socioeconómico, y un “antagonista sistémico”, pero también a los aliados europeos. El sabotaje del gasoducto Nord Stream, que podría poner de rodillas a la industria alemana, la principal economía de la UE, debe leerse bajo esta luz.

 

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