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4.Feb.2019 / 07:21 am / Haga un comentario

Foto: Misión Verdad

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Las amenazas abiertas de una intervención militar contra Venezuela y el nombramiento de un «gobierno paralelo» implican la continuación del Decreto Obama y de los golpes de Estado (fallidos) de 2014 y 2017, apalancados bajo el método de «revolución de colores» o «golpe suave». Una premisa que es clave en tanto sirve para dibujarnos un mapa de antecedentes, pero también importante para comprender que fue Barack Obama, con todo su carisma, Nobel de la Paz y marketing como héroe de las minorías, quien hizo los primeros centros al área a Mike Pompeo y John Bolton.

Cada página de los famosos manuales de Gene Sharp ha tenido su aplicación en las calles del país, lo que ha obligado al chavismo a madurar intelectualmente y a mejorar su sistema inmunológico contra operaciones psicológicas, estrategias de apropiación de símbolos y otros recursos que persiguen su vaciamiento. Una vez más, no fueron la escuela de cuadros o la academia las instituciones que produjeron ese salto político. Fueron la calle y la experiencia: las mismas donde chocamos con Chávez, sin saberlo, antes del histórico 4 de febrero de 1992.

En parte, lo que mantiene al chavismo de pie es este rasgo distintivo y en permanente construcción como espacio de formación que rebasa las organizaciones clásicas de la política: partidos, sindicatos, etc.

Quizá por la mezcla entre descaro y paralelismos tan evidentes que traza la estrategia contra Venezuela, es fácil discernir lo que buscan y cómo lo están procedimentando. Ya sabemos que es un golpe en marcha, una importación de los modelos libio y sirio, que los gobiernos de Brasil y Colombia están complotados con Washington y que el puerto de llegada de toda esta operación es una intervención militar planteada desde distintos frentes.

Es tan evidente la estrategia y sus objetivos, que, incluso como síntoma de salud mental o de que algo de sentido común todavía queda, muchas figuras políticas que se habían alejado del chavismo por miedo al linchamiento mediático, ahora cierran filas con la Revolución Bolivariana. Por el propio peso de la realidad, las posturas timoratas, centristas y de omisión absoluta de los ataques que vive Venezuela, quedaron de lado para abrir paso al criterio unificado de que al país latinoamericano hay que defenderlo. La lista es demasiado larga como para retratarla a totalidad, ya ustedes saben a quiénes me refiero.

Al mismo tiempo esto no deja de generar suspicacia, pareciera que cada cierto tiempo debe ponerse en riesgo la vida orgánica de la República Bolivariana para que su valor histórico e importancia geopolítica pueda ser reconocido nuevamente con la efervescencia que siempre ha merecido.

Pero lo cierto es que en el trayecto que va desde una cotidianidad asediada por el bloqueo financiero al punto clímax de una amenaza abierta de intervención como se vive hoy, el chavismo pone a prueba los rasgos de su propia construcción como sujeto político. Y eso es, en síntesis, lo que debe ser defendido por ser la razón fundamental que persiguen en la guerra contra Venezuela.

Una radiografía sincera del chavismo nos dice que, como fuerza política, no se delimita únicamente a las organizaciones partidistas y en general de la sociedad civil como la conocemos. Para grandes sectores de la población implica tener un nombre propio y una historia con la cual contarse a sí misma, pero también expresa un ejercicio de autoestima y de participación permanente en el destino de la República. No es un cliente, un consumidor, un ciudadano pasivo que hace política a partir del voto únicamente, sino un acumulado histórico que crea formas de organización y resistencia de acuerdo a sus propias experiencias y enseñanzas colectivas.

Si algo nos dicen los golpes de Brasil, Honduras, Paraguay, y las derrotas por la vía legal en Argentina y Ecuador, es que la diferencia entre el chavismo y el resto del ciclo progresista estuvo en utilizar la distribución de los ingresos como un medio para la participación y la construcción de un sujeto político y no como una victoria en sí misma.

Del pueblo en las calles de Caracas en permanente defensa de sus conquistas, a la soledad de las calles de Río o Sao Paolo cuando Lula iba rumbo a la cárcel, está la afirmación de que el chavismo entendió temprano que llegar al poder es un medio para construir un modelo de país y de sociedad, no sólo un recurso para mejor los índices macroeconómicos.

El progresismo debe defender a Venezuela, pero también debe alimentarse y tomarlo como guía política, como modelo de resistencia y organización, para replantearse sus respectivas ofensivas locales.

El chavismo hizo de la gente común, de la ama de casa, de la jefa de hogar, de la juventud de los barrios, un sujeto político. Ese acumulado hoy se defiende con los dientes ante una violenta campaña de sanciones que violenta diariamente a la población y que intenta chantajearla: renuncia a ti mismo, a tu historia y a tu nombre por los 20 millones de dólares que promete Mike Pompeo en «ayuda humanitaria».

A sabiendas de que en buena parte la base de estabilidad de la relación chavismo-Estado-sociedad radicaba en la distribución de la renta, Estados Unidos, la Unión Europea y sus extensiones coloniales en América Latina colocaron en marcha una operación de bloqueo financiero bajo la premisa de que, si se cortaba el flujo de dinero, el chavismo perdería apoyo como corriente histórica.

Y aunque sus afectaciones son sensibles, el chavismo transformó los mecanismos de contención y ayuda social del Carnet de la Patria, los bonos y el CLAP, en herramientas y dinámicas organizativas de control territorial, formación política y rearticulación del proletariado venezolano. Su alcance fue madurando progresivamente y no es descabellado decir que fue gracias a estas nuevas organizaciones, construidas desde el seno del pueblo, quienes garantizaron la victoria de Nicolás Maduro el 20 de mayo de 2018.

Hoy Estados Unidos y sus aliados utilizan esta fecha y su significación política como factor de diferencia para poner al mundo a elegir bandos sobre Venezuela, entre el reconocimiento o el apoyo a la guerra. Y cuando lo hacen, cada que vez que lo verbaliza Mike Pompeo, John Bolton o su hijastro Marco Rubio, sólo reafirman que actúan contra la inteligencia del chavismo, su aprendizaje y sus formas de resistir buscándose a sí mismo. Actúan contra ese nombre propio.

Tienen razón en actuar con desespero.

Augusto Márquez

Misión Verdad

 

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