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13.Dic.2019 / 02:30 pm / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

El actual punto crítico de la oposición venezolana compromete más todavía la limitada facultad de los sectores políticos más reaccionarios en consolidar un cambio de régimen en Venezuela. El año 2019 cierra para ellos como un nuevo estrepitoso naufragio, aunque en principio tuvieran todas las condiciones para consolidar una deposición del chavismo.

Primero, es evidente la estela de fragmentaciones políticas que ha dejado la fallida gestión de Juan Guaidó, que aunque no ha significado un ejercicio de poder real en Venezuela, sí se ha traducido en el auge de un ímpetu corrupto, que da a entender que la oposición venezolana hoy sacia de manera ansiosa sus aspiraciones de ponerle mano durante años a la cosa pública.

La descomposición política transversal generada en este «todos contra todos» a lo Celebrity Deathmatch por señalamientos de corrupción, suponen el desmantelamiento por mano propia de la Asamblea Nacional, que ha sido para la narrativa y estrategia antichavista su bastión esencial para arengar las presiones internas y la injerencia externa.

Tiene también lugar el fallido «Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) en el exilio», quienes recientemente al tener que elegir a su nueva directiva, fueron centro de diatribas, falta de quórum, apariciones vía Skype, señalamientos de complicidad, corrupción y menesteres afines.

La disputa alcanzó al Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), su principal promotor en el extranjero, quien no tardó en colocarle algo de combustible al conflicto. Almagro se refirió a «malas prácticas de cooptación de poder» en el tribunal fake.

Es sabido que las fragmentaciones y conflictos abiertos entre la oposición venezolana han sido característicos de su idiosincracia durante 20 años. Sin embargo, la gravedad de estos eventos implica para ellos sedimentar toda forma de cohesión política en un momento que para ellos era estelar, y para la política venezolana, inédito.

Se dividen en guerras por intereses, justo cuando más pesan sobre el chavismo las presiones y amenazas más poderosas emanadas desde el Departamento de Estado norteamericano.

Todos los caminos conducen a Leopoldo López 

2019 fue otro año en el que, por pacto interno de los partidos antichavistas y por presiones patrocinadas desde Estados Unidos, el partido Voluntad Popular volvió a timonear a la oposición venezolana, tal como lo había hecho anteriormente y en otros naufragios. A saber: los años 2014 y 2017, años de violencia política y trágicos resultados para el antichavismo.

El ascenso del diputado Juan Guaidó también tuvo a Leopoldo López como operador tras bastidores, en una articulación directa con los estadounidenses y como modulador de un conjunto de presiones a las fuerzas opositoras para que se amalgamaran en la estrategia del gobierno paralelo, la presión internacional y la promoción de la sedición interna.

Para un sector de los partidos antichavistas, la aceptación a regañadientes de Guaidó en enero, al cual ya reconocían como un fraude político, significaba someter a la oposición a los designios de López, el capataz promovido desde el Departamento de Estado, pero que era para otros partidos un fracasado, sediento y temperamental estratega.

La disputa por el poder político en Venezuela se peleó sin éxito para la oposición en los puentes en Cúcuta (el mismo día de las drogas, prostitutas, maletines y ayudas imaginarias). Luego los derroteros de López y su conjura pusieron a la oposición toda en el puente elevado del distribuidor Altamira de la Autopista Francisco Fajardo en el acto fallido de abril, generándose el desencadenante de un golpe fallido en sucesivo.

La operación de cambio de régimen en Venezuela se sedimentó operativamente puertas adentro desde la llamada «Operación Libertad», que solo significó la «libertad» de López en el trayecto hasta una embajada en abril, pero que se tradujo en la oportunidad de que el chavismo desmantelara congruentemente muchos eslabones de una componenda golpista en los sectores castrenses y policiales.

Luego vinieron más presiones, sanciones, mecanismos de asfixia cometidos contra la economía venezolana, luego los descalabros a los bienes venezolanos en el extranjero, y así las misiones «diplomáticas» del gobierno paralelo se abrieron paso mediante la composición de una repartija que terminó por no ser salomónica.

En todas estas convergencias y acciones fallidas, figura Leopoldo López como epicentro articulador y operador fundamental. Tal como apareció en las palabras de Calderón Berti, el depuesto «embajador» de Guaidó en Colombia, así como por el diputado antichavista José Brito, quienes enfilaron contra López por ser también autor intelectual de una rapiña sobre recursos y bienes.

López es también autor y ejecutor de una nueva fatalidad antichavista, punto crítico de fracaso político y descrédito.

La reelección de Guaidó en la AN y su atolladero político 

El año termina con una oposición nuevamente dividida a plenitud. En Venezuela no se cumplieron los objetivos esenciales de la operación de deposición del chavismo y hay, de hecho, tendencias que podrían remodelar la posibilidad de que Guaidó sea reelecto como presidente de la AN en 2020.

