Noticias

25.Oct.2017 / 03:41 pm / Haga un comentario

Diego Sequera

Cumpliéndose una semana de las pasadas elecciones regionales, el mosaico del momento presenta más preguntas que respuestas. Pero las primeras se hacen sobre un panorama en el que el chavismo alcanza un grado respetable de composición, y los factores opositores, lo contrario.

 libertador_0

 

Tres certezas aparentes han quedado a casi un par de semanas de darse las elecciones regionales venezolanas:

  1. la victoria electoral del chavismo es una incuestionable victoria política del presidente Nicolás Maduro,
  2. el mapa que se forma con la nueva configuración en materia de gobernaciones, media luna incluida, ofrecen claves tan posibles como estridentes sobre cómo pudiera instrumentarse la geopolítica regional en contra del gobierno y
  3. los comicios fueron en las regiones, pero todo se ha trasladado a lo que se mueve fuera del mapa interno, en el escenario global.

La jugada ahora es afuera. Con todo lo revisado hasta ahora lo que por todas luces fueron una serie de acciones efectivas en materia de repolitización y reordenamiento de las fuerzas: la juramentación de los cuatro gobernadores afiliados a Acción Democrática (AD) es una consagración de lo dicho. Y ahora se mueve hacia el terreno de lo estrictamente geopolítico. Por lo tanto, no hay margen para el sentimentalismo ideológico.

Hoy en día, el poder anda desnudo y sus formas de manifestarse pudieran ser brutales.

El ciclo nacional 2017, hasta el momento, cierra con una victoria política del gobierno bolivariano inesperada por todos: el estado-víctima de una operación trasnacional de alto voltaje y en curso, llevada a cabo por potencias occidentales presionadas y conducidas por la agenda de las corporaciones más pesadas del orbe, no cayó. Y no es poca cosa.

Lo que se consolida en el panorama, patria adentro, remueve la dinámica fuera de las fronteras nacionales a tal punto que el curso de acciones a partir de este momento, según pareciera, corre por cuenta directa de los poderes «paraestatales», si se le mira desde la óptica de la cuestión venezolana en tanto estado-nación con dinámica propia, interna, y soberana.

Vivimos en carne propia la contracción entre global y local que traen los conflictos o grandes movimientos hoy en día sobre el tablero mundial. Que una fracción de la oposición haya apelado a la real politik sin pataletas es señal de salud, pero el dramático desgajamiento del resto de la MUD pudiera anunciar otra operación sobre el vacío.

Lo que ocurra en la vida diaria de cualquier miembro de una familia en este país, acusa su cuota de incidencia sobre lo que en una dimensión de mayor calado se ve en el concierto internacional.

La misma dinámica se reproduce en dirección contraria: desde instancias de influencia de calado, se determinan en un vector que iría de arriba hacia abajo. Verbigracia los factores que dinamizan la guerra económica, desde instancias trasnacionales del poder, sobre la mesa de una familia.

Y, del mismo modo, el resultado político en lo internacional que confieren unas elecciones de carácter regional, local, estrictamente domésticas.

El contorno de la batalla que se forma: traslado de competencias y Nicolás Maduro «enemigo de Occidente»

Descalabrada la MUD sobre el terreno electoral, es decir, sobre el campo de la legitimidad política por antonomasia, su subordinada razón de ser pierde toda sustancia de cara al combate y su presencia en el extranjero, el acto reflejo inmediato del poder global consistió en trasladar la acción y representación de la alianza opositora sobre el presidente colombiano Juan Manuel Santos.

A cada derrota le viene su propia desbandada. Y si el derrotado carece de cualquier estatura moral, coherencia doctrinaria o voluntad de permanencia, más estrepitosa y deshonrosa será la retirada, y en el caso de la MUD, más evidente la mecánica de intereses que la mantuvo con vida, a pesar del aldeanismo político de sus figuras punteras.

El estado de inutilización en el que quedó la oposición criolla, «ese potpurrí democrático, comparsa de talentos a medio cocer donde cada frijol se cree el rey de la frijolera, y así los fríen» (Rafael Poleo dixit), nuevamente produce un muy peligroso vacío político que envalentona las opciones antipolíticas: acentuación de la actividad extranjera, fomento de violencia profesional de cualquier tipo (terrorismo, «revolucions de colores»), fabricación de expedientes «humanitarios» extremistas y el «cálculo» a favor de las apuestas de «solución» más demenciales.

