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13.Dic.2020 / 09:44 am / Haga un comentario

Foto: Con el Mazo Dando

Por Roberto Malaver

El hombre –Matías Pimentel- llegó al consultorio del siquiatra Sigmund Montiel y sin darle los buenos días a la secretaria, siguió adelante y se lanzó sobre el diván y esperó las preguntas del médico

– ¿Qué tiene usted?.- dijo el médico.

– Penas y penas y penas, hay dentro de mí.-  contestó el hombre.

El médico, Sigmund Montiel, sabe que cada vez que llega diciembre, tiene que enfrentar una serie de pacientes con algunas enfermedades que se ponen de moda por el constante ritmo y sentido de vida que lleva el venezolano. Y Matías Pimentel era un escuálido que había creído que  no votando en las elecciones parlamentarias, Guaidó iba a ser presidente.

– Qué raro, ayer la vi pasar y al quererla llamar, se me olvidó su nombre.

Sigmund vio al techo del consultorio y pensó que tenía un nuevo loco allí, sentado en el diván, y lo peor es que lo conocía. Sabía que su paciente, Matías Pimentel, no era hombre de cantar y contar, por el contrario, siempre estaba triste porque era un hombre de oposición, y para sobreponerse era necesario hablarle demasiado.

– Esta noche tengo ganas de buscarla, doctor, de borrar lo que ha pasado y perdonarla, ya no me importa el qué dirán, ni de las cosas que hablarán, total, la gente siempre habla. – dijo de repente el paciente Matías.

El médico esperó, y el hombre siguió diciendo:

– Volver, doctor, con la frente marchita, a un triste recuerdo, que lloro otra vez.

Matías Pimentel –era indudable- estaba pasando por un mal momento. Nunca había llegado así, siempre se sentaba y conversaba acerca de su complejo de inferioridad. Ese complejo que no le permitía defenderse de una cuerda de inútiles que siempre creían decir cosas importantes. Matías no, él se callaba, se callaba porque tenía ese complejo de inferioridad que no sabía cómo lo había adquirido. Ahora estaba allí, contando y cantando sus canciones ya viejas.

– No me diga que la novia lo abandonó, amigo Matías.

– Sí, doctor, ella, ella ya me olvidó, y yo, yo la recuerdo ahora, era como la primavera.

Era indudable que Matías estaba destrozado emocionalmente. Parecía una rockola ambulante. Toda su vida se estaba narrando en sus viejas canciones.

– Antes de irse, usted no habló con ella. No le dijo nada, amigo.

– Sí, doctor. La llamé y le dije: Tú me quieres dejar, yo no quiero sufrir, contigo me voy mi zamba, aunque me cueste morir.

Matías estaba de canto caído. El hombre seguía allí sentado, y Sidmund Montiel no sabía qué decirle. Ahora sólo bastaba con escucharlo. Después de tanto tiempo escuchando su otra tragedia, el médico le pidió a Matías que se pusiera de pie. Que saliera del consultorio a conquistar el mundo y que le diera las gracias a su novia, porque ahora, amigo Matías, ahora usted tiene un nuevo rol que jugar en todas partes, a partir de este momento usted es la voz cantante.

Y Matías entendió y ahora anda cantando de tasca en tasca y anda feliz, muy feliz grabando discos y saliendo en televisión, en cambio su novia nadie sabe dónde andará. Mientras tanto, Matías canta, y canta compañero, sin tener temor de nadie.

 

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