Si Guaidó no es reelecto en el Parlamento, significaría un descalabro para todo el andamiaje que Estados Unidos ha construido para darle forma al proto-Estado venezolano en el extranjero. Dicho de otra manera: la Administración Trump tendrá que reconocer su estrategia como fallida y deberá explicar cómo es que cesa la «presidencia interina» que no llegó a ser.

Es sabido que la oposición venezolana, mediante pacto interno, cede la presidencia del Parlamento entre sus principales partidos y fuerzas, siendo este 2020 el último año de esta composición del Hemiciclo ya que el turno recae sobre partidos «independientes», afiliados hoy a María Corina Machado.

Sin embargo, es también sabido que la oposición venezolana no tiene control de su direccionalidad política. Son actores de segundo nivel gracias a los favores del tutelaje estadounidense, y ello implica que la presidencia del Parlamento venezolano para el próximo 5 de enero se definirá en Washington.

La Casa Blanca tendrá que calibrar el saldo político de Guaidó y la posibilidad de su reelección. Michael Kozak, subsecretario de Estado de Estados Unidos, en una sorpresiva declaración dijo la tarde del pasado viernes 6 de diciembre que el aval de Estados Unidos al «presidente interino» no es a título personal, «como persona, sino como presidente electo de la Asamblea Nacional» y, por lo tanto, al funcionamiento de la Constitución. «Apoyaremos a cualquiera que ocupe ese puesto», agregó el burócrata.

Por otro lado, el senador estadounidense Marco Rubio, principal lobbista en esa cámara del asedio a Venezuela, ha declarado que la posibilidad de la no reelección de Guaidó es real. Sobre el apoyo estadounidense a la presidencia interina declaró: «Nosotros reconocemos la única entidad democráticamente electa en Venezuela que es la AN, y vamos a respetar la decisión que hagan a través del voto».

Sin embargo, tanto las declaraciones de Kozak como las de Rubio no deben confundirse como un deslinde del apoyo a Guaidó. Kozak indicó que «tengo muchas razones para sospechar que será el presidente interino Juan Guaidó», mientras que Rubio prefirió la vía de los halagos al diputado venezolano: «Creo que ha hecho una gran labor a través de un momento muy difícil, pero la decisión de quién va a ser su líder está basada en el voto que tomen los diputados electos democráticamente», destacó.

Las «sospechas» de Kozak muy probablemente terminarán siendo ciertas.

En ese contexto, para la oposición venezolana la continuidad de Guaidó se definirá como un denominador de pragmatismo, pero les concierne el destino del dinero de los bienes congelados a la República en el extranjero así como otras fuentes de apoyo financiero estadounidense que estarían menoscabándose en el entorno de Guaidó sin la «justa» repartija.

Sin Guaidó, tendría que diseñarse otra infraestructura de flujo de dinero y además de ello habría que maniobrarla con el costo político de promover a otro presidente «interino» de la nada. Eso ata a Guaidó a la primera silla del Hemiciclo.

Esto supone para Venezuela que en 2020, mediante el estancamiento político generado por la oprobiosa presencia de Guaidó como referente institucional y paralelo, supondrá un recrudecimiento de la trama de asfixia del país. Esto, en las vísperas de nuevas elecciones parlamentarias que, aunque deben darse por hecho, es posible que sufran una agenda de desfiguración por el rol abierto que tiene la Administración Trump tanto en cabildear a la oposición venezolana, como en su agenda de cambio de régimen y desmantelamiento de los poderes nacionales.

En ese contexto, la posibilidad de ir a elecciones o no y las condiciones en que tengan lugar, dependerá del nivel de funcionabilidad que estas tengan para los norteamericanos, lo que infiere la posibilidad de una prolongación del ciclo de perplejidad política actual, que sería aupada por una parte de la oposición ordenada por Estados Unidos a no dialogar y, quizás, a no medirse.

El estado del liderazgo antichavista, a la sombra de Guaidó y Leopoldo López, es en suma deplorable.

El año 2019 termina como un año política y económicamente altamente costoso para los venezolanos. El ciclo de embestida al poder nacional iniciado por la Asamblea Nacional desde su reconfiguración en las elecciones de 2015 alcanzó a la fecha niveles insospechados, y ya casi en la recta final de este período es indecible el pronóstico de una agenda errática que, al unísono del bloqueo vigente, coquetea con golpes de Estado y promoción del conflicto interno.

La pregunta que queda para el antichavismo y sus partidos yace en la posibilidad de que 2020 sea otro año bajo la coordinación de López y su office boy Juan Guaidó, con todo lo que ello implica. Aunque no faltan referentes y hallazgos de que tal cosa podría ser una terrible y costosa idea, sería ese otro episodio de su destino inexorable por ser una fuerza política sin capacidad de dirigirse a sí misma.

Misión Verdad

 

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