Así, Juan Manuel Santos «enarbola las banderas» (es un decir) del cambio de régimen, conservando el empaque y la sustancia del «Plan Almagro», ahora, de atender a las fuentes que lo señalan, en conchupancia operativa con Diego Arria y María Corina Machado.

Elecciones generales, «veedores internacionales» y un Consejo Nacional Electoral «independiente», que en la neolengua de la intervención se traduce en un fraude electoral controlado por los interesados en colocar a la Venezuela Bolivariana sobre el redil geopolítico en el que se encuentran Brasil y Argentina. Cueste lo que cueste.

La secuencia Colombia, Grupo de Lima, Estados Unidos, la Organización de Estados Americanos (OEA), la Unión Europea (UE) y la deslavada Canadá,exigiendo exactamente lo mismo e ignorando olímpicamente el sistema electoral venezolano -reacción, por decir lo menos, absolutamente esperada-, da la medida del momento y su encaje en el orden de la política internacional.

En contrapartida, el respaldo primero financiero, y luego político, de las elecciones por parte de la Federación Rusa completan, delinean y le dan contorno a la naturaleza del enfrentamiento, y su traslado a lo local venezolano.

Si por un lado, el traspaso de competencias, legitimidad y carga simbólica ahora yace en el presidente de Colombia, por el otro, dentro de ese esquema narrativo, se «rusifica» al chavismo como un consagrado representante del eje del mal.

La lógica, obscena y evidente, pareciera ir por que Venezuela encaje en la rusofobia sistemática que asola a la Administración Trump desde fuera y desde adentro, haciendo más congraciable las razones «objetivas» de por qué agredir a la nación venezolana: por violadora de derechos humanos, por paria, por pro-Putin.

Nicolás Maduro es el «enemigo de Occidente», de sus valores y de su «opción civilizatoria», ahora certificado por el binomio Pravda de la oposición (El Nuevo País y Zeta) .

La ola violenta que se retrae para abalanzarse es manifestación de su derrota… táctica
La violencia armada que llevó a remolque a la oposición y sus alrededores a lo largo del primer semestre del año no ha cesado, pero se encuentra en reflujo. Y es en la nueva toma de impulso de la agenda extranjera donde se prefigura el probable curso de acciones.

La total asfixia económico-financiera que hoy en día recrudece sin señal de alivio es un vector transversal presente en la cadena de acciones. Es el tensor que debe forzar que la onda del momento se contraiga y pegue el brinco. Sirve para la fractura continua de la vida diaria y con su economía sumergida, paralela, financia los activos del futuro ciclo de violencia.

Pero, mientras eso no ocurra, continúa la fase de engorde del expediente humanitario, en especial la especie del «régimen» violador de derechos humanos. Es ahora que cobra sentido propiamente el contenido del último y poco reseñadoInforme Almagro, concomitante a la discusión en el congreso gringo del presupuesto militar 2018.

La presencia de Diego Arria no puede desestimarse. Fiel entusiasta de enjuiciar a todo el mundo ante la Corte Penal Internacional de La Haya, goza de los contactos necesarios en el mundo de las instancias «multilaterales» para hacerse oír un poco mejor que, por ejemplo, el oligofrénico político diputado Luis Florido.

Que esa llave, compuesta por Almagro y Arria, también cuente con la presencia de María Corina Machado certifica de suyo que Marco Rubio y el cúmulo de intereses a su alrededor esté presente y sea entusiasta con unos planos operativos y flujogramas que tienen toda la huella neoconservadora, con todos los ingredientes necesarios para la guerra proxy.

Un poco más allá, y tal vez por el momento menos visible, medra la nueva (y enfermiza) campaña de shock que tiene en la línea temporal de la cuenta tuíterde Lilian Tintori, que por su ausencia de entidad canaliza sin filtros las líneas de acción que le corresponden. Ni un tuit escrito por ella en las últimas semanas.

Detrás de esa línea de discurso se sugieren sintentizarse los tópicos y los vectores narrativos con la esperanza de que tarde o temprano todo se eleve a discusión «vinculante» en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Si desde la soledad de Guanipa en el Zulia, la náusea de María Corina Machado o el ventilador que ahora prende Henri Falcón atestiguamos un Radio Rochela darwinista, causando más gracia dada la perversión de su agenda destructiva de primer semestre, por ese ángulo-matriz de los derechos humanos corta la carcajada por su nivel de mecanicismo, por sus atributos de decisión tomada.

Del mismo modo, y de la mano del ahora tan proactivo presidente colombiano, la tríada Zulia-Mérida-Táchira en la frontera y el violentado corredor andino venezolano, ofrece una base de desestabilización que lo acerca aún más a la metódica que le da inicio a los conflictos base para el cambio de régimen y/o la intervención directa y/o alguna clase de «solución regional».

Nuevamente el (ahora fallido) modelo sirio resuena. Una frontera porosa, colindante con una Colombia que peligrosamente avanza hacia su propio abismo, sobre la hipertrofiada vida fronteriza (más la ampliación del Plan Colombia dentro de Venezuela) es suelo fértil para la creación de banderas falsas, escenario de operaciones militares, fabricación de «crisis humanitarias» de laboratorio y cabeza de playa militar y económica.

Fuera de lo predecible de los métodos, el desenlace que pudiera tener la historia al día de hoy permanece opaco. Fuera de la racionalidad de expedición punitiva de Morillo que cobra la guerra económica, es decir, el castigo al país por darse elecciones y decidir no hundirse en el nacionalicidio, la volatilidad no permite ningún pronóstico concreto que no sea la mera aproximación.

Cierto que era casi un paso lógico que un Capriles nuevamente erotizado optara, como es costumbre, «vanguardizar» la posición en materia de salirse y torpedear la MUD (técnicamente, Maricori ya se había ido), y así como AD actúa con un mínimo de decencia política, su juramentación podría tener fecha de vencimiento voluntario en cualquier momento.

Que para nadie exista tiempo político suficiente, sea Estados Unidos y el presunto «orden occidental», sean las potencias emergentes de la multipolaridad, sea la existencia misma de la nación venezolana, no hace más que acentuar el grado de impredictibilidad.

Cerrando este punto pongamos un ejemplo de cómo opera la capacidad adaptativa de la barra brava de Team Almagro deseosa de la variable más traumática de intervención. Uno que ofrece nada más y nada menos que Hillary Clinton, en su autobiografía Decisiones duras.

Corría el año 2009, y la para el momento secretaria de Estado de Barack Obama se encontraba en la coyuntura de aceptar, o no, el reingreso de Cuba a la OEA, y nos cuenta:

«Tomando en cuenta lo que el presidente Obama había dicho sobre dejar atrás los debates añejos de la Guerra Fría, para nosotros hubiera sido hipócrita continuar insistiendo en mantener a Cuba fuera del a OEA por las razones por las que fue inicialmente suspendida en 1962, ostensiblemente su adhesión al marxismo-leninismo y su alineación con el bloque comunista. Sería más creíble y acertado enfocarse en las violaciones de los derechos humanos por parte de la Cuba de hoy en día, que son incompatibles con la Carta de la OEA».

Así, sin más, como lo señala Diana Johnstone, en su biografía implacable de doña Clinton, solucionó un dato hipócrita sustituyéndolo por otro. Es suficiente para encubrir intereses mal disimulados y describe en términos estructutales el ramplón oportunismo de fondo en la necesidad de sostener las formas y los intereses.

Imagínese usted, entonces, qué queda aguas abajo para cuanto operadorcito local pulula en la región latinoamericana. Y la peligrosa responsabilidad sobre las tragedias que nunca, nunca, nunca, asumirán como producto de sus propias acciones e intenciones.

Qué queda, entonces, de un lote de actores políticos científica y comprobadamente desnacionalizados en un deses pero de este orden.

La hora crítica es completamente funcionalista y amoral.

Y, en contrapartida, frente al escenario complejo, también se pueden detectar movimientos interiores con los que a modo de sustrato adaptan las bases del momento, con la consciencia de algo fundamental, vigente, presente, y con urgente necesidad de readaptación.

Rebolivarianizar el momento
No sólo vacíos políticos sino espirituales produce el momento. Esta infeliz hora de nuestros tormentos también es acompañada de un volcamiento interno, en nosotros, producto de tanto embate y de la agresión que desde 2013 se ha hecho sostenida.

Muchos pudieran ser los angustiantes reflejos sociopolíticos. Bastante glosado el que se desarrolla alrededor de lo que la MUD en términos generales representa e involucra, lo mismo se refleja en el exceso de respuestas deshonestas del seudo conocimiento catequista de los expertólogos que pronosticaron con toda seguridad un solo escenario posible: el de la derrota electoral del chavismo. Por izquierda y por derecha.

El sueño de la seguridad ideológica produce monstruos. Si para algunos de nosotros fue grata sorpresa el cómo se contuvo la línea de defensa nacional durante la jornada electoral, para otros pareciera que el mareo de las circunstancias fuera más bien motivo de desconcierto.

Y una interpretación pudiera provenir precisamente en la forma en que han desteñido el valor de la continuidad histórica venezolana, es decir, el cúmulo que compone «lo nacional», que por lo demás también pareciera manifestar una dramática ausencia de amor propio. Y lo nacional es intrínsecamente bolivariano. Será todo lo demás en pleno siglo XXI, después de que se integre, se admita y se celebre este dato histórico y hasta genético en términos culturales.

Pablo Morillo, el general español que tuvo el encargo de «pacificar» los territorios de la colonia en 1815, adversario de peso como muy pocos, sostuvo que El Libertador era un «alma indomable a la que basta un triunfo, el más pequeño, para adueñarse de quinientas leguas de territorio».

Y comprendamos lo que El Libertador dejaba para sí de cara al resto de la nación: «Yo he recogido el fruto de todos los servicios de mis compatriotas, parientes y amigos. Yo los he representado a presencia de los hombres; y yo los representaré a presencia de la posteridad».

Y es en esa medida que nombrándose él se designa todo lo que hace nuestro paisaje a la hora de ponerse en movimiento: lección del Comandante. ¿O es demasiado forzado, acaso, que justamente con «un triunfo», en este caso electoral, las fuerzas bolivarianas se adueñaron de «quinientas leguas de territorio» y de esta forma ahora se avanzará hacia las elecciones municipales?

La historia, lección de Nassim Taleb, mientras ocurre, es indescifrable, y sólo la retrospectiva, el retrovisor, le dará orden a lo que ahora viene ocurriendo. Pero luego de las jornadas de este año, más allá de cualquier coordenada ideológica convencional a capricho, al corte de caja de hoy se clarifica en su trazo más grueso la disposición del campo de batalla: por si alguno tuviera duda de lo que el Comandante refería al hablar de la antipatria, ahora tenemos ejemplos indiscutibles y palmarios.

En esa misma medida, lo que se concentra en lo patriota, aquellas personas que independientemente de su signo político se oponen en primer término a la extranjerización de las soluciones en la cuestión venezolana. La guerra, quiérase o no, por el peso de los hechos, se ha reordenado.

No es comparable de forma pura y matemática el pasado del país con su presente, pero las claves inherentes a ambos momentos riman con su posible futuro, y ante la incertidumbre irrefrenable de todos los factores desencadenantes y su relación, la batalla por la existencia, que es donde estamos, pudiera responder a las mismas claves esenciales.

Y la clave bolivariana es la más capaz de arroparnos a todos en tanto nación. No existirá paralelo en el nivel de encarnizamiento e intemperie que vivieron nuestros antepasados, con «tanto pobre guerrillero que no tiene más familia que la patria», pero no por eso es menos ajeno.

A falta de diagnósticos generalizables, pero a su vez con la confianza en la entraña, y la lección dinámica de nuestra historia, como quería Augusto Mijares, la consigna de El Libertador en la segunda campaña de la Nueva Granada, antes de Boyacá, era «con audacia en el plan, y con prudencia en la ejecución». La impronta sigue siendo válida.

Como válida también es la lección que S.E. le transmitió a Sucre, ante los peligros que emergían en 1825 contra el proyecto de la nación continental: «El cuadro es horroroso, pero no me espanta, porque estamos acostumbrados a ver muy de cerca fantasmas más horribles, que han desaparecido al acercarnos a ellos».

Será exasperante el cuadro, pero esta naturaleza incierta tal vez sea nuestra mayor fortaleza. Lección de Chávez.

Y ahí tenemos la enseñanza antepasada por donde seguir avanzando.

Misión Verdad

 

Hacer un comentario.




Los comentarios expresados en esta página sólo representan la opinión de las personas que los emiten. Este sitio no se hace responsable por los mismos y se reserva el derecho de publicación. Aquellos comentarios que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto y/o que atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, este sitio se reservará el derecho de su publicación. Recuerde ser breve y conciso en sus planteamientos. Si quiere expresar alguna queja, denuncia, solicitud de ayuda u otro tema de índole general por favor envíe un correo a contacto@psuv.org.